viernes, 31 de enero de 2014

Capítulo 34 (epílogo).

A la mañana siguiente me desperté en mi cama. Reinaba un sutil silencio en toda la casa, no se escuchaba ni el revoloteo de una mosca.
-¿Qué ha pasado? -me pregunté a mi misma con un bostezo.
Estuve a punto de pisar a Betsi, que estaba dormida en el suelo, junto a mi cama. Llevaba puesto un chándal viejo y agujereado por todos lados. Se la veía tan en calma...
Había tenido un sueño de lo más raro. Solo recordaba ciertas imágenes que me venían borrosas, pero nada claro. Recordaba estar en el bosque junto a una casita blanca, luchar con dos tíos vestidos de negro, ver a Elhija escupiendo sangre y a Caleb, en el suelo.... *¡CALEB!*
De un salto me levanté de la cama, intentando hacer el menor ruido posible para no despertar a Betsi. Salí de la habitación como alma que lleva al diablo y atravesé el cuarto de baño para entrar en la de Caleb. Estaba vacía. No había nadie.
Entonces fue cuando todo vino de golpe. El dolor que sentí por los puños de Daniel, la alegría al ver que iba ganando en mi lucha contra Gabriel, el recuerdo de la impotencia que sentí cuando éste me partió la columna y no podía moverme.... la sensación de poder cuando le prendí fuego a mi hermano y el confort al acariciar la melena del león negro. *Dios, no...* Derrumbada, me apoyé contra la pared y me dejé caer hasta llegar al suelo.
Caleb... mi Caleb... la última imagen que había tenido de él había sido cuando Gabriel lo aplastaba entre sus brazos y yo, como una estúpida le había dejado hacerlo.
Las lagrimas comenzaron a salir a borbotes de mis ojos. No podía parar de llorar. Hundí mi cabeza entre las manos y me hice un ovillo en el suelo. Sentía una pesadez en el esternón, como si alguien me lo estuviera aplastando con una apisonadora. El dolor crecía y con él mis ganas de llorar.
-Oh Thess... -susurró Betsi al verme en aquel estado.
La chica se arrodilló junto a mi y me envolvió en un cálido abrazo.
-Duele -sollocé- duele mucho.
-Lo sé, pequeña, lo sé... -pasó su mano por mi pelo, acariciándome- lo sé.
-Es por mi culpa, Caleb ha muerto por mi culpa.
-Shhh... no digas eso, eso no ha sido así y lo sabes.
-¡Sí! -estallé separándome de ella- ¡TODO ESTO ES POR MI CULPA Y AHORA MI MEJOR AMIGO ESTÁ MUERTO! ¡MUERTO!
-Thess... ya está, no te castigues, no ha sido tu culpa -extendió los brazos hacia mí, pero me aparté de ella saliendo de la habitación, no podía estar allí.
Bajé al salón a toda prisa. Quería salir de allí, no podía estar en esa casa, todo me recordaba a Caleb, a mi mejor amigo, al que era o había sido mi novio. La ira se abrió paso entre mis sentimientos y comencé a destrozar cosas.
Agarré el DVD y lo lancé contra la pared; tiré la televisión al suelo, estallando la pantalla. Cogí uno de los cojines del sofá y lo hice pedazos. Cuando fui a coger el otro, Betsi me lo arrancó de las manos y me empujó, obligándome a sentarme.
Miré sus ojos y por un momento pensé que iba a pegarme un guantazo, pero hizo todo lo contrario; se sentó a mi lado y volvió a abrazarme esta vez con más fuerza.
-Lo siento Thess, de verdad, lo siento tanto... si algo llegara a pasarle a Nathe, estaría igual o peor que tú. Lo siento.
No sabía qué responder, solo lloraba. Mi instinto me obligó a dejar los brazos a los lados, no le devolví el abrazo, estaba sintiendo pena por mí y eso nunca me había gustado, pero por una vez en la vida, me olvidé de él y la abracé. La abrazaba tan fuerte que me daba hasta miedo de partirla en dos. La quería tanto... había sentido miedo por ella, pensando que podría pasarle algo, en cambio, allí estábamos, sentadas en un sofá, abrazadas la una a la otra y yo era la que estaba dañada.
Nos quedamos así un largo tiempo, ninguna de las dos se movía y si lo hacíamos, era para achucharnos con más fuerza.
Me sorbí la nariz, ya algo más tranquila y me separé de ella. Respiré hondo y sequé mis lágrimas con la manga del pijama. *Un momento... ¿qué hago yo en pijama?*
-¿Qué hago yo aquí? -la miré confundida- Lo último que recuerdo es quedarme inconsciente en el suelo.
-Bueno, sobre eso.... -apartó su mirada  y se pasó una mano por el pelo- fue Elhija quien te trajo hasta casa.
-¿Qué? -pregunté atónita con los ojos como platos.
-Sí -asintió aún sin mirarme- él te trajo hasta aquí y me contó todo. Al principio me asusté mucho, porque el estaba lleno de sangre y hecho un arapo y tú... estabas entre sus brazos. No me lo pude creer. En un primer momento lo primero que me salió fue pegarle -me miró por fin- pero cuando te vi y le vi...
-¿Él me trajo hasta aquí?
-Ajá -volvió a asentir.
-Pero... - abrí la boca y la volví a cerrar.
*¿Cómo es posible si la última vez que lo vi estaba medio muerto?* Muchas preguntas bombardeaban mi cabeza, en realidad, era como un campo de minas.
-¿Qué te dijo? -susurré aún sin creérmelo.
-Bueno, pues... me contó que Daniel le había tendido una trampa y que te dijera que aunque sabe que no le creerás que lo siente mucho y que él no quería que nada de esto pasara.
-¿¡QUÉ ÉL NO QUERÍA QUÉ!? -me incorporé indignada y cabreada.
¿Cómo se atrevía? ¿¡Cómo se atrevía?! Más bien por su culpa había pasado todo aquello, si él no hubiera querido que hubiera pasado nada, no me habría distraído con aquel beso y me habría contado que Gabriel estaba planeando su golpe final. Él había ayudado a Gabriel y a saber qué más cosas había hecho y dicho.
Ahora entendía de qué conocía a los dos brujos que nos atacaron en el bosque, había estado con Gabriel desde un principio.
-Thess, Thessa. Siéntate, aún hay más.
-¿MÁS! ¿MÁS? ¿¡Qué te dijo!? ¿¡Que me va a regalar una ramo de rosas y una caja de bombones para llenar el vacío que ha dejado Caleb en mi vida!?
Nada más decir eso, me arrepentí. Betsi me miró asustada. Algo normal teniendo en cuenta que estaba agarrando el respaldo del sillón y casi lo había arrancado de cuajo. Estaba pagando con ella algo que no tenía culpa.
-Lo siento... -agaché la cabeza y volví a sentarme a su lado- es solo que... en fin. Lo siento. ¿Qué hay más?
-Está bien -asintió agarrándome la mano para mostrarme  su apoyo-. Me dijo que cuando consiguió liberarse de las esposas y salió de la casa, solo estabas tú en el suelo, que era como si nada hubiera pasado. Ni Gabriel ni Daniel se encontraban allí; ni tan siquiera Caleb.
Aquellas últimas palabras, no sabría cómo definirlas. ¿Me estaba diciendo que el cuerpo de Caleb, no estaba allí? Un atisbo de esperanza llegó hasta mi corazón como una flecha.
-Eso quiere decir que... -susurré casi sin fuerzas.
-Que Caleb podría no estar muerto.
Una pequeña parte de mi, me decía que lo que Betsi decía tenía sentido y que Caleb podía seguir con vida, simplemente capturado por Gabriel, pero la otra parte, la que era un noventa y nueve por ciento, me decía que no me ilusionara. Yo misma había visto a Gabriel matarlo, había visto la última chispa de vida en los ojos del león y esa imagen se repetía una y otra vez en mi cabeza.
Quería aferrarme a la parte buena, a la que me decía que Caleb estaba vivo, porque, de estar muerto... yo lo habría sentido ¿no? Él estaba ligado a mí, por lo que eso hacía que yo también lo estuviera a él y quitando el dolor que sentía, no era nada fuera de lo común tras perder a un ser querido.
Algo me decía que de haber sido al revés y ser yo la que hubiera muerto y Caleb el que estuviera en mí lugar, él no pararía hasta ver mi cadáver con sus propios ojos.
Decidida, me levanté del sofá y me cuadré de hombros bajo la mirada aturdida de Betsi.
-Sea lo que sea lo que le haya pasado, no pararé hasta encontrarlo y si es cierto que ha muerto, lo traeré de vuelta aunque me lleve la vida en ello.


                                                                    FIN.

Capítulo 33.

Gabriel y Daniel me miraron desconcertados y este último sacó la mano del pecho de Elhija, quien cayó derrotado en el suelo. Lo miré asustada, pensando que estaba muerto, pero no, no era así. Las manos de Daniel se encontraban vacías.
-Tú -susurró Gabriel. No me cabía duda de que lo había pillado con la guardia baja y pensar eso me llevó a sonreír.
-Hola -saludé con sorna- bonita fiesta. He pensado en unirme a vosotros. Un poco gore para mi gusto -arrugué la nariz con asco y volví a sonreír- pero una fiesta es una fiesta. Por favor... continuar con lo que estuvierais haciendo; no pretendía interrumpir.
-Vaya, me alegro de ver que estás de tan buen humor.
-Es que si me preocupo me salen arrugas y me gusta eso de conservarme joven.
Me estaba sorprendiendo a mi misma. ¿De dónde salía aquella valentía? Me sentía fuerte o al menos, eso quería aparentar. Supongo que fue la sorpresa de sus caras al verme aparecer por allí lo que me llevó a comportarme así; bueno, eso y que no quería que se me notara el miedo; eso les daría ventaja sobre mí y no estaba dispuesta a perder.
-Estoy muy apenada con vosotros dos -puse una mueca triste y señalé con la cabeza a Daniel y a Elhija quien me miraba dolorido desde el suelo-. Os había invitado a cenar y ¿así me lo agradecéis? Que pena...
-Thessa yo... -Elhija intentó hablar, pero cuando lo hizo empezó a toser escupiendo sangre. Por una parte me alegré, pero por otra quería ir hasta él y ayudarle.
-Me alegra verte de tan buen humor - repitió Gabriel. Avanzó un paso hacia mí, pero yo me mantuve firme donde estaba- teniendo en cuenta que técnicamente te estás entregando.
Él seguía avanzando lentamente, pero yo no me movía del sitio. No sabría decir si por miedo o valentía, pero mis piernas seguían quietas. Desvié la mirada hacia Caleb, que estaba inconsciente en el suelo. Estaba tan quieto, que parecía que estaba muerto, pero no, no era así, podía sentir su corazón palpitar y eso me alivió y me llenó aún más de fuerzas. Teníamos que salir de allí fuera como fuera; esto era entre Gabriel y yo; y yo no estaba dispuesta a someterme ante él.
-¿Entregarme? ¿yo? -ladeé la cabeza- Nunca -sonreí con los colmillos desenfundados.
Entonces, a partí de ahí, todo pasó tan sumamente rápido... Gabriel, quien se encontraba a pocos metros, corrió hacia mí, empujándome tan fuerte que salí disparada por la puerta de entrada; por suerte, que ya me esperaba su reacción, fui capaz de mantener el equilibrio al caer. Me erguí en mi sitio y me puse en posición de defensa. Él salió de la casa con parsimonia, regodeándose entre aires de superioridad. Ya nos habíamos enfrentado otras veces y siempre habíamos tenido que salir huyendo, pero esta sería distinta, esta vez sería él o yo.
-¡A eso le llamas tú atacar! -fardeé entre carcajadas fingidas para cabrearlo.
Sabía que si lo cabreaba, actuaría sin pensar. Era como yo, a mi me pasaba lo mismo, por eso aquel estado de serenidad que mantenía, sabía que si me ponía nerviosa bloquearía mi mente y actuaría sin más y eso no podía permitírmelo. Técnicamente, eramos hermanos y a pesar de nuestras diferencias, la terquedad era algo que teníamos en común.
Volvió a salir corriendo hacia mí, pero esta vez le esquivé pegándole una patada en la espalda cuando pasó de largo. Se dio de bruces contra el suelo y eso me hizo sonreír, algo que no duró mucho, pues tan rápido como apareció se esfumó al notar un impacto en mi estómago que me hizo doblarme por la mitad. Daniel se había unido a la pelea. Eran dos contra uno, clara desventaja para mí.
Intenté levantarme con rapidez, pero no me dio tiempo; Daniel ya se encontraba sobre mí pegándome puñetazos en la cara. Intentaba esquivarlos, pero caca vez eran más fuertes y rápidos. Sentí mi propia sangre caer por mi nariz junto con un chasquido. ¡Me había roto la nariz! Sin saber muy bien hacia donde apuntaba, pues no veía absolutamente nada, solo unos destellos; apunté con los dedos y los hundí en su rostro. El blanco eran sus ojos, sí, era algo muy sádico, pero aquel cabrón me había partido mi preciosa nariz. Sentí algo blando y mojado en la yema de los dedos y posteriormente escuché un alarido y sus piernas se aflojaron en mis costados. ¡Bingo! Había acertado. Con un empujón, me lo saqué de encima y me puse de pie. Sentí un leven mareo al hacerlo, después de tantos puñetazos y golpes, todo mi ser se encontraba aturdido, pero no había tiempo para quejarse.
Limpié la sangre de mi cara con la manga de la chaqueta y volví a ponerme alerta. Todo estaba sumido en un profundo silencio aterrador que me puso los pelos de punta; lo único que se escuchaban eran los gritos de Daniel quejándose a mi espalda. Me agaché y con un giro de muñeca, le partí el cuello quedándole inutilizado para unos cuantos de minutos.
Busqué a Gabriel, pero no estaba por ninguna parte. Aquello no era normal; ¡Gabriel no estaba! ¿Dónde se había metido? No tardé mucho en descubrirlo cuando noté un golpe en mi columna vertebral que me envió una descarga de dolor por todo el cuerpo. El grito que salió de mi garganta fue desgarrador. Me había partido la columna y ahora no podría moverme  hasta que las vertebras volvieran a unirse.
Caí al suelo boca abajo. El dolor era tan insoportable que las lágrimas empezaron a salir de mis ojos y todo el auto control que había tenido hasta el momento se esfumó para cederle el puesto al pánico.
Con el pié, Gabriel me dio la vuelta en el suelo, quedando ahora con la espalda rota pegada a él. Visto desde abajo, era más aterrador. Las sobras de sus ojos se extendían hasta la comisura de sus labios y tenía el pelo alborotado y lleno de barro. Se agachó hacia mí con una sonrisa felina y se colocó encima, probándome más dolor.
-He de reconocer que has estado hábil a la hora de defenderte.
-Gracias -dije como fui capaz, tragándome el nudo que tenía en la garganta- aprendí del mejor.
-¿De ese amigo tuyo? -con un gesto de la cabeza, señaló a la casa- pues no le ha servido de nada.
Cerré los puños con fuerza. Quería pegarle tal guantazo que le estaría dando vuelta la cabeza de por vida. ¿¡Cómo se atrevía a decir eso de Caleb!?
-Eres un...
-Ríndete ya hermanita -se carcajeó y se agachó hasta mi oído para susurrarme:- ya eres mía.
Noté su putrefacto aliento como una ola de calor bochornoso sobre mi cara y eso me asqueó. Debió de darse cuenta de mi mueca, pues se echó a reír, aunque la risa no le duró mucho. Una mancha negra gigantesca se abalanzó sobre él y me lo quitó de encima.
Giré la cabeza para mirarle y me di cuenta de que aquella mancha negra se trataba de Caleb; se había transformado. Un sentimiento de alivio y alegría comenzó a crecer en lo más profundo de mí. ¿Y sí ganábamos? ¿Y sí todo acababa ya? ¿Y si Caleb acababa con Gabriel? Quería levantarme y ayudarlo a acabar con mi hermano, pero mi columna no se había terminado de juntar y seguía sin sentir las piernas por lo que solo pude limitarme a observar.
El león negro, osea, Caleb, estaba dando vueltas alrededor de su presa, en ese caso Gabriel quien, a juzgar por su cara, se encontraba algo desconcertado. Este último se lanzó contra el león, pero fue mucho más rápido y lo esquivó dándole un zarpazo en el pecho. *¡Eso es, eso es!Tú puedes amigo, tú puedes...*. Caleb aprovechó que Gabriel se encontraba de espaldas hacia él y con un salto, se colocó encima tirándolo al suelo bocabajo. *Ya está, lo tienes ganado, solo queda un corte limpio en el cuello y.... ¿¡Qué!? ¡NO!* Caleb calló al suelo con unos alaridos que me destrozaron el corazón. Gabriel estaba haciendo uso de su magia y contra eso, Caleb podía combatir.
Me sentía inútil. Quería levantarme y asfixiar a Gabriel con mis propias manos, sentir cómo su vida se escapaba y yo era quien le daba muerte, pero eso no podía ser, aunque sí podía utilizar mi magia para darle apoyo a Caleb.
Extendí mi brazo hacia mi hermano y me concentré en los hormigueos habituales. El collar empezó a arder en mi pecho, sentía cómo me abrasaba y una fuerza se abría paso otorgándome más poder. Era una fuerza que nunca antes había sentido, pero que me hacía pensar que era capaz de todo.
Ver a Caleb retorciéndose en el suelo de dolor, no me ayudaba para nada, por lo que dejé de mirarle y miré a Gabriel. Nuestras miradas se cruzaron, justo a tiempo para dedicarle una sonrisa antes de que sus ropas empezaran a arder. Sus ojos se volvieron como platos y se tiró al suelo para apagar las llamas, pero no lo
harían, no hasta que yo no quisiera.
Sentí una especie de hormigueo en las piernas y a continuación, escuché un chasquido procedente de mi columna. Recé para que eso significase que ya podía andar. Mi cerebro le envió una orden a mis piernas para que se movieran y estas respondieron. A pesar de la situación en la que estaba, mi mini yo empezó a dar saltos de alegría, algo que me hizo bajar la guardia. Cuando miré a Gabriel, este ya no se encontraba entre las llamas, simplemente estaba tumbado en el suelo y de su ropa salía un humillo en forma de espiral.
Me incorporé y me dirigí hacia Caleb para ayudarle a levantarse. Seguía transformado y medio grogui por el ataque de mi hermano.
-Esta bien -le susurré en la oreja mientras le acariciaba el lomo- ya ha pasado todo, está bien, no te preo...
Noté que unas manos me aferraban por los  brazos y me lanzaban lejos de Caleb.
Había sido una estúpida al pensar que Gabriel había sido derrotado. Di varias vueltas sobre el suelo, arañándome la cara. Me aferré con los dedos a la garbilla intentando frenar, pero solo conseguí rasgarme la piel.
Una mezcla de emociones se apoderaron de mí y la que iba ganando era el terror y el pánico. Levanté la mirada, aún tumbada en el suelo, medio inconsciente; algo de lo que me arrepentiré toda mi vida.
Gabriel sostenía a Caleb en sus brazos, agarrádolo por el lomo. Escuchaba los alaridos del león desde donde estaba, veía sus ojos lastimeros y llenos de lágrimas y lo peor de todo es que me estaban mirando y yo no podía hacer nada. Escuché un último gemido de dolor antes de sumirme en la oscuridad.

jueves, 30 de enero de 2014

Capítulo 32.

-Sinceramente, nunca pensé que fueras tú el que me traicionaría.
Gabriel y Daniel estaban de planta parada frente a mí. Prefería estar solo como hacía unos minutos, al menos, estaba algo más... tranquilo, pero no me encontraba en posición de discutir con ellos si me apetecía que estuvieran allí o no.
-¿Traicionarte? -sonreí burlón- No soy yo el que tiene un problema mental.
¿Que si estaba acojonado? Sí, mucho. Mi miedo era palpable a kilómetros de distancia, pero no le daría la satisfacción de saberlo. Debía de mantenerme firme hasta el último momento. Yo ya había hecho mi elección y esa había sido Thessa.
-Te di la vida -dijo negando la cabeza- ¿y así me lo agradeces?
-¿Vida? Pasarme cien años a tu servicio escuchando una y otra vez cómo nos sacaste de las calles a Daniel y a mi es ¿vida?
-Elhija, Elhija, Elhija... ¿por qué no eres como Daniel?
Éste, de pie a su lado, sonrió al escuchar su nombre y eso me provocó  nauseas en el fondo de mi estómago. Me había vendido al mejor postor pero lo peor es que yo me había tragado su sarta de mentiras desde un principio. Recordarlo solo me hacía sentir peor y tenerlo delante de mí con una sonrisa de suficiencia más grande que su ego, no me ayudaba nada.
-¿Cómo? -las palabras salieron de mi boca con asco- ¿Sucio, vil y rastrero? No gracias -sonreí- prefiero mi personalidad de serie.
Aquello no le sentó muy bien a Daniel. Me miró con desprecio y se abalanzó sobre mi. Pensaba que la situación no podía empeorar, pero me equivoqué. Empezó a pegarme patadas en el estómago, incluso con una de ellas, salió sangre de mi boca. No me dolía físicamente, sino emocionalmente.
-Para ya, amigo -Gabriel lo apartó de mi entre risas.
-¿Ves? -me retorcí en el suelo lleno de dolor- Solo hace eso porque sabe que no puedo defenderme -le miré de reojo, pero no con odio, sino con compasión. Realmente me daba pena aquel chiquillo- nunca me esperaría esto de ti Daniel. ¡Éramos hermanos!
-Tú lo has dicho, lo éramos, hasta que apareció esa furcia de Thessa. Era simple Elhija. Sólo tenías que distraerla, adentrarte en su vida... ¿cuánto llevamos planeando esto? ¿Cuánto hemos sacrificado? Y ahora vienes tú y lo estropeas todo.
-¿Yo? Yo no he estropeado nada, simplemente me he dado cuenta de las cosas -cada palabra que decía era un aguijón que se me clavaba en el estómago. Sus patadas debieron de haberme dañado algún órgano interno, no paraba de escupir sangre-. Acabarás como Pangroms y todo por tu codicia.
-No querido Elhija -se agachó y me agarró de la barbilla para obligarme a mirarle a la cara- eres tú quien acabará así.
Noté una presión el el pecho que me oprimía y me quemaba. Sentía sus fríos dedos agarrando mi corazón, palpando cada vena y cada detalle que lo envolvía. Iba a matarme. Mi propio amigo, al que consideraba mi hermano, iba a matarme.
Quería cerrar los ojos con fuerza, no quería presenciar aquello; no quería que las últimas imágenes de mi vida fueran las de Daniel con mi corazón en sus manos, literalmente. Pero el orgullo me mantuvo firme. Si tenía que morir, lo haría sabiendo que lo último que él vería de mí, serían mis ojos. Que vería mi vida escaparse y que él había sido el culpable. Quería hacerle cargar con esa culpa.


*Basta de llantos y lamentaciones. Eres una luchadora Theressa Whest, no una niña llorica a la que le asusta todo. Sí, te la han jugado pero bien, pero eso no significa nada, ya te lamentarás más tarde. Ahora, respira hondo, agarra esa estaca y clavársela en su corazón. Caleb te necesita*.
Agarré la estaca con fuerza, tanta que tenía los nudillos tan blancos que parecían transparentes. Era la hora. La hora de hacer lo que tenía que haber hecho hacía ya mucho tiempo y que lo había estado retrasando por miedo, pero el miedo se había acabado. Ya no se trataba de mí, sino de Caleb.
Con decisión, me levanté de la cama y me dirigí hacia la puerta de entrada con Betsi pisándome los talones. Obviamente ella quería venir, pero yo no la iba a dejar. Era demasiado arriesgado y peligroso y ya había perdido su vida humana por mi culpa, no iba a perder también la vampírica.
Cogí mi chaqueta y guardé la estaca en uno de los bolsillos interiores, ahí estaría a salvo y no la vería nadie.
-Iré contigo digas lo que digas -dijo Betsi tras de mí.
-Bets... -no podía volverme y mirarla a los ojos, nunca me habían gustado las despedidas y quizás esa estaba siendo una- no puedes venir.
Abrí la puerta y salí al rellano con paso decidido, pero no tanto como para permitirle salir a ella también.
-Solemnus tuam imnsnus -susurré en una voz tan baja que ni ella habría podido oírme.
Era un hechizo sencillo y simple, a penas había gastado energías y se desvanecería en un día en el caso de que yo no muriera, si era así, el hechizo caería conmigo.
Tras un suspiro, comencé a andar. Escuché el golpe sordo cuando Betsi chocó contra el muro invisible, impidiéndole el paso.
-¡Thessa! ¡Thessa! ¡Déjame salir! -chilló desconsolada.
Estaba destrozada, no quería dejarla allí y sus voces me estaban partiendo el alma en dos. Quizás esa sería la última noche que la vería, pero no podía arriesgarme.
A pesar de que sus gritos me perforaban el corazón, no miré atrás, eso solo me haría flaquear y levantar el hechizo. Cerré los ojos con fuerza y eché a correr huyendo de allí, de los gritos de Betsi... de todo. Ahora solo podía pensar en una persona y esa persona era Caleb.
Corrí como nunca antes lo había hecho. Sentía el gélido aire cortándome la piel con cada paso y lo escuchaba en mis oídos al atravesarlo. No sabía muy bien hacia dónde dirigirme, Gabriel solo me había dicho que estaba en un claro del bosque junto al lago, pero es que claros había muchos. Pensé en rastrear el olor de Caleb, pero hacía ya varias horas que él había sido secuestrado y ya no había rastro que valiera, solo me quedaba una cosa si quería llegar a tiempo y era un hechizo de seguimiento.
Me paré junto a unas rocas planas bajo un abeto. Para hacer el hechizo necesitaba algo personal de la persona a la que necesitaba rastrear y de Gabriel no tenía nada y de Caleb tampoco, pero sí que tenía algo de alguien que me sería útil. Desabroché la pulsera que Elhija me había regalado con cuidado de no romperla, pues a pesar de que ya no tenía ningún valor para mí, tampoco quería que se estropeara. Se la daría a él una vez que todo  acabase, no quería nada suyo.
Debido a los nervios, tardé varios minutos en completar el hechizo, pero al final, salió a la perfección. Una luz azul medio transparente apareció delante de mi indicándome el camino. Lo bueno de aquel hechizo era que solo servía para la persona que lo había realizado, por lo que si había alguien más siguiéndome o buscando el escondrijo de Gabriel, no le serviría de nada.
Seguí la luz a toda velocidad a través del bosque. Tardé relativamente poco en llegar a una casona blanca con porche, pero a mí se me hizo eterno. Si me quedaba alguna duda sobre si aquella era la casa de Gabriel, se desvaneció cuando vi el coche de Elhija aparcado en la puerta.
-Hijo de puta -espeté para mi.
Las luces estaban encendidas y se escuchaban voces en el interior, pero estaba pendiente de otras cosas como para prestar atención a lo que estaban hablando, bueno, más que cosas, eran personas. Dos tipos vestidos de negro se encontraban merodeando por la casa. Uno de ellos se giró hacia donde yo estaba y sobresaltada me agaché detrás de un arbusto para no ser vista. Rezaba para que no me percibiera por el olor. Me asomé entre las hojas y di gracias al cielo a que siguió dando vueltas en vez de venir a buscarme.
Estaba en racha. La casa tampoco tenía ningún hechizo de protección, algo muy descuidado por parte de mi hermano. Una bruja o un brujo eran capaces de percibir cuándo había un hechizo protector alrededor de un objeto. Ese objeto tenía un ligero brillo que lo hacía resplandecer por ciertas zonas y aquella casa, no tenía  resplandor por ningún lado. Aunque más que eso, lo que me preocupaba era encargarme de los dos esbirros sin hacer ruidos y levantar sospechas.


Me encontraba en un estado  semiinconsciente extraño. Podía percibir y escuchar todo lo que pasaba a mi alrededor, pero no podía moverme; era como si mi cuerpo estuviera muerto, pero mi alma siguiera dentro de mí, aunque lo mejor de ese estado era que me mantenía relajado a pesar de todo.
En mi cabeza se repasaban los acontecimientos una y otra vez, desde que Thessa se levantó de la mesa para ir a su habitación, hasta que Daniel se bebió mi sangre hasta caer inconsciente. Quizás fuera eso lo que me mantenía así, que mi cuerpo estaba recuperando la sangre perdida.
Me sentía estúpido por haberme confiado. Desde que los había conocido me había mantenido alerta con Elhija y Daniel y justo el día en el que debía estarlo incluso más de lo normal, les había abierto las puertas de mi casa y me la habían jugado. Sabía que debía de haber estado preocupado por mí y por lo que me pudiera pasar, pero en realidad en quienes pensaba eran en Thessa y Betsi. Después de todo, aquella chica, Betsi, me resultaba tan frágil que tenía miedo de que le pasara algo. A Thessa tampoco quería que le pasara nada, pero eran personas muy distintas, ella era luchadora y llevaba metida en este mundo mucho más tiempo que la otra y eso le otorgaba ventaja.
Escuchaba unas voces a mi alrededor, justo a mi lado. En un primer momento no sabía quienes eran, pero luego escuché la voz de Gabriel. El estado de tranquilidad se esfumó dejando el puesto a una rabia que me destrozaba por dentro. Ardía en deseos de levantarme y pegarle hasta matarlo, tanto a él como a Daniel y Elhija, a los cuales también me pareció oír.
-Sinceramente, nunca pensé que fueras tú el que me traicionaría -dijo una voz.
No me cabía la menor duda, ese era Gabriel. Le odiaba. Le odiaba con todas mis fuerzas por todo lo que nos había hecho pasar, ya no solo a Thessa o a mí, sino a todas las personas que se nos han ido acercando a nuestro circulo de confianza y habían sufrido por su culpa; como mi hermana pequeña.
-¿Ves? Solo hace eso porque sabe que no puedo defenderme. Nunca me esperaría esto de ti Daniel. ¡Éramos hermanos!
Aquella frase me hizo  olvidar  mis pensamientos y concentrarme en la conversación. ¿Qué demonios estaba pasando allí? ¿Por qué Elhija decía eso si estaba compinchado con aquellos dos?
-Tú lo has dicho, lo éramos, hasta que apareció esa furcia de Thessa. Era simple Elhija. Sólo tenías que distraerla, adentrarte en su vida... ¿cuánto llevamos planeando esto? ¿Cuánto hemos sacrificado? Y ahora vienes tú y lo estropeas todo.
Escuchar a Daniel llamar furcia a Thessa me hizo encolerizar más, pero no podía perder los estribos, no ahora. Estaba concentrado en la conversación, quería saber lo que ocurría; porque me estaba resultando aquello todo muy raro. ¿Es que Elhija y Daniel no eran hermanos?
-¿Yo? Yo no he estropeado nada, simplemente me he dado cuenta de las cosas. Acabarás como Pangroms y todo por tu codicia.
-No querido Elhija, eres tú quien acabará así.
No sabía quién era ese tal Pangroms, pero entonces lo entendí todo. Me había pasado todo el tiempo pensando que la amenaza era Elhija, cuando en realidad se trataba de Daniel con el que tenía que haber tenido cuidado. ¿Cómo no me había dado cuenta? Todo por los estúpidos celos.
*Tienes que salir de esta, se lo debes, vamos Caleb, despierta. ¡VAMOS!*


Me deslicé por entre la maleza que rodeaba al claro hasta llegar a uno de los árboles más cercanos a la casa. Trepé hasta la copa y salté al tejado con mucho cuidado para no hacer ningún ruido. Si había dos cosas que me encantaban de ser medio vampira eran la velocidad y el sigilo con el que me movía.
Después de pensarlo muy detenida mente; había llegado a la conclusión de que la mejor forma de acabar con aquellos esbirros era el factor sorpresa. Si era capaz de atacarles sin que ellos notaran mi presencia, entonces, estaría todo cantado.
Me acerqué al borde del tejado, fijándome bien dónde ponía los pies, pues muchas de las tejas estaban sueltas. Saqué la estaca del bolsillo de mi chaqueta y la aferré con fuerza, lista para lanzarme a por el primero. Conté hasta tres y me tiré encima de él.
Tan rápido como caí sobre su espalda, tiré de él y me lo llevé tras los arbustos. El vampiro seguía conmocionado por la sorpresa cuando le clavé la estaca en el corazón. Su piel se volvió gris pergamino y sus músculos quedaron inertes. Lo tumbé en el suelo y salí al claro para quedar a plena vista del otro.
Desde luego, aquellos guardianes no eran lo que podría decirse listos, solo eran puro músculo. Sí, eso les otorgaba fuerza, pero no es con la fuerza con la que se gana, sino con la astucia.
Cuando me vio, se quedó parado frente a mí, a unos cuantos metros de distancia. Cada uno estábamos en una punta de la casa, mirándonos fijamente el uno al otro. Le dediqué una sonrisa de suficiencia y salí corriendo hacia él y él hacia mí. Justo antes de que pudiera alcanzarme salté por encima de su cabeza para caer a su espalda. Pensé que eso me otorgaría ventaja y lo despistaría, pero no, no fue así. El tipo me agarró de la chaqueta justo cuando estaba en el aire y me lanzó contra el suelo. El impacto dolió, pero no tanto como cuando recibí un puñetazo en la sien que me nubló la vista. Por un momento pensé que estaba perdida, pero entonces recordé todos esos años de lecciones con Caleb.
El guardián me estaba agarrando el cuello, apretando mi tráquea e impidiéndome respirar. Me estaba ahogando, pero aún me quedaban fuerzas para más. Con las piernas, le asesté un rodillazo en medio de la espalda que me otorgó el tiempo y la ventaja suficiente para empujarle y quedar yo encima de él a horcajadas. El tío se revolvía con fuerza debajo de mí, pero mi cabreo era mucho mayor que le suyo y una Thessa cabreada, era una Thessa que sacaba fuerzas hasta de debajo de las piedras. No me molesté en buscar la estaca, simplemente hundí mi mano en la profundidad de su pecho hasta palpar el corazón y lo extraje con un pequeño chasquido. Los espasmos cesaron al instante.
-Sayonara baby -sonreí de lado-. Bien y ahora a por el importante.
Me levanté del suelo, me sacudí los pantalones y limpié mi mano ensangrentada y me dirigí hacia la casa.
Las luces seguían encendidas y las voces no habían dejado de sonar en su interior. Primero quería analizar la situación, por lo que me asomé con cuidado de no ser vista a una de las ventanas.
Gabriel, Daniel, Elhija y Caleb se encontraban en su interior, todo sería normal si solo estuviera Caleb maniatado, pero por el contrario, no era el único; Elhija también se encontraba tirado en el suelo. Estaban hablando de algo, pero no lo escuché; solo me preguntaba el motivo de que Elhija se encontrara así si era uno de los malos. Él había ayudado  distrayéndome con un beso mientras que el otro chico se marchaba con Caleb.
Como siempre, pensé que lo mejor de todo sería elaborar un plan, teniendo en cuenta que eran tres contra uno -no estaba segura de si eran tres teniendo en cuenta la posición en la que se encontraba Elhija, pero en ese caso, aún así me superaban en número- y que uno de ellos también contaba con la ayuda de la magia. Aunque esa idea se desvaneció cuando vi a Daniel metiendo su mano en el pecho de Elhija. Di un pequeño respingo acompañado de un gritito y mi instinto protector saló a la luz.
Dejé de darle vueltas y entré en la casa.

miércoles, 29 de enero de 2014

¿Crees en el destino?

Ese era el título de la encuesta que ha estado hasta ahora y la mayoría ha dicho que sí.
¿Queréis saber mi opinión? La daré de todas formas /( ^_^ )/.
Pues yo la verdad, es que ... no sé lo que que creo y con perdón de la palabra, no tengo ni puñetera idea de qué es lo que hay.
Por una parte creo que nuestro destino está marcado desde que nacemos. Toda la gente piensa que la vida perfecta es ir a clase, estudiar para tener un trabajo, labrarte un futuro, cuando seas mayor encontrar a tu ¨media naranja¨, casarte, tener un perro o un gato y junto con eso montones de hijos. Bien, pues en lo que a mí respecta: QUE LE DEN POR CULO AL FUTURO.
El futuro es esa cosa que planeas y luego te encuentras un bache en el camino que o una de dos; te lo jode o te lo mejora. Siempre pensamos que lo mejora, pero... ¿y si no te hubieras encontrado ese bache y todo hubiera sido diferente? 
Por eso es por lo que no creo en el destino, más bien creo que somos como una especie de serie de televisión o un juego de ordenador  y que alguien se lo pasa en grande manejando nuestras vidas. Nos dice qué hacer, cómo hacerlo y cuándo hacerlo. Lo sé, tengo una mente un poco divagadora, pero en realidad es lo que pienso.
Por otro lado sí que creo que el destino existe, que está esa persona a la que miras por primera vez a los ojos y sientes ese flechazo que hace que de hagan chiribitas las orejas. Pero ¿sabéis qué? ¡QUÉ MÁS DA! La vida es corta y fugaz, hay que vivirla y punto, sin pararte a pensar si una cosa es mejor que la otra o qué habría pasado si hubieras hecho esto y no aquello. Creo que las personas nos preocupamos demasiado y eso es algo innecesario; porque como dijeron dos sabios: Hakuna Matata, vive y deja vivir.

¨The Wrach¨

   Como dije en una entrada anterior, ¨Sin Nombre¨se acaba, pero eso no quiere decir que yo deje de escribir.
Estoy con un nuevo proyecto, se llama ¨The Wrach¨ y espero que tenga la misma cálida bienvenida que ha tenido ¨Sin Nombre¨. Ya sé que dije que hasta que no publicara el epílogo de ¨Sin Nombre¨no publicaría nada de la nueva, pero ya he creado la portada y sinceramente estoy muy ansiosa por publicarla ya, por eso no me he podido resistir y aquí la tenéis:
Es sencilla y simple, pero creo que eso es mucho más bonito que lo recargado. 
Es una portada provisional, no sé si se quedará esta, pero de momento, a mí, me ha encantado y espero que a vosotros os guste
también.
Un beso.

Capítulo 31.

Cogí la chaqueta y salí corriendo de la casa. No tenía coche, pero en cierto modo sabía que era una ventaja, el coche solo me retrasaría con el trafico y de la otra forma tardaría menos en llegar a la casa de Gabriel; al menos, pensaba que allí sería a donde Daniel se dirigiría con Caleb.
*Estúpido, estúpido, estúpido*. ¿Cómo no me había dado cuenta? Me había tragado la actuación de Daniel. Él estaba completamente cegado por Gabriel, siempre había creido que para él era como una especie de Dios, pero aquella mañana, cuando me dijo que yo estaba en lo cierto y que ambos le dejaríamos en la estacada, me lo había creído. Pensaba que había cambiado de opinión, que mis palabras le había abierto los ojos, pero había sucedido todo lo contrario. Solo se los había cerrado aún más. Tenía que haberlo sabido desde un principio.
Me dolía. Me sentía traicionado. Daniel había sido mi mejor amigo desde que tenía uso de razón y sin embargo me había dejado solo y se había ido con Gabriel. Tenía un vacío en el pecho que no sabía como llenarlo. Era como si una fogata se hubiera abierto paso hasta mi corazón y ardiera entre las llamas. Daniel, mi mejor amigo, mi hermano... me había traicionado. Desde que Gabriel nos convirtió no había vuelto a ser el mismo, pero nunca pensé que llegaría hasta eso.
Atravesaba las calles a toda velocidad. Por suerte no había nadie que pudiera verme y de todos modos, con a rapidez a la que iba, ningún mundano sería capaz de percibirme. En pocos minutos me planté en el bosque. Pensé que sería mejor atravesarlo ya que así llegaría antes a la casa de Gabriel. No sabía si se dirigía hacia allí a ciencia cierta; ¿pero a qué otro sitio iría? Rezaba porque verdaderamente se encontrase allí, porque sino, estaría perdido.
Me sentía mal con Thessa, sentía que la había traicionado. Tenía que haberme dado cuenta de las intenciones de mi amigo y sin embargo, lo había llevado de cabeza a su casa, dejando que atravesara el muro de protección y entregándosela en bandeja. Por una parte me sentía aliviado de que se hubiera llevado a Caleb y no a la chica; pero cuando Thessa se enterase estaría destrozada y lo peor es que yo no estaría allí para ayudarla; para entonces ya lo habría deducido todo y me odiaría.


-¿Gabriel? -mi voz salió de mi garganta como un susurro, dudaba de que el otro me hubiera escuchado.
-Muy lista -rió al otro lado del teléfono con una risa que me hizo estremecer-. ¿Lo has deducido por lo de hermanita? Lo sé, soy un amor de hermano.
Aquella llamada me pilló con la guardia baja. Aún seguía preocupada por el paradero de los chicos, pero esa parte se metió en una especie de caja en mi cerebro para dejar paso a la ira y el miedo hacia mi hermano. Las emociones salieron como un rayo. Noté con la fuerza con la que agarraba el aparato pegado a mi oreja, era tan grande que tuve que obligarme a aflojarlo si no quería quedarme sin móvil.
-¿Qué quieres? -mi voz sonó dura, aunque no tanto como me habría gustado.
-¿Es que un hermano no puede llamar a su única hermana para felicitarle la Navidad?
-Si tú y yo fuéramos una pareja de hermanos normales sí, pero no es que se de el caso.
-Me rompes el corazón querida ... -había demasiada actuación en esa frase, tanto que me resultó hasta nauseabundo.
-¿Tienes de eso?
No obtuve respuesta al otro lado. *Un punto para Thessa, cero para Gabriel*. A pesar del miedo que le tenía, no quería mostrárselo. Sí, puede que sonase estúpido, pero era como los perros. Dicen que los animales huelen el miedo y para mí Gabriel, era la definición perfecta de animal: duro, sin escrúpulos y sin corazón; vamos, lo que toda persona desearía tener en casa como mascota para sus hijos.
La sorpresa que me había llevado con su llamada fue tal, que ni siquiera reparé en la pregunta que me hizo nada más descolgar, la cual no paraba de resonar en mi cabeza. ¨¿No echas nada en falta?¨ ¿A qué se refería con que si no echaba nada en falta? ¿Acaso ahora le había dado por robar? No tenía sentido alguno aquella pregunta.
Repasé el salón con la mirada, fijándome en cada detalle por si veía algo fuera de lo normal, pero no era así. Todo estaba en su sitio, en un perfecto orden desconcertante e intranquilizador.
-Muy graciosa -habló por fin, sin un atisbo de la voz graciosa anterior-. Veremos a ver cuanto te dura.
-Oh, créeme, tengo chistes para un rato.
-¿A sí? ¿Se te ocurren a ti sola o te ayuda tu mascota Caleb?
¡Zash! Fue como un manotazo que me pegó en el cerebro haciendo que reaccionara. Pues claro que me faltaba algo, algo que no había parado de buscar desde que había salido del cuarto, bueno, mejor dicho, alguien. Caleb, Caleb era ese ¨¿no echas nada en falta?¨. Tenía razón. Las gracias pasaron a un lado y aquella caja que había guardado en el rincón más alejado de mi cabeza, se abrió sin que nadie se lo ordenara, saliendo a plena vista.
-Caleb... -susurré.
-Thessa - Betsi posó su mano en mi hombro, preocupada- ¿qué pasa?
No le contesté, no tenía voz ni fuerzas para ello. La idea descabellada que había tenido en un primer momento, cuando vimos que no había nadie más salvo Betsi y yo, no paraba de parpadear ante mis ojos como si de un cartel luminoso se tratase.
-Parece que ya te has dado cuenta -escupió Gabriel con sorna.
-¿¡Qué le has hecho, Gabriel!? -chillé llena de rabia.
-¿Yo? Nada, todavía.
-¡Hijo de p...
-No digas palabrotas hermanita, eso queda muy feo en una dama como tú.
Estaba preocupada, nerviosa y llena de rabia. Sentía cómo la rabia me consumía desde lo más profundo de mi ser y se habría paso para hacerse notar y su voz graciosa, con insinuaciones estúpidas y sornas, no me ayudaban a tranquilizarme.
-¿¡Qué quieres!? ¡Dime! ¿¡Qué quieres!?
-Sabes perfectamente lo que quiero Theressa -la gracia desapareció de su voz, dejando el puesto a la frialdad-. Te quiero a ti. Siempre ha sido así. Ven a mi casa, a entregarte... conmigo, sino... tu querido amigo sufrirá las consecuencias.
-¡Como le toques un solo pelo...
-Ahora mismo no estás en condiciones de amenazarme, hermanita.
Tenía razón, no estaba en condiciones de amenazarle. El tanto se había desmoronado, hacía un minuto yo iba ganando, pero ahora... ahora iba Thessa uno, Gabriel cien.
El corazón me iba a mil por hora, tenía que tranquilizarme. Necesitaba tranquilizarme para poder pensar con claridad. No podía dejar a Caleb en manos de Gabriel siendo a mí a quien quería. ¡No! Me negaba a ello. Él ya había sufrido bastante huyendo conmigo de un lado para otro mientras que mi hermano nos perseguía. Había dejado su vida por mí y ¿qué había hecho yo a cambio? Besarme con el primero que se me había puesto delante. Merecía lo peor.
-¿Qué tengo que hacer? -dije al fin con resignación.
-Ven a mi casa, en las profundidades del bosque, a unos metros del lago y Caleb será libre.
Fin de la llamada. Gabriel había colgado. Me quedé así, mirando a la nada aún con el teléfono pegado a la oreja. Desconcertada, abrumada, cabreada, asustada y un millón de cosas más. Me dejé caer sobre el sofá abatida.
-Thess... ¿quién era? ¿qué pasa?
No tenia palabras para contestarle. Quería hacerlo, pero mi voz no salía de mi boca. Las cuerdas vocales se habían visto aplastadas por el nudo que tenía en mi garganta y no permitían que emitiera ningún tipo de sonido. Solo pude negar con la cabeza.
-Thessa, por Dios, ¡dime algo! -se arrodilló ante mí y comenzó a zarandearme asustada.
A pesar del daño que me estaba haciendo, el cuerpo se negaba a reaccionar. Estaba aterrada, pero no por mí, sino por Caleb. Si le pasaba algo yo... yo nunca me lo perdonaría. Solo de pensar que se encontraba entre las sucias manos de Gabriel unas nauseas se hacían con mi estómago.
No puedo decir si fueron los zarandeos de Betsi, sus dedos clavándoseme en los hombros o las nauseas que sentía, pero rompí a llorar. Las lágrimas salían a borbotones de mis ojos. No veía nada, ni siquiera a Betsi que estaba delante de mí y dejó de moverme.
-Tiene a Caleb. Tiene a Caleb -dije entre sollozos por fin.


Para cuando llegué a casa de Gabriel, mi coche, el cual lo había cogido Daniel, ya se encontraba aparcado en la puerta. Ande con sigilo. Si conseguía que nadie se diera cuenta de que estaba allí ganaría muchos puntos, además, probablemente la casa estaría llena de los guardias de Gabriel y esos no se andaban con chiquilladas a la hora de encargarse de alguien.
Decidí, que lo mejor sería dar un rodeo a la casa y asegurarme de cuantos esbirros había por allí. Conté cuatro; dos en la puerta de delante y otros dos en la puerta trasera. No podía decir a ciencia cierta si solo estaban esos o por el contrario habría más escondidos entre la maleza, pero me aventuré y me lancé sobre ellos, quienes a pesar de que eran bastante fornidos y musculosos, su entrenamiento era pésimo. Por el contrario, yo, al haber estado viviendo en las calles, había estado expuesto a un montón de peligros siendo todavía un humano y me había visto obligado a defenderme. Quizás fueron los años de prácticas lo que me ayudó a que me resultara más fácil deshacerme de ellos.
A todos les pillé con la guardia baja. Fue sencillo y sin escándalos, simplemente me planté frente a ellos sin darles tiempo de reaccionar y les arranqué el corazón y así hice con los que se encontraban en la parte trasera de la casa.
Debía de reconocer que había sido sencillo, muy sencillo y me extrañaba mucho que solo hubiera cuatro guardianes conociendo lo paranoico que era Gabriel, aunque lo que no entendía era para qué necesitaba a gente que lo protegiera cuando él era más poderoso que un vampiro normal.
Un ruido me sacó de mis ensoñaciones. Los arbustos que se encontraban a mi izquierda empezaron a moverse. Había alguien ahí. Otros dos vampiros salieron de su escondite. *Claro, cómo no. ¡Serás estúpido! Pues claro que no había solo cuatro guardianes.* Estos eran diferentes. Mucho más grandes y fuertes que los otros, quienes a su lado eran como cagadas de mosca. Uno de ellos era calvo y con perilla, me recordó a Pangroms; y el otro medía como dos metros, con los brazos llenos de tatuajes.
-Buenas noches compañeros -sonreí con suficiencia levantando la cabeza hacia el cielo-. Se ha quedado buena la noche ¿verdad?
Escuché un gruñido procedente del calvo fornido antes de que se abalanzara sobre mí. Estuve rápido, pero no tanto como para esquivar el puñetazo que me lanzó contra la otra punta del claro. Unas estrellitas salieron ante mis ojos, impidiéndome el sentido de la visión, pero duró poco. Me puse en pié y desenfundé mis colmillos.
El otro tío, el de los tatuajes me contemplaba pensativo desde la otra punta, con los brazos cruzados mientras que el calvo corría a toda velocidad hasta mi. Esta vez no me pilló por sorpresa y ágilmente me aparté hacia un lado, dejando que el vampiro se empotrara de cabeza contra uno de los árboles. Aprovechando su confusión, le asesté una patada en la columna y le agarré de la camisa para lanzarlo por los aires. Al ver que su compañero se encontraba en apuros, el vampiro de los tatuajes decidió colaborar y vino a atacarme. Era rápido y fuerte, pero pude defenderme bien. Le agarré por la muñeca y lo inmovilicé llevándola a su espalda. Le pegué una patada en la parte posterior de la rodilla y calló al suelo. Era una técnica muy básica de auto defensa. Venía muy bien.
Por el rabillo del ojo vi al tío que había lanzado por los aires correr hacia mí, pero llegó tarde, para cuando me empujó ya tenía el corazón de su compañero entre las manos.
Me incorporé de un salto, esperando otro ataque del vampiro, pero no llegaba, había desaparecido. Desconcertado, di vueltas sobre mí mismo, buscándolo, pero no estaba por ninguna parte. Tonto de mí que no se me ocurrió mirar en las copas de los árboles. Noté un impacto que me tiró al suelo pero para cuando quise levantarme, noté un chasquido en la columna y todo se volvió negro.
No podría decir cuanto tiempo estuve inconsciente, por eso mismo, porque estuve inconsciente, pero el dolor de cabeza que tenía era atroz. El cabrón del guardia me había partido el cuello.
Poco a poco fui abriendo los ojos, vislumbrando pequeños fogonazos de luz que se movían de un lado a otro. Estaba tirado en el suelo, aunque a decir verdad, para ser un suelo, era bastante cálido. Intenté llevarme las manos a la cabeza, pero las tenía atadas tras la espalda. Forcejeé, pero desistí en ello. Se trataban de unas esposas empapadas en agua bendita que me quemaban allí donde rozaba mi piel. Cuanto más intentaba deshacerme de ellas, peor era el dolor en mis muñecas. Cuando mis ojos se adaptaron por fin a la luz, fui consciente de que estaba dentro de la casa, junto a la chimenea que había en el centro. Estaba solo, o al menos eso pensé yo hasta que me di cuenta de que Caleb se encontraba a mi lado, tumbado en el suelo y sin consciencia.

Aún estaba en estado se shok y lo peor de todo es que no podía parar de llorar. Me sentía débil e inútil y eso hacía que me enfadara conmigo misma porque no me gustaba sentirme así, lo despreciaba y más en esos momentos en los que debería haber salido corriendo detrás de Caleb.
No tenía un plan e ir sin un plan era algo absolutamente inútil, porque a pesar de que yo contaba con la magia, Gabriel también y él además tenía un séquito de esbirros a su disposición que no dudarían en hacerme picadillo. Había pensado en innumerables planes como atacar por sorpresa, hacer uso de mi magia y quedar la casa reducida a cenizas... pero ese era muy peligroso, necesitaría una cantidad de magia impresionante de la cual, a pesar de que disponía del collar de mi madre, no tenía.
Respiré hondo y empecé a contar, a veces eso, me tranquilizaba. *Uno, dos, tres, cuatro...*. Pasé las manos por mi pelo, desesperada sin saber qué hacer. Tenía que sacar a Caleb de allí, eso estaba claro, pero de alguna forma que no implicase que me entregase a Gabriel. *Doce, trece, catorce, quince...*. Aunque si en un momento dado tenía que hacerlo, entregarme a Gabriel, para salvar la vida de Caleb, no dudaría y lo haría. *Veintisiete, veintiocho, veintinueve...*.
Estaba como siempre; con la mirada fija en un sitio, ojos muy abiertos y resecos y pensando en la nada, bueno, en nada no, pensaba en cómo podía hacer para sacar a mi amigo-novio de las garras de mi hermano. *Cuarenta y nueve, cincuenta, cincuenta y uno...* Betsi me miraba sin comprender. No la estaba viendo, pero podía notar su mirada fija en mi nuca y me estaba transmitiendo su preocupación y eso no me venía bien. *Setenta, setenta y dos, setenta y tres...*. Quería hablarle, decirle lo que había pasado a ver si ella podía aportarme alguna idea, pero no podía, no después de todo lo que había pasado en tan poco tiempo. Sí, tendría que decírselo una vez saliera corriendo tras Caleb, pero me veía incapaz de hacerlo. *Noventa y ocho, noventa y nueve y cien*.
Como una bala, me levanté del sofá y subí corriendo las escaleras. Cogí unos vaqueros y una sudadera y me quité el precioso vestido que aún llevaba puesto. Si quería salvar a Caleb, por muy bien que me sentara aquel vestido, no era apropiado para la ocasión. Cogí las deportivas y aquello que nunca pensé que llegaría a usar; la estaca de plata que guardaba en la funda de la guitarra bajo mi cama.
Un vampiro normal muere cuando se le quema, se le corta la cabeza o es atravesado por una estaca de madera, pero Gabriel no era un vampiro normal, era medio brujo. Aquella estaca de plata tenía magia contenida en su interior. Mi madre la hizo para mi en un intento desesperado para protegerme. Gabriel no podía matarme a  mi, su poder estaba ligado con mi vida y era demasiado orgulloso y vanidoso como para perderlo; ansiaba poder y si lo quería, tenía que tenerme, pero eso no implicaba que yo no pudiera matarlo a él.
Betsi estaba de brazos cruzados en la puerta de mi habitación, mirándome muy seria y con el ceño fruncido.
-Mira, no sé que pasa, sé que estás mal, pero si no me lo dices no puedo ayudar.
-Es que no vas a ayudar -dije corriendo de un lado para otro de la habitación terminando de coger las cosas.
-¿En qué no voy a ayudar? ¡No sé qué es lo que pasa! ¡Hace un minuto estabas llorando desconsoladamente en el sofá y ahora estás corriendo de un lado para otro!
-Tiene a Caleb, Betsi... tiene a Caleb.
-¿¡Quién!? ¡Párate!
Su voz sonó tan autoritaria y tan potente que me paré automáticamente, sin pensármelo dos veces. Incluso me asustó y todo.
-Gabriel... -suspiré-. Gabriel tiene a Caleb.
-¿Qué? -sus ojos se volvieron como platos- Pero... cómo lo va a tener si...
-¿Si?
-Repasemos lo que ha pasado. Tranquilicémonos - eso no se lo creyó ni ella. Se sentó en la cama, pensativa y dio unos golpecitos en la colcha para que me sentara a su lado. Al principio vacilé, pero luego lo hice-. A ver, tú tienes un hechizo protector, ¿no es así?
-Ajá.
-Con el cual, no puede entrar nadie que no esté invitado.
-Ajá.
-Entonces...
No quería oír la respuesta. ¿¡Cómo había sido tan tonta!? Todo estaba claro. Si Gabriel no había sido, más que nada porque no podía entrar y Caleb no era tan estúpido como para entregarse en bandeja, sólo me quedaba una opción con dos nombres. Daniel y Elhija.
-Elhija.... -susurré a penas sin voz.
Sentí la pena en los ojos de Betsi al mirarme, ella tampoco se lo creía. No me lo podía creer, todo el tiempo Caleb se lo había pasado diciéndome que no tenía que fiarme de ellos y en cambio ¿qué había hecho? Tirarme a los brazos de Elhija. De Daniel no me dolía tanto la traición, pero de Elhija... era como si una aguja de punto me hubiera atravesado el corazón y me lo estuviera rasgando por la mitad. Me sentía dolida y traicionada. *¿Cómo has sido tan tonta? ¿Cómo?*. El recuerdo de sus labios sobre los míos afloró en mi memoria; sus manos sobre mi pelo y mi espalda acariciándome, el placer que había sentido y lo feliz que había sido por una milésima de segundo... *¡NO! ¡HIPÓCRITA!*.
Ahora todo tenía sentido, el beso solo había sido una distracción.




martes, 28 de enero de 2014

Capítulo 30

Hacía unos minutos, los labios de Elhija estaban sobre los míos y segundos más tarde, nos encontrábamos bajo la mirada acusadora de Betsi. Yo solo quería morirme. ¿Qué había hecho?
Sentía cómo mis mejillas se iban poniendo cada vez más rojas, tanto que tenía la sensación de que de un momento a otro acabarían explotando por la presión. No me atrevía a mirar a ninguno de los dos a la cara. Solo quería meterme bajo las sabanas y despertar de aquel horrible sueño. Pero... ¿en qué estaba pensando?
Levanté con sigilo la cabeza y vi que Betsi seguía mirándome con ojos acusadores. No la culpaba por ello, en realidad merecía que me chillara y me dijera lo mala novia o amiga que era. Lo necesitaba. Pero tenía la impresión de que me iba a castigar con su silencio, al menos hasta que Elhija se marchase y quedáramos las dos solas. En ningún momento había reparado en Caleb; en lo que eso suponía para él, para nosotros y para nuestra relación. No cabía duda, había metido la pata hasta el fondo.
-¿Alguien puede explicarme qué cojones está pasando aquí? -un susurro enfadado salió de los labios de Betsi, que cerró la puerta tras de sí.
Ni Elhija ni yo respondimos, yo simplemente volví a agachar la cabeza avergonzada. Y realmente lo estaba. Avergonzada, enfadada y decepcionada conmigo misma. Me había dejado llevar de una forma muy poco habitual en mí. Sí, era impulsiva  la mayoría de las veces y no llevaba cuentas con nadie, pero no era de mí de quien estábamos hablando, sino de Caleb. Era por él por quien me sentía así. Estaba claro que no iba a perdonarme aquello.
Miré a Elhija de reojo y me sorprendí al hacerlo. A diferencia de mí, él estaba tranquilo y normal, como si allí no estuviera pasando nada. Tenía una expresión que irradiaba felicidad y a decir verdad, eso me chocó.
-¿Es que no pensáis contestarme? -insistió mi amiga malhumorada.
-Bueno, qué decir - se rió Elhija- tú misma lo has visto. ¿Es que no sabes lo que es un beso?
Betsi le fulminó con la mirada y de no ser porque se estaba conteniendo las ganas, le habría partido el cuello sin dudarlo.
-Mira -le dijo acercándose a él- mejor será que te vayas de aquí antes de que responda. ¿Nunca te han dicho que los neófitos enfadados no son nada buenos?
-Sí, pero dudo que uno como tú sea capaz de hacer algo a alguien como yo.
-No me tientes - gruño entre dientes.
-¿O qué? 
-¡Basta ya! -grité por fin.
Los dos me miraron con sobresalto, no se esperaban que reaccionase así después de mi silencio y nerviosismos. Pero como ya he dicho, también estaba enfadada. Muy enfadada.
-Elhija será mejor que te vayas -me acerqué al chico y le llevé a la puerta empujándole por los hombros.
-Creo que...
-Luego hablaremos de esto -dije cortante.
-Thess, yo...
-Elhija, de verdad -mi tono de voz era suplicante, al igual que mis ojos- ahora no.
Pareció captarlo. Él a pesar de su apariencia, pude fijarme de que había una guerra librándose en su interior. Sus pupilas estaban dilatadas y un pequeño brillo le asomaba por el borde de su pupila. 
-Está bien -asintió y me besó en la mejilla- te llamaré luego.
Sinceramente, no era algo que me apeteciese, simplemente quería desaparecer. Pero si no le decía que sí, no se marcharía y podía notar la penetrante mirada de Betsi en mi nuca; esa mirada que decía ¨la has cagado, te voy a matar¨, a si es que me limité a asentir con una sonrisa fingida.
Me incliné sobre mis puntillas antes de cerrar la puerta para ver qué estaban haciendo Caleb y Daniel y si ellos habían sido conscientes de lo que había pasado en mi cuarto, pero no estaban. Con un leve suspiro, entré y cerré.


La sensación de euforia que me recorrió el cuerpo cuando sentí que Thessa me correspondía el beso, había sido lo mejor que había sentido en mi vida. A pesar de que no había durado mucho debido a la interrupción de Betsi, estaba seguro de que algo había cambiado entre nosotros; para bien. No obstante, sabía que probablemente estaba metida en un lío debido a su situación amorosa con Caleb, pero en esos momentos me daba igual el otro chico, a decir verdad, me importaba un comino.
Mentalmente me sentía fuerte y lleno de valor. Tanto, que estaba dispuesto a acabar con mi batalla interna. Iba a ir  a ver a Gabriel y a decirle que esto se había acabado. Que lo dejábamos, tanto yo como Daniel; que estábamos hartos de sus órdenes y que Thessa no se merecía aquello. 
Estaba feliz. Feliz por haber elegido el camino correcto. No sabía si Thessa se sentía igual que yo, si había sentido lo mismo que yo con nuestro beso, pero yo lo estaba, estaba feliz. 
-Daniel -le llamé cuando terminé de bajar las escaleras, aunque para mi sorpresa, no había nadie allí-. ¿Daniel?
*Qué raro...* No había nadie, absolutamente nadie. Los platos habían desaparecido de la mesa, solo estaba el mantel y las velas, pero estas ya estaban apagadas. Me asomé a a la cocina, pero tampoco había nadie, solo un montón de platos y cubiertos sucios apilados en el fregadero.
-¿Dónde coño se han metido? -dije para mí como si alguien fuera a salir de la nada y a contestarme.
Abrí el ventanal y salí fuera, al balcón, para comprobar si estaban en la calle, pero no; tampoco había nadie, solo gente que iba con sus regalos de última hora. Estaba echando un vistazo a la calle de arriba a abajo cuando reparé en que mi coche no estaba. *¿Pero qué...?*.
Por un momento se me pasó por la cabeza que lo había aparcado en la calle contigua, que todo era pura coincidencia, pero estaba seguro de que no; de que lo había aparcado justo enfrente, junto al coche rojo. Llevé las manos a los bolsillos de mis pantalones, pero solo tenía el móvil. Una sensación de malestar y nerviosismo empezó a apoderase de mí, que me decía que algo no iba bien, incluso una idea asomaba por mi cabeza, pero deseaba que no fuera así.
Corrí hasta el perchero donde estaba mi chaqueta, esperanzado de que quizás las llaves se encontraran allí, pero lo único que encontré fue un trozo de papel. Al principio lo arrugué y lo lancé al suelo, pero luego caí en que no era un simple trozo de papel, sino que se trataba de una nota.
Me agaché y lo cogí para desarrugarlo. Efectivamente se trataba de una nota, la cual, carecía de sentido. Tuve que leerla varias veces, pues no entendía lo que ponía, pero cuando lo entendí, me maldije a mi mismo.
"Ya está todo hecho. No te preocupes por nada".

Me quedé mirando la puerta fijamente, como si allí se encontrasen las respuestas a todas mis preguntas, aunque en realidad solo era una superficie lisa y marrón, como lo que era, una puerta.

Sentía la mirada de Betsi agujereándome la nuca y por eso mismo no quería mirarla a la cara, no podía hacerlo. Me sentía mal por sentirme bien.
Mi cabeza no paraba de recordar el beso una y otra vez. Las manos de Elhija enredando en mi pelo mientras me apretaban más contra él. Sus labios sobre los míos... recordarlo me hizo estremecer. Sabía que aquello había estado mal, pero lo peor de todo es que me había gustado. Había querido hacerlo.
-Bueno qué -cortó Betsi el silenció con una voz claramente enojada- . ¿Me vas a contar qué es lo que ha pasado aquí?
Ni siquiera sabía por donde empezar, aunque tenía que reconocer que el hecho de que me hubiera hablado y hubiera sido ella la que había roto el silencio me había quitado un pequeño peso de encima.
Muy lentamente, comencé a girarme sobre los talones para mirarla y quedar de frente. Agradecía que Betsi se encontrara casi en la otra punta de la habitación, aunque no le llevaría ni un segundo cruzarla.
-Sinceramente.... -susurré con la cabeza gacha- no lo sé.
-¿Que no lo sabes? -sonrió irónica- Pues a mi me parecía que sabías perfectamente lo que hacías, ¡vamos, que tenías tu lengua metida hasta su tráquea!
-Mira, bastante mal me siento ya como para que me chilles ¿sabes?
Cansada de todo aquello, me dejé caer sobre la cama, con medio cuerpo fuera y las manos tapándome la cara.
-Es que... es que no lo sé -solo sabía negar con la cabeza- no lo sé. Ha sido todo muy rápido. Entré, vi un regalo sobre la almohada...
-¿Un regalo? -al parecer se había dado cuenta de cómo lo estaba pasando y su voz sonó más amable. Se sentó a mi lado.
-...sí, esta pulsera -levanté la mano en la que se encontraba el abalorio para mostrárselo- y él me dijo que le recordó a mí, por eso me la regaló y bueno... una cosa llevó a la otra y ya sabes el resto.
-Thess... -negó con un gesto- yo sabía que esto tarde o temprano acabaría pasando.
-¿Qué? -me incorporé de un salto.
-Sí... venga ya, ¡no jodas! No soy tonta, os observo.
-¿Me observas? -bromeé para restar importancia al asunto, pero como respuesta solo obtuve una mirada de desaprobación.
-Ya te he dicho que he visto cómo te mira Elhija.
-Y... ¿cómo me mira?
-Como si tuviera que protegerte, no sé -se encogió de hombros- se preocupa por ti, le gustas.
Aquellas palabras me hicieron recordar la conversación que el chico y yo tuvimos en el bosque, cuando me dijo que me había seguido porque se preocupaba por mi.
Ladeé la cabeza para poder mirar a Betsi. Ella me miraba con compasión, como si se apiadase de mí y lo entendiera, pero ni yo misma lo hacía.
-Cuando te he dicho esta mañana que Elhija nunca te haría daño, lo decía en serio -continuó.
-Ya... no sé... supongo, pero lo que he hecho yo... está mal. Estoy con Caleb, quiero a Caleb...
-¿Segura? -enarcó una ceja.
-¿A qué te refieres? -pregunté dubitativa.
-No sé, a que si has hecho lo que has hecho con Elhija, quizás es que no quieras tanto a Caleb -levantó las manos en señal de stop, sabía que iba a cortarla- espera, déjame acabar. Me refiero en ese aspecto, en el tema amoroso. No sé -se encogió de hombros- quizás hayas confundido sentimientos y no te guste tanto, solo... le quieres, mucho, pero como un amigo.
-Quizás, no sé ...
Aparté la mirada para quedarme fija en un punto de la habitación. Siempre me era más fácil pensar cuando hacía eso. Miraba fijamente a un sitio, sin pensar en nada, dejando a mi mente organizarse sola y con los ojos muy abiertos. No los cerraba hasta que notaba que la sequedad era demasiado extrema.
-Cuando pones esa cara me das mal royo -dijo Betsi a mi lado.
-Lo sé, es una manía que tengo. Así pienso mejor.
-Luego la rara soy yo...
Ignoré su comentario, era lo mejor.
Quizás Betsi tenía razón y solo había confundido sentimientos, aunque por otra parte me gustaba estar con Caleb, no era que nuestra relación hubiera cambiado mucho, solo que ahora teníamos el royo del sexo y los besos esporádicos a escondidas, aunque  eso era algo que me gustaba. Recordar la primera vez que lo hice con Caleb, no hacía muchos días, pues fue el día de mi cumpleaños; aquel día tan desastroso en el que Gabriel me encontró, convirtió a Betsi en vampira y tuve un accidente con el coche; me hacía sentir sexy, atractiva y querida, el sexo con él era diferente a como había sido con otros chicos. Había amor. Pero a la vez, en cierto modo, le echaba de menos como amigo. Él no se merecía lo que había hecho.
Por otro lado estaba Elhija. Ese chico que podía ser tan desesperante y atento al mismo tiempo. Tenía algo; algo que me llamaba la atención. Un toque misterioso que me atraía y me hacía sentir bien, como si nada malo pudiera pasarme con él. No lo conocía de hacía mucho, pero en ese tiempo se había mostrado tan protector conmigo... El día que lo vi por primera vez en la tienda de abetos cuando Caleb y yo fuimos a comprar uno y se hizo pasar por un humano, el día que desperté en su casa tras el ataque de los esbirros de mi hermano, cuando me miró con aquellos ojos el día de mi cumpleaños... Ains, esos ojos oscuros que hacía que me perdiera en ellos. Eran como un pozo sin fondo que te invitaba a tirarte a él.
¿Por qué todo era tan complicado? Si algo saqué de todo aquello era que no tenía nada claro y que necesitaba pensarlo todo detenidamente, pero lo más importante era decirle a Caleb lo que había ocurrido. Merecía saberlo.
-¿Dónde está Caleb? -la miré levantándome de la cama.
-¿Cómo que dónde está? Abajo.
-¿Dónde? -volvía a preguntar estañada- Cuando he abierto la puerta para que Elhija se marchara no había nadie abajo.
-Pero si cuando yo he subido estaban de cháchara ... -miró a la puerta de reojo, como si una idea se estuviera formando en su mente.
-Pues no están.
-¿Están? ¿En plural?
-Sí -asentí-. No había nadie abajo.
Las dos nos miramos muy serias. Nos quedamos así varios segundos y luego miramos a la puerta. Las dos sabíamos que algo no iba bien, pero no sabíamos el qué.
Sin mediar palabra, salí de la habitación y me incliné sobre la barandilla del balcón interior para poder ver también el interior de la cocina. Pero nada, no había nadie. La mesa estaba despejada, ni un solo plato sucio.
Me giré para quedar de nuevo frente a Betsi quien seguía sentada en la cama mirándome muy atentamente.
-No hay nadie...
-Pero qué... -se levantó para llegar hasta mí. Hizo lo mismo que yo, se inclinó sobre la barandilla y seguidamente me miró con seriedad- ¿Dónde se ha metido todo el mundo?
-Buena pregunta -la felicité con ironía-. Eso mismo me gustaría saber a mi.
Algo estaba pasando, algo que no me estaba gustando ni un pelo. Todo el mundo había desaparecido de repente y ni Betsi ni yo teníamos idea de por qué o a dónde habían ido. Era como si al entrar en la habitación nos hubieramos vuelta ajenas a lo que nos rodeaba.
Me dispuse a andar cuando me pisé el cordón desabrochado de mis zapatos y estuve apunto de tropezar, por suerte tenía mis reflejos vampíricos y me agarré a la barandilla para no caerme.
-Estúpidos zapatos -espeté tirándolos contra el suelo con genio.
Una vez abajo, me asomé al balcón a ver si había alguien o si ellos estaban en la calle. No se me ocurria ninguna idea sobre qué podían estar haciendo en el exterior con el frío que hacía, pero tampoco se me ocurría el por qué había desaparecido todo el mundo. 
Nada, en la calle no había ni un alma. Todo estaba en silencio y solo se escuchaba el viento que soplaba con fuerza empujando los copos de nieve. Sí, estaba nevando. Otra vez.
-¿Qué? ¿Algo?
-Nada -dije decepcionada al entrar de nuevo en el salón-. Esto no tiene ningún sentido. 
-Lo sé.
Repasé toda la sala con la mirada, buscando algún signo que me indicara qué había podido ocurrir, si habían discutido o algo, pero todo estaba en su sitio. Cuando llegué al perchero me paré. No estaban ninguno de los abrigos de los Stefsons, ni el de Elhija ni el de Daniel; aunque la chaqueta de Caleb sí que estaba allí.
-No están sus abrigos.
-¿Qué? 
-Eso, que no están sus abrigos.
Me acerqué al perchero, algo nerviosa, aquella situación no me estaba gustando ni un pelo. Rebusqué, tirando un par de chaquetas al suelo. Pero nada, allí no había nada, solo mis chaquetas y las de Caleb. Recogí las que se habían caído, volviéndola a colocar en sus respectivos lugares cuando vi un papel arrugado en el suelo. Lo cogí y lo abrí. 
La letra era bastante alargada y no entendía muy bien lo que ponía. Tuve que leerlo un par de veces para comprenderlo, pero aún así, carecía de significado.
-¿Qué es eso? -Betsi se inclinó sobre mis hombros para leer.
-No lo sé, estaba en el suelo.
-¿Qué pone? Vaya letra fea.
-Pues... creo que pone que ya está todo hecho, que no me preocupe por nada. No sé qué significa.
-¿Qué ya está todo hecho? ¿El qué?
-No lo sé Betsi -respondí con demasiada brusquedad. Hasta yo misma me asusté.-. Perdón... es que no lo sé. No sé dónde está todo el mundo ni qué es lo qué está pasando. Quizás sea de Elhija o de Daniel... -tiré la nota sobre la mesita restandole importancia-. No veo nada fuera de lo normal que me indique que haya pasado algo, está todo en perfectas condiciones. Seguro que no están gastando una broma. ¡Chicos, salir ya! ¡Esto no tiene gracia!
Como me esperaba, nadie contestó, Ni un solo ruido a parte de mi corazón acelerado. Me estaba poniendo nerviosa y de mala leche. Más lo segundo que lo primero, porque probablemente todo aquello estaba siendo una broma de los tres y tanto Betsi como yo nos estábamos preocupando por nada.
-Mira, lo mejor será que nos sentemos a esperar... -me senté en el sofá.
-Sí. Sera lo mejor.
Betsi se sentó a mi lado y las dos nos quedamos calladas sin decir ni pio. El silencio que había era abrumador, pero no tenía ganas de hablar. Habían pasado muchas cosas aquella noche y solo quería hablar con Caleb, zanjar el asunto del beso y a ser posible irme a dormir cuando antes.
Sonó un ruido. Como si algo chocase contra otro algo. Era un movil, pero no estaba en el salón, sino en otra estancia de la casa.. Miré a Betsi y esta me miró a mi. Las dos nos encogimos de hombros y miramos por toda la sala para ver de dónde procedía el ruido.
-Creo que es el mío -se levantó de mi lado y fue a toda prisa a mi habitación-. ¡Thessa, es el tuyo! ¿¡Qué hago!? ¿¡Lo cojo!?
-¡Sí!
Una ráfaga de aire se levantó a mi lado cundo Betsi bajó las escaleras con el teléfono pegado a la oreja.
-¿Sí? ¿Diga? ¿Hay alguien ahí?
-¿Qué pasa?
-No sé -hizo un gesto de encogimiento con los hombros- no contesta nadie.
-A ver, trae -me levanté y le quité el teléfono de las manos-. ¿Sí?
Betsi tenía razón, no se escuchaba nada al otro lado, solo una respiración profunda y entrecortada. Colgué.
-Será algún gilipollas gastando bromas -lo solté sobre el sofá y volví a sentarme-. Espérate si no son estos tres.
El teléfono volvió a sonar. En un principio no quise cogerlo, porque intuía que volvería a pasar lo mismo, perp al final lo descolgué.
-¿Sí? ¿Quién es? -pregunté mosqueada.
Nada, nadie contestaba al otro lado y mi enfado iba aumentando por momentos.
-Oye mira, si es alguna bromita estúpida, has llamado en mal momento. Llama a otro número.
Me disponía a volver a colgar de nuevo, cansada de aquellas estupideces cuando escuché una voz al otro lado.
-Hola, hermanita. ¿No echas nada en falta?


lunes, 27 de enero de 2014

¨Sin Nombre¨llega a su fin.

Sí chicos y chicas, tristemente ¨Sin Nombre¨llega a su fin, pero eso no quiere decir que las aventuras de Thessa, Caleb, Betsi, Elhija, Nathe, Daniel y Gabriel acaben con este punto y final, porque no será así, posiblemente haya segunda parte.
Esta entrada es para explicar que bueno, como solo quedan 5 capítulos más, los voy a subir de seguido, porque creo que merecen ser leídos de golpe, por lo que subiré uno por día.
Con esto no quiero decir que deje de escribir, porque no lo haré, tengo pensado otra novela que estoy empezando a escribir y publicaré próximamente junto con el epílogo de ¨Sin Nombre¨.
Un besito a todos ^^.

Capítulo 29.

Lo tenía claro. Mi cabeza era una completa maraña de sentimientos, deberes, honor... estaba todo patas arriba y tenía que decidirme de una vez en qué bando iba a quedarme. No podía estar sintiéndome mal por hacerle lo que le estaba haciendo a Thessa y a la vez sentirme como si le debiera algo a Gabriel. Sí, le debía mi vida, mi nueva vida, pero esa deuda había quedado saldada hacía ya mucho.
Después de salir de casa de Thessa, me fui directamente a casa, mi día había sido agotador y teniendo en cuenta lo que había pasado el día anterior, no me vendría mal echarme un rato y descansar, al menos, eso tenía pensado.
La casa estaba tal y como la había dejado, algo más limpia, señal de que ya había pasado por allí la mujer de la limpieza. Daniel estaba despatarrado en el sofá , frente a la chimenea con un libro entre sus manos.
-¿Qué lees? -me dejé caer junto a él.
-¨El club de los poetas muertos¨ -dijo sin levantar la mirada de las páginas.
-Boh, menudo tostón.
Hacía un par de años me lo había leído, bueno, había empezado a leerlo, eso era lo que contaba. No lo había terminado de leer, me había resultado un poco castaña.
-Cada uno tiene sus gustos, querido amigo.
*¿Qué está pasando aquí?* Me resultaba muy raro aquella situación. Normalmente después de venir de hablar con Gabriel, ya que no era la primera vez que hablaba conmigo sobre ese tipo de cosas, me avasallaba a preguntas. Daniel sabía que Gabriel y yo eramos tipos muy similares en cuanto al carácter. Odiábamos que nos diesen órdenes y nos gustaba ir por libre, por eso la mayoría de las veces discutíamos tanto; incluso una vez, en 1945,  acabamos enzarzados en una pelea. Los dos acabamos muy mal parados.
-¿Qué pasa?
-¿Qué pasa de qué? -ni siquiera se molestó en mirarme.
-No sé, dímelo tú -me encogí de hombros-. Normalmente sueles inundarme a preguntas.
-Ya, pero como estás últimamente...
-¿Cómo que como estoy últimamente? -mi voz sonó dura y tajante.
-En fin... adiós a mi mañana de lectura -con un suspiro, cerró el libro y lo apartó a un lado-. Pues eso Elhija, que últimamente no pareces tú. Tienes un humor de perros, no paras de discutir, de contradecirte a ti mismo, desobedeces a Gabriel...
-A mi nadie me da ordenes -le corté con brusquedad-. Estoy muy harto del jueguecito este que se trae. Nos manda a nosotros a hacer el trabajo sucio. Sinceramente pienso que se está riendo de nosotros, además, ayer le pregunté a Thessa su historia con su hermano.
-¿Y?
-Gabriel nos ha mentido.
-O Thessa te ha mentido a ti -puso los ojos en blanco.
-Dudo que Thessa me mintiera -negué con la cabeza- no tiene motivos para hacerlo.
-¿Y qué te hace pensar a ti eso? Mira... no sé qué te traes con ella, pero Gabriel se está empezando a mosquear.
Yo si que me estaba empezando a mosquear. Realmente Gabriel nos trataba como a sus marionetas, fingiendo que éramos sus amigos. No reconocía a Daniel, estaba tan cegado con él.... ¿de verdad yo era igual?
-Y yo me estoy empezando a mosquear también. ¿¡No te das cuenta de que nos maneja!? -no pude evitarlo más y acabé gritándole.
-¿Qué? -Daniel me miró muy perplejo- ¿Qué hablas?
-Pues lo que oyes -me levanté del asiento muy cabreado, no con él, sino conmigo mismo-. Esta mañana se ha cargado a Pangroms y solo porque Thessa le venció en el bosque.
-¿Qué? Él no nos haría eso a nosotros....
-¿Qué te hace pensar eso? ¡Dime! Estamos tan metidos en su papel, tan cegados por él que pensamos que es... ¨un Dios¨. Sí, él nos salvó la vida, pero por puro egoísmo. ¡Está solo! Nos manda a hacer los trabajos sucios y si los hacemos mal, nos castiga. ¿Te recuerdo lo que te hizo a ti cuando....
-¡Basta ya! -gritó poniéndose a mi altura- Elhija, lo estás exagerando todo.
-¡No! ¡No lo estoy exagerando y lo sabes! Y si en vez de Pangroms hubiera sido yo.... y si me hubiera matado a mi.
-Él nunca te haría eso -susurró negando con la cabeza-. Él es como nuestro padre...
-¿Qué te hace pensar eso Daniel? Dime, porque .... te entiendo, entiendo que estés confuso y no lo veas, pero esto no viene de ahora, yo me he dado cuenta hace mucho tiempo pero ahora... ahora es distinto, no sé...
Me sentía vacío por dentro, como si una parte de mi la hubieran arrancado sin piedad. En parte no quería asumir lo que le estaba diciendo, en parte quería a Gabriel como un hermano más, desde que mi vida como vampiro comenzó; él fue el que nos enseñó a Daniel y a mí todo lo esencial; él fue quien nos transformó. Nos acogió como si fuéramos parte de su familia, pero tenía razón... solo nos estaba utilizando. Gabriel ya no tenia alma ni salvación. Era un monstruo. Y eso me dolía, me quemaba por dentro el hecho de admitirlo.
-Sabes... siempre he querido ser como tú -aquello que  soltó, me impactó como una bofetada en la cara- ir por independiente, no depender de nadie... eres capaz de plantarle cara a Gabriel, pero en cambio yo...
-Tú también, hermano -le agarré con fuerza por los hombros-tú también.
-Yo no soy como tú Elhija... soy mucho más débil.
-No digas tonterías -le sonreí amistosamente para quitar algo de tensión- siempre puedes apoyarte en mi.
-Pero....
-¿Qué?
-¿Qué va a pasar a partir de ahora?
-No lo sé.... -susurré- solo sé que permaneceremos juntos.
-Sí, pero si vamos y le plantamos cara, quizás acabaremos como el brujo. Muertos.
Daniel tenía razón. Teníamos que ser astutos y pensar bien nuestros movimientos antes de actuar, porque  si permanecíamos junto a Gabriel seguiríamos en las mismas, pero si lo dejábamos solo... los que acabaríamos mal seríamos nosotros.
-Ya se nos ocurrirá algo, de momento -le solté y le pegué un pequeño empujón en el hombro- arréglate, tenemos una cena.
-¿Una cena?
-Sí, en casa de Thessa. Betsi nos ha invitado a cenar con ellos. Creo que nos vendrá bien distraernos...
-Sí -sonrió-. Esa chica...
-¿Qué? -le corté alerta.
-Thessa... te ha cambiado por mucho que digas que no.
-No seas gilipollas. Sigo siendo el mismo bombon de siempre.
-Sí bueno.... -puso los ojos en blanco- ah.... hablando de distraerse... ayer estaba con una chica, ya sabes, necesito distraerme y...
-¿Qué has liado esta vez y cuánto nos va a costar?
-Un mueble nuevo -señaló hacia la otra punta de la sala., donde debería haber una estantería con libros, que ya no estaba.
-No sé qué voy a hacer contigo de verdad -me reí negando con la cabeza.


-¿Te acuerdas que te dije que eso de los súper-sentidos era una pasada? -su voz sonó algo asqueada.
Betsi y yo estábamos en mi habitación buscando algo que ponernos. Bueno, más que ponernos... ponerse, yo ya sabía que me pondría para la cena, pero ella aún no lo había decidido y con eso de que la ropa se la tenía que dejar yo...
-Ajam, ¿qué pasa?
No le estaba haciendo mucho caso, en realidad estaba contemplando el magnífico vestido que me iba a poner. Era azul marino, con piedrecitas como de pulpurina. La tela era de tutú y tenía un ribete en la cintura haciendo que la falda cayera hacia abajo con algo de vuelo. Era precioso. Me lo compré hacía un par de años atrás pero no había encontrado nunca una ocasión para ponérmelo. No es que fuera una ocasión especial, solo era una cena con Daniel y con Elhija, pero aún así, me apetecía ponerme guapa.
-Pues... -la miré a tiempo de ver que me estaba dedicando una mirada de odio absoluto- ¡que he escuchado todo!
-¿A... qué te refieres con todo? -pregunté aún sabiendo la respuesta.
-A ti, a Caleb.... ñiqui ñiqui -hizo un gesto con las caderas y las manos muy gracioso, aunque el hecho de que me hubiera escuchado teniendo sexo con Caleb, no era algo que me agradara.
-Uh... je je lo ... sientuuuu -la miré con carita de pena, aún con el vestido entre las manos, pero ella solo sabía mirarme con  odio-. ¡Joder! ¡Lo siento! Ha sido él, yo le dije que parara que nos ibas a escuchar pero...
-Ya, pues yo no he oído que estuvieras muy por la labor de dejarlo eh -me cortó sin dejar que acabara de excusarme.
-Ok -la miré de reojo y me levanté de la cama para acercarme a ella-. Cambiando de tema, ¿ya sabes que te vas a poner?
-No. No tengo ni idea, es que todo me va a quedar grande.
-A ver, quita -la empujé hacia un lado para dejarme a mi meterme en el armario.
La verdad es que la chica tenía razón; todo le iba a quedar grande, aunque quizás si encontraba alguna camiseta que a mi me quedase larga, ella podría ponérsela de vestido. Estuve un rato con la cabeza y medio cuerpo metidos literalmente en el armario hasta que por fin, di con lo que buscaba.
-Toma, pruébate esto -le lancé la ropa- a mi me quedan pequeños.
Eran unos shorts anchos, de esos que se llevaban por encima del ombligo y una camisetas de esas que eran como un corsé, bueno, más que camiseta, era un sujetador ancho. No pareció hacerle mucha gracia. Se quedó mirándome a mí y al conjunto de forma intermitente con el labio levantado en señal de desagrado.
-¿De verdad? -arrancó por fin- ¿Tú te piensas que a mi me pega esto? ¡Pero mírame! ¡Si soy una mezcla entre emo y punk!
-Eso o nada -le dije muy seriamente cruzándome de brazos.
-Esta bien... -asintió con resignación- ¿Qué hora es?
-Las seis, a si es que date prisa en la ducha, a ver si soy capaz de arreglarte esos pelos que tienes.
-¡Eh! -gritó ofendida- ¿Qué tiene de malo mi pelo?
-No me hagas de responder a eso. Y ahora... -la agarré de los hombros para obligarla a dar media vuelta y la empujé hacia la puerta del baño- lárgate a la ducha mientras que yo me arreglo. Te recuerdo que esto ha sido idea tuya.
Antes de irse, se canteó para sacarme la lengua y se marchó de una vez por todas.
-Ains... esta Betsi -susurré para mi.
-¡TE HE ODIO! -gritó desde detrás de la puerta.
-¡QUE TE DUCHES!
Me dejé caer sobre la silla del tocador, indecisa sobre cómo maquillarme. Sí, solía pintarme la raya del ojo todos o casi todos los días, pero a la hora de las sombras y los coloretes, no se me daba muy bien elegir. Siempre había pensado que la mejor época en cuanto a maquillaje se refiere, era la Moderna. Simplemente con empolvarte la cara de blanco, estabas guapa. Echaba de menos esos vestidos largos y pomposos; los castillos y los bailes de máscaras.
*En fin, comencemos*. Tras varios minutos, decidí por recurrir a los clásico en mí; la base del maquillaje y los ojos ahumados. Esa técnica era un poco difícil e invertía bastante tiempo, pero luego una vez acabada, los ojos parecían el doble de grandes y bonitos, además, resaltaba con mis dos tonos de ojos. Repasé mis labios con rojo, apliqué un poco de rímel a mis pestañas y estaba lista.
Me veía muy rara, quizás fuera porque me había acostumbrado a mi pelo normal, osea, a llevarlo rizado y sin arreglar junto con el lado rapado y que lo llevara liso y con la raya al medio, me impactaba mucho, pero me veía guapa, al menos a Caleb, le gustaba así. Ya me había dado su opinión antes.
-Vale, estoy ridícula con esto -Betsi entró malhumorada en mi habitación pegando un portazo.
Me giré en la silla para verla y sí, la encontraba rara, pero no le quedaba nada mal, al menos así, parecía que era una chica. Cualquiera diría que tenía curvas.
-¡Qué dices! Estas muy guapa. De verdad.
-¿Tú crees?
-Que sí -asentí levantándome para cederle el sitio a ella- ahora, siéntate que te arregle el pelo.
El pelo de Betsi era corto, por lo que mucho no podía hacer, pero normalmente lo solía llevar despeinado y desaliñado. Cogí un peine y se lo pasé para desenredarlo. No tardé mucho en peinarla, simplemente, le hice la raya al lado y le pasé un poco la plancha por el flequillo. No paraba de quejarse de que estaba ridícula, pero la verdad es que no lo estaba, aunque lo peor vino a la hora del maquillaje. No paró de quejarse en todo el rato y eso que solo le pinté un poco los coloretes y le dí con algo de sombra marrón.
Cuando terminé, me eché hacia atrás para contemplar mi obra de arte.
-Ains, mírate. Estás guapísima.
-Bueno... sí tú lo dices... -como le pedí, se volteó en la silla para mirarse al espejo y se quedó callada-. ¡Vaya! No parezco yo.
-Pues lo que yo decía -me reí entre dientes- guapísima.
-¡No te pases! -se levantó y me dio un beso en la mejilla- Voy a terminar de colocar la mesa.
-Sí, pero antes... -saqué un par de tacones de debajo de mi cama y se los entregué- Ya que te pones, hazlo bien.
-¡Pero si ni siquiera sé andar con tacones! A demás, siempre me duelen mucho los pies cuando los uso.
-Betsi, eres una vampira, no te van a doler, incluso podrían correr una maratón con ellos que ni los sentirás.
-Pero...
-¡Ni peros ni nada! -estaba un poco harta de sus quejas, aunque en el fondo me hacía gracia-¡Vamos, vete! Que voy a vestirme.
-Sí pero...
Fue a terminar la frase, pero sonó el timbre. Las dos nos miramos muy seriamente y después miramos el reloj que había sobre mi tocador. Eran las siete y un minuto. *Joder, qué puntuales*.
-Vale, ahora si que te tienes que ir, no los dejes a solas con Caleb... ahora bajo yo.
-Bien -asintió y se marchó.
No sabía el por qué, pero estaba algo ligeramente nerviosa. Notaba las palmas de mis manos un poco sudorosas y tenía el pulso acelerado. Sabía que aquella cena no había sido una buena idea. Escuché la voz de Daniel pero no pude distinguir la de Elhija. *¿No ha venido? En fin...*
Cogí el vestido y lo pasé por encima de mi cabeza para quedar así ajustado a mi figura. Me encantaba como me quedaba, era precioso. Me subí encima de unos taconazos negros. Eran cerrados y tenían unos cordones para abrocharlos. Repasé un poco el maquillaje y salí.
Cuando vi que solo estaba Daniel, me decepcioné un poco. En el fondo esperaba que Elhija viniera y eso me mosqueaba. Respiré hondo y descendí por las escaleras.
-Daniel -saludé.
-Hola -me dedicó una sonrisa. Era bonita, pero no le quedaba tan bien como a su hermano-. Vaya... estás muy guapa.
-Gracias. Tú... también lo estás.
El chico llevaba un traje chaqueta de color negro muy oscuro. Se notaba que no lo usaba muy a menudo, pues tenía un par de pelusillas en el hombro.
-Si estás pensando en por qué Elhija no está aquí, es porque va a llegar un poco más tarde.
-No estaba pensando en... -me quedó un poco impactada aquel comentario. Iba a defenderme, pero luego comprendí que no merecía la pena-. Da igual, siéntate, voy a ayudarles. ¿Algo para tomar?
-Sí por favor. Un wiskey.
Betsi y Caleb estaban en la cocina terminando de preparar la cena. Seguía sin entender el por qué de tanta comida, solo comíamos Caleb y yo, el resto bebería sangre, pero pasaba de preguntar.
Cogí el wiskey de uno de los estantes de la cocina y lo serví con hielo en un vaso para llevárselo al chico.
-¿Ya vas a empezar a beber? -se rió Caleb.
-No es para mi -le respondí con una sonrisa- aunque ahora que lo dices, sí, voy a tomarme una copa.
Y así lo hice, serví dos wiskeys con hielo y salí al salón. Caleb había colocado una mesa plegable mucho más alta y grande que la mesita en la que solíamos comer habitualmente. Estaba adornada con un mantel con adornos navideños y un par de velas en cada extremo. Había quedado mono.
-Toma -le tendí el vaso- y échate a un lado. En la cocina sobro.
- ¿Mandan ellos eh?
-Sí. Cuando están en plan mandones, no hay quien los soporte.
Cogió el vaso y me dedicó una sonrisa. Era un chico mono, no guapo o al menos, a mi no me parecía guapo, pero tampoco era feo. Sus ojos eran bastante bonitos y el pelo rubio le resaltaba con la tonalidad oscura como la de Elhija.
-Oye, no te pedí disculpas por tratarte así.
-¿Cuándo? -preguntó el sin saber a qué me refería.
-Ayer, en el bosque. Nos pegaste un buen susto a los dos.
-Ya me fijé -se rió- no era mi intención.
Me estaba dando cuenta de que aquella iba a ser una noche muy larga. Rezaba por que cenaran y luego se fueran tras un rato de cháchara. No me apetecía nada cenar con ellos.
Me llevé el vaso a los labios y me bebí la bebida de un trago. Estaba fuerte, muy fuerte, lo que me llevó a poner una cara rara de la que Daniel empezó a reírse.
-No sueles beber eh.
-No, solo a veces.
-¿Y cómo matas las ansias de sangre? Es lo que suele quitarlas.
-Chaval -esta vez fui yo la que se rió- tengo más de setecientos años, esas ansias de sangre desaparecieron hace mucho tiempo. Tú a mi lado eres un crío de dos meses.
Me crucé de piernas y al hacerlo, el vestido subió un poco hacia arriba, dejando a la vista más carne de mi muslo. Fui a taparlo, cuando me di cuenta de que Daniel me estaba mirando la pierna con una sonrisa de oreja a oreja. *Pervertido*.
-Ahora entiendo lo que ha visto mi hermano en ti -susurró.
-¿Qué? -mi voz sonó enfadada, bueno, es que así era como estaba, enfadada.
-No sé qué es lo que os traéis entre manos vosotros dos, pero me he dado cuenta de que algo hay.
-¿A qué te refieres?
-No te hagas la tonta querida - se acercó hacia mi, quedando su rostro escondido bajo mi pelo -que no tienes ni un pelo.
Me aparté hacia atrás, con unas ganas inmensas de darle una bofetada en toda la cara. ¿Pero qué se creía aquel niñato? Porque es lo que era, un estúpido niñato que iba de guay. Me sentía tonta por haber intentado entablar conversación con él. Iba a responder con una grosería que solo a mi se me pasaban por la cabeza. A veces podía ser un poco verdulera por no decir demasiado, pero justo cuando iba a soltárselo sonó el timbre. Pensar que Betsi o Caleb iban a ir a abrir era inútil. Los dos estaban ocupados en la cocina y ni siquiera se habían molestado en salir de ella.
Daniel, que sabía que le iba contestar con alguna grosería, sonrió triunfal a ver mi cara de pocos amigos y señaló con la cabeza la puerta.
-Te reclaman -dijo.
Aún con ganas de abofetearle, me levanté susurrando cosas muy poco dignas de una chica. Aferré con rabia el picaporte y tiré de él para abrir la puerta.  Obviamente me esperaba quién iba a ser la persona que se iba a encontrar detrás de ella, pero aún así, cuando lo vi, toda la sangre que había por mi cuerpo se fue hacia mi cara concentrándose en mis mejillas. Yo solo rezaba por que el maquillaje lo tapase. Mentalmente me estaba pegando golpes a mi misma *estúpida, estúpida, estúpida*. En un intento de tranquilizarme, pensé en unas horas antes, cuando estaba con Caleb en mi cama, pero eso fue inútil.
Iba vestido con un pantalón vaquero y una camisa blanca, aunque lo que me sorprendió es que no llevaba su habitual chaqueta de cuero. Ésta había sido sustituida por una americana de color gris oscuro que le hacía juego con los ojos. Estaba tan embelesada mirándole que no me había dado cuenta de que él también me estaba analizando a mi.
-Hola -me atreví a saludar por fin.
-Thessa -sonrió mirándome de arriba a abajo una vez más- estás preciosa.
-Gracias -susurré agachando la cabeza como una niña pequeña.
Sí, definitivamente era una completa estúpida. Mi estómago estaba revuelto y de no ser porque no tenía nada dentro, hubiera echado la pota allí mismo.
-Si no te apartas no puedo pasar. ¿O es que nos vamos a quedar aquí toda la noche?
Automáticamente levanté la cabeza para mirarle con el ceño fruncido.
-No, claro que no -dije apartándome a un lado para dejarle paso.
Él entró y volvió a detenerse, esta vez más cerca de mi, justo junto a mi oído. No tuvo que agacharse, yo llevaba los tacones y era casi tan alta como él.
-Aún enfadada estás preciosa -susurró antes de dirigirse hacia el sofá junto a Daniel.
*Y aquí estás tú. Sujetando la puerta sin ser capaz de soltarla porque Elhija te ha dicho que estás preciosa. ¿Te he dicho alguna vez que eres gilipollas? Deja de comerme a mí, tu cabeza y vete a la cocina a plantarle un buen beso a Caleb. Porque ¿sabes? Es a él a quien quieres*.
Mi cabeza me decía una cosa, pero mi cuerpo otra totalmente distinta. No obstante, me hice caso a mí misma y tras cerrar la puerta me dirigí a la cocina y le di un buen beso a Caleb. Mi novio. La persona a la que quería, aunque luego fui consciente de que Elhija había visto todo.
-¡Vaya! -exclamó Caleb sorprendido por mi arrebato. ¿Y esto?
-No sé- me encogí de hombros sonriente y le abracé-. Simplemente me apetecía.
Por detrás del hombro de Caleb, Elhija nos estaba mirando, bueno, más que mirando... mirándome. Tenía puestos sus ojos fijos en mí, al igual que yo en él. Por eso fue por lo que vi su rostro pasar de una sonrisa a una fina linea.
-¿Puedo ayudar en algo? -pregunté separándome de él con la esperanza de que me dijera que sí.
-Sí -sonrió asintiendo y dándome un beso en los labios-. Lleva los platos.
-Vale -dije, pero no le solté.
-¿Sabes? -se rió echándome hacia atrás con sus manos- Si no me sueltas, no puedes coger los platos.
-Ya, pero... -volví a besarle haciéndome la remolona- creo que están mejor conde están -volví a ponerla detrás de su cuello- ¿No crees?
-Sí, lo creo -agarró mis manos y se las quitó de encima- pero, ahora tenemos que cenar. Venga, ¿no querías ayudar? Pues ayúdame.
Muy a mi pesar y con mucha resignación, terminé de soltarlo y cogiendo los platos. Los coloqué en la mesa grande, uno a cada lado repartiéndolos bien sobre el espacio mientras que Elhija me seguía con la mirada de un lado a otro, observando bien mis movimientos. Yo solo rezaba que Caleb y Betsi se sentaran a mi lado.
-¿Te ayudo? -dijo una voz a mi espalda.
Estaba tan metida en mis propios pensamientos, que no había sido cociente de que Elhija ya no estaba donde antes, si no que se encontraba detrás de mí. Pegué un pequeño bote que le sacó una sonrisa. Los pocos platos que aún quedaban en mis manos, estuvieron a punto de caerse. De no ser porque Elhija los sujeto; se habrían hecho añicos.
-No -respondí cogiendo los platos de nuevo y volviendo a mi tarea.
-Insisto.
-Y yo insisto en que no hace falta.
-No me lo puedo creer -bufó entre risas.
-¿El qué? -me canteé hacia él tras colocar el último plato.
-Aún sigues enfadada -sonrió con su sonrisa habitual.
-Yo no estoy....
-No te excuses -me cortó- sí, sí que lo estás. Oye, si te ha sentado mal el comentario que he hecho esta mañana, lo siento ¿vale? No pensé que te fuera a molestar tanto.
No sabía si me causaba más impresión el hecho de que me estuviera pidiendo disculpas o que realmente me hubiera enfadado por una tontería como aquella. Por la mañana, cuando Betsi le invitó a comer, Elhija dijo que mi vida había sido un chollo en lo que a vampiro se refiere, ya que yo había nacido así, sin más del vientre de mi madre.
-Está bien -asentí- no pasa nada.
-Vale.
-Voy a... -señalé a la cocina- voy a seguir ayudándolos.
Elhija se hizo a un lado dejándome paso y me marché. Caleb y Betsi habían hecho un trabajo magnífico, la comida olía de rechupete y estaba deseando llevármela a la boca. No tardamos mucho en terminar de colocar la mesa y en pocos minutos ya estábamos sentados todos en nuestros respectivos sitios.
Al parecer, mis plegarias a quien quiera que hubiera allí arriba, no habían sido escuchadas. Elhija estaba sentado a mi izquierda. Caleb y Betsi presidían la mesa y Daniel se encontraba justo frente a mí.
Al principio nadie de los allí presente dijo una sola palabra, nos limitamos a comer el primer plato; entremeses, hígado de pato y mini salchichas en salsa.
Para mi sorpresa, Betsi, Daniel y Elhija sí que estaban comiendo, aunque claro, tenían un vaso de sangre al lado de que daban pequeños sorbos de vez en cuando. Nunca había entendido a la perfección el cuerpo de un vampiro. Estaban muertos, ¿a dónde iba a parar luego todo eso? La curiosidad me pudo y el hecho de que nadie mediara palabra, fue a lo que me llevó a preguntar.
-¿Por qué coméis comida humana? Se supone que estáis muertos ¿no?
Ninguno de los tres me respondió. De Betsi me lo esperaba, ella no entendía mucho debido a su reciente cambio y estaba segura que a ella también le rondaban preguntas como aquella que yo me había atrevido a formular.
-¿A qué te refieres con que estamos muertos? - Daniel fue el único que se dignó a responder-. Si estuviéramos muertos, esta conversación no sería posible ahora mismo.
En teoría tenía razón, si verdaderamente estuviera muerto, no estarían allí, a no ser que los fantasmas existieran y yo por el momento, en todos mis años de vida, nuca había visto uno.
-Creo que a lo que nuestra anfitriona se refiere, es a que tenemos que morir para resucitar y transformarnos en lo que ahora somos -esta vez fue Elhija el que habló.
-Sí, a eso me refiero. Es decir, el ritual para convertirse en un vampiro es beber sangre de otro vampiro y morir, por lo que técnicamente estáis muertos, por eso no entiendo vuestro cuerpo. Me explico -tragué algo de aire llenando mis pulmones y aclaré mi garganta. Betsi, que se encontraba en la otra punta a mi izquierda, me miraba muy atentamente, aquello la intrigaba-. Os alimentáis de sangre, por que tiene todo lo que una persona normal necesitaría para vivir; lípidos, proteínas, glúcidos... entre otras cosas, pero a la vez vuestro cuerpo no avanza, está atascado en el tiempo.
-Como tú -me cortó Daniel.
-Sí, pero la diferencia es que yo nací del vientre de mi madre, vosotros tres -les miré empezando por Elhija, siguiendo por Betsi y acabando en Daniel- no. Vuestro cuerpo necesita dormir, pero no respirar... ¿me entendéis?
-Sí -asintió Elhija a mi izquierda- es algo muy sencillo -me miró de reojo, sin terminar de girarse para que pudiera verle la cara-. No necesitamos respirar porque es algo simplemente humano, el hecho de que el ser humano necesite el O2 para sobrevivir, no quiere decir que otras especies si que lo necesiten. En este caso, un vampiro no lo necesita porque como tú dices estamos muertos, lo mismo que no necesitamos eliminar los desechos de las células o de lo que nos alimentamos, porque la sangre de la que nos alimentamos ya viene pura, como tú has dicho antes, con todo lo que nuestro organismo necesita, por eso no tenemos que eliminar nada y cuando comemos comida humana, como en el caso de ahora.... simplemente, nuestro cuerpo lo absorbe todo.
-Ya, pero también lloráis -apunté.
-¿Y?
-Que también es una función humana.
-Mira -esta vez sí se giró hacia mí. Me percaté que el resto también estaban muy atentos a su explicación, incluso Caleb- te has obcecado en que nuestro cuerpo es tan normal como el de un mundano muerto, que no eres capaz de ver de que no es así.
-Yo no me he obcecado en eso -respondí con brusquedad- simplemente sentía curiosidad y pregunté.
-Y tras.... ¿setecientos años, la curiosidad te entra ahora?
Enfadada por la brusquedad de sus palabras, me limité a dedicarle una mirada de odio y a volver a incorporarme correctamente en mi silla. Pude avistar una leve sonrisa en su semblante. El día anterior le dije que me sacaban de quicio sus cambios de humor y al parecer se lo había tomado tan a pecho que incluso juraría que lo estaba haciendo solo por incomodarme.
-Betsi, vamos a por el siguiente plato -le dije mirándola suplicante.
La chica mi miró y pareció captar mis intenciones. En realidad me importaba una mierda el siguiente plato, solo quería acabar con todo aquello, así se irían cuanto antes.
Betsi pasó por mi lado y yo la seguí hasta la cocina. Pareció que iba a hablar, lo noté en su mirada que sabía que me pasaba algo, pero me llevé el dedo indice a los labios para indicarle que no dijera una palabra y luego me dí unos golpecitos en el oído. Elhija y Daniel nos escucharían.
-¿Qué demonios ha sido eso? -simplemente movió los labios,  saliendo solo aire. Pero pude leerla y entenderla.
-Es gilipollas -le respondí yo de la misma forma.
Se rió con mi comentario y se encogió de hombros cogiendo un bol gigante de cristal donde se encontraba el estofado que había hecho ella aquella mañana. Estaba un poco tostado, pero tenía muy buena pinta.
Para mi sorpresa, cuando volví al salón, Caleb y Daniel estaban enfrascados en una conversación. Mientras que Elhija tenía su copa con sangre en la mano y no paraba de darle vueltas.
-¿De qué habláis? -pregunté dirigiéndome a Caleb y a Daniel.
-Le estaba preguntando cómo es eso de tener tantos años -los dos chicos se echaron a reír.
-Agotador -resoplé dejándome caer en la silla de nuevo.
-¿Muchas idas y venidas?
-Sí. Bueno, en realidad hemos visto mucho mundo -sonreí a Caleb mirándole de reojo- y tenemos varios amigos por ahí repartidos, pero no hay un lugar fijo al que llamar hogar. No como vosotros ¿no? Os criasteis aquí.
Elhija, que a pesar de estar enredando, pegó un pequeño bote y miró a Daniel quien también le miraba con seriedad. Algo había causado mi comentario, algo que no sabía, pero que no les había sentado bien.
El chico, sentado a mi izquierda, se dirigió a Betsi y le preguntó algo que no llegué a distinguir. Posteriormente se levantó de la mesa y se marchó escaleras arriba bajo mi mirada. Iba al baño.
-¿Pasa algo?
-No, no -negó Daniel con la cabeza-, es solo que no nos gusta mucho hablar de ese tema a mi hermano y a mi.
-Bueno, no sois hermanos.
-¿Qué pasa? -una pizca de odio le atravesó la mirada- Te ha contado todo o qué.
-¿No sois hermanos? -Caleb salió a mi ayuda.
-No, somos amigos, como tú y Thessa, aunque bueno... -sonrió con malicia- ya he comprobado que sois algo más que amigos.
-Sí -sonreí inclinándome en mi asiento para besar en los labios a Caleb-. Te has fijado bien.
Nadie más volvió a pronunciar ninguna palabra. Caleb sirvió el estofado y nos lo comimos con tranquilidad. Elhija no había vuelto a bajar, me preguntaba qué era lo que pasaba y por qué ninguno, ni tan siquiera su hermano, habían preguntado por él. No es que fuera a ocurrirle nada malo, aquella expresión de ¨se lo habrá tragado la taza del váter¨, se decía en sentido metafórico.
Intrigada, decidí levantarme de la mesa y poner la excusa de que necesitaba ir a mi habitación a mirar  si había apagado las placas del pelo. Ninguno sospechó nada, simplemente asintieron y volvieron a meterse en otra conversación.
No iba a entrar directamente en el baño, supuéstamente yo iba a mi habitación, a si es que eso fue lo que hice. Olía a colonia de hombre, y eso me chocó, nadie excepto Caleb había entrado en mi cuarto y eso había sido hacía ya unas cuantas de horas.
Me acerqué a la puerta que daba al baño y coloqué mi oreja pegada a ella, pero no atisbé ningún signo de que Elhija se encontrara allí.
-¿Pero qué coño...? -no terminé la frase, algo sobre la almohada de mi cama llamó mi atención.
Me acerqué a ver qué era y lo cogí. Era como una especie de cajita de regalos, muy pequeña; negra y con un lazo rosa. Tiré de uno de los extremos y la abrí. En su interior había una pulsera de plata con recolguines. Uno tenía forma de lobo, el otro era como un cuerno pequeñito y el último era un caldero.
-¿Te gusta?
No lo había escuchado entrar. Pegué un bote en mi sitio y dejé caer tanto la pulsera como la caja. Elhija estaba junto a la puerta que daba al salón. Apoyado en la pared de brazos cruzados. Me preguntaba si había estado todo el rato allí, en mi habitación y por eso no había escuchado ni un solo ruido en el cuarto de baño. De haber sido así, yo había quedado patética.
-¿Qué... qué es esto?
El chico no me contestó. Se separó de la pared y se acercó a mí para coger la pulsera que se me había caído.
-Ayer me acordé de que no te hice ningún regalo por tu cumpleaños y bueno... -me agarró por la muñeca y tiró de ella para enroscar la pulsera a su alrededor- vi esto y no pude evitar acordarme de ti.
Realmente aquello me había pillado con la guardia baja. No me esperaba que Elhija me hiciera un regalo así, bueno, en realidad no me esperaba que Elhija tuviera un detalle conmigo después de los trastornos bipolares que le daban a lo largo del día.
-Vaya... -no sabía que decir. Tenía un nudo en la garganta que no me dejaba hablar y las palabras se me arremolinaban en el celebro perdiendo todo el sentido.-. No... no tenías por qué.
-Ya te he dicho, que me acordé de ti. .
Levanté la mirada, hasta entonces fija en la mano que me sujetaba la muñeca. La notaba cálida, muy cálida cuando en realidad debería estar fría. Su piel era gélida como el hielo, pero en el contacto con la mía, el frío se amortiguaba.
Él también me miraba, con aquella sonrisa suya que le hacía parecer un niño travieso.
-Tiene un lobo, un colmillo y un caldero -su sonrisa se ensanchó- ¿cómo no acordarme de ti?
-¿Me estás llamando bicho raro? -bromeé sin poder evitar sonreír.
Se quedó callado, pensando en qué podía decirme para quedar por encima de mí. Seguro que saltaría con alguna estupidez muy propia de él. Ya, podía esperarme cualquier cosa; pero cuando su sonrisa se deshizo, dejando paso a una fina linea de seriedad absoluta me sobresalté.
-No -su voz sonó seria, muy seria para mi gusto, tanto que hasta me asusté interiormente. Su mano seguía aferrando mi muñeca. Era un tacto suave, casi ni la rozaba, pero yo no quería que me soltase- estoy diciendo que eres única.
Vaya... definitivamente no, no me esperaba nada de eso. Su mirada pasó desde mis ojos hasta  la punta de mis tacones y de estos de nuevo a mis ojos. Aquella mirada me hizo sentir como si estuviera desnuda ante él. Noté mis mejillas ardiendo y un revoloteo en mi estómago. Si me soltaba, cabía la posibilidad de que cayera redonda al suelo.
-¿Te he dicho ya que estás preciosa? -se acercó más a mi, su pecho casi rozaba el mío.
-Sí -procuré que mi voz sonara firme, pero aún así, por dentro estaba temblando- eso has mencionado.
-Pues déjame que te lo repita -pasó su mano por mis sonrojadas mejillas, siguió por mi pelo y descendió por mis brazos hasta llegar a mis caderas donde descansaron por fin. Entonces, se inclinó un poco para llegar a mi oído y susurró- estás preciosa.
Lo siguiente que pasó, fue muy rápido, tanto que en mi memoria estaba hasta borroso.
Elhija me atrajo hacia él, acortando el poco espacio que quedaba entre nosotros y me besó. Sus labios se movían con agilidad junto a los míos, los cuales al principio permanecieron cerrados hasta que el chico los abrió con su lengua, luego, dejaron la parálisis a un lado y respondieron ante el beso. La mano que aún reposaba sobre mi muñeca, pasó acariciando mi brazo hasta llegar al pelo y enredarse en los mechones. En un principio, no sabía cómo reaccionar, todo aquello me había pillado por sorpresa, pero eso solo duró unos segundos. Pasé mis manos por sus hombros y enredé mis manos en su pelo.
Me resultaba raro todo aquello. Quería besarle, seguir así con él; entrelazados. Percibía que encajábamos a la perfección, pero a la vez sabía que aquello estaba mal. Muy mal. Pero no podía separarme de él. Era como si una fuerza nos atrajera el uno al otro, como si una cuerda se enroscase a nuestro alrededor, juntándonos y tentándonos cada vez más y más.
Con ímpetu, el chico me empotró contra la pared, quedando atrapada, con su cuerpo apoyado sobre el mío. Noté sus manos descender por mis caderas y llegar hasta el final de mi vestido. Acarició mis muslos con sus dedos haciéndome estremecer. Fue entonces cuando la puerta se abrió.
Le empujé con fuerza, quitándomelo de encima para ver a Betsi, boquiabierta y con una expresión de horror en su rostro.