sábado, 30 de noviembre de 2013

Capítulo 4.

Mi cabeza rebotó contra la pared. El pecho me pesaba fuerte, no paraba de jadear, tenía la necesidad de respirar. Caleb me había empujado fuerte esta vez.
Estábamos en el salón, entrenando mientras intentábamos  no hacer mucho ruido para no molestar a los vecinos ¿qué pensarían si escuchasen los golpes que estábamos dando?, aunque yo había hecho un hechizo de insonorización. Siempre es mejor prevenir.
-¿Estás bien? -me preguntó mientras me ayudaba a incorporarme.
-Estás mejorando mucho. Sí estoy bien. Caray, en estos setecientos años no te había notado tan fuerte.
-Debe ser que te estás haciendo vieja -bromeó.
-Será eso.
Le agarré el brazo inmovilizándoselo contra la espalda y le dí una fuerte patada en la parte posterior de la rodilla haciéndole caer al suelo con un sonoro golpe.
-Seré vieja, pero aún sigo siendo más rápida que tú. Transfórmate -le ordené.
-¿Qué? ¿En casa?- como se solía  decir, su cara era un poema-. Nunca me he transformado en un sitio tan pequeño.
-Por eso, transfórmate -le animé, pegándole un pequeño puntapié-. Nunca vas a saber qué hacer si no lo haces por primera vez.
Normalmente solíamos entrenar al aire libre, por lo que no había problema en que cambiara su forma, pero en casa nunca lo había hecho, ni siquiera cuando vivíamos en Barcelona y eso que la casa era enorme. Caleb era un metamorfo, podía transformarse en cualquier animal, pero por norma general solía hacerlo en un león. No un león cualquiera, sino de color negro y el doble de alto que uno normal. Los metamorfos eran una especie muy rara, pocas veces encontrabas a uno, yo tuve suerte de encontrar a Caleb, bueno, él me
encontró a mi. Normalmente un metamorfo estaba ligado a la vida de ¨su bruja¨, por decirlo de alguna forma es como tener una doble alma, por lo que vivían tanto como lo hacía su dueña, en el caso de Caleb, al ser yo un ser ¨inmortal¨, él también lo era, la diferencia estaba en que una bruja podía vivir sin su metamorfo, pero este no sin su bruja. Con un simple corte en la yugular o con atravesar su, corazón mi  mejor amigo podría morir.
Como el día anterior no entrenamos, ese día tocaba una sesión muy intensa. Eran las ocho de la tarde y llevábamos entrenando desde las cuatro; el día había sido normalito para ambos.
-Venga -le incité- aunque entendería que fueses un gallina. Oh mira, podrías transformarte en eso.
-Ya vale.
-Seguro que serías una gallina muy bonita.
-Thes...
*Solo con meter el dedo en la herida una vez más, caerá*. Si algo que destacaba por su ausencia, era la paciencia en ese chico.
-¿Caleb?
-¡Ya basta! -ahí estaba.
La ropa empezó a desgarrarse, cayendo hecha girones al suelo. Los botones de su camisa estallaron rebotando por toda la casa, uno casi le daba a la televisión. El pelo empezó a crecer por todo su cuerpo, rozando la moqueta ahí donde las zonas eran más largas. Los pies y las manos se convirtieron en enormes zarpas y su cara se alargó hasta convertirse en un hocico grande y peludo.
-Este es mi chico -le aplaudí.
No me pareció que el comentario le sentara nada bien, pues se apoyó sobre sus patas traseras y saltó sobre mi tirándome al suelo con un feroz rugido. Ambos caímos al suelo con un gran estrépito *Dios bendiga a los hechizos insonoros*. Con un poco de esfuerzo conseguí zafarme de él y dirigirme a la otra punta de la sala. El león me miraba inquisitivo, con los ojos brillantes entrecerrados, yo sabía lo que estaba pensando. Volvió a abalanzarse sobre mí, pero esa vez, fui más lista. Corrí para ponerme detrás de él y lo cogí por el lomo apretando tan fuerte que noté cómo una de sus costillas crujió. No quería hacerle daño a Caleb, pero en eso consistía el entrenamiento, en ser más listo y rápido que tu enemigo. El animal calló al suelo, abatido por mi letal abrazo. Le había hecho daño.
LA tansformación volvió a comenzar, pero esta vez en sentido inverso. Las zarpas iban adquiriendo su forma habitual y en la cara ya no tenía esos largos bigotes. Mi amigo volvió a su aspecto normal. Corrí a por la manta del sofá para ponérsela encima. Ver desnudo a Caleb no entraba en mis requisitos.
-¿Estás bien? -me preocupé- No quería hacerte daño, es solo que...
-No, estoy bien -me tranquilizó-. Solo que voy a tener que estar tumbado un rato hasta que ese par de costillas vuelvan a su sitio, eres una bruta.
-Jé, lo siento.
Corrí hasta la cocina a por un vaso de agua, estaba segura de que un poco de agua fresca le vendría bien y así fue. Le tendí el vaso a modo de ofrenda de paz y la aceptó.
-¿Seguro que estás bien? -su frente estaba brillante por el sudor- No tienes buena cara, podría hacer un hechizo de sanaci...
-Thess -sonrió- estoy bien de verdad. Ya no me duele, es más, me voy a la ducha.
Se levantó costosamente y se puso la manta a modo de falda, para evitar que yo... bueno, que yo le viera desnudo.
-Está bien, pero si necesitas algún hechizo..
-Thes, estoy bien -puso su mano en mi hombro y me atrajo hacia sí, abrazándome fuerte-. Deja de preocuparte, no ha sido nada.
-Está bien.
Sus abrazos eran tan reconfortantes. Sus brazos desnudos y sudorosos me envolvieron en un estado de pan y tranquilidad, haciendo que la preocupación se marchase por el mismo camino por el que había venido. Así era él, tan cariñoso y atento conmigo.
-Mientras te duchas  te prepararé la cena ¿quieres? -le ofrecí separándome de él.
-De acuerdo.


Nunca había visto a Thess tan fuerte como ese día. Aún me acordaba del día en que la conocí. Yo vivía en el bosque, con mi familia, era el único modo de que nadie nos encontraría . Nuestra casa estaba cerca de un pueblo ¨Ranstwis¨, donde la gente estaba obsesionada con la brujería. No era un pueblo muy tranquilo, a menudo se producían ataques de animales que todo el mundo asociaba a lobos o pumas, los cuerpos aparecían desangrados; yo sabía que no eran animales; el pueblo estaba atestado de vampiros, hasta que un día, la iglesia decidió empezar con la llamada ¨Caza de Brujas¨. Masacraron el pueblo. Desde mi escondite a las afueras de la ciudad, veía cómo el alcalde y el cura del pueblo iban a las casas donde ellos decían que ¨se hallaban las bestias de Satanás¨ y les prendían fuego con sus dueños dentro. Murieron cientos de personas inocentes, entre ellos niños, mientras que los verdaderos monstruos observaban el espectáculo y re reían de ellos.
Dicen que los metamorfos como yo, estamos ligados a una bruja, quizás por eso sentí la necesidad de salvarla cuando vi que entraron en su casa y le prendieron fuego. Oí los gritos de agonía de Thessa llamando a su madre; para asegurarse de que esta no impedía que las llaman consumieran su hogar, Thessa me contó que le arrancaron el corazón y todo esto con ella obligada a mirar. Una vez que estaba seguro que nadie podía verme, entré como pude en la casa y me la encontré tirada en el suelo, semiinconsciente. LA cogí en brazos y me la llevé. La pobre estaba muy asustada, pero mi familia y yo la acogimos y le explicamos lo que había pasado, ahí fue cuando me enteré lo que ella era. Tenía sed de venganza, había visto cómo mataban a su madre y no quería que quedara así, pero a pesar de lo borde y malhumorada que puede llegar a ser, tiene un corazón muy noble y lo dejó estar.
Salí deprisa de la ducha y me sequé como pude. Me puse una camiseta negra llena de agujeros y un pantalón de chandal, tenía curiosidad por qué me prepararía Thess, su cocina no era muy buena.


-¿Tu crees que le gustaran estos huevos fritos? -le pregunté a Gato-. Me han quedado un poco churrruscados.
-Miaaaaaau.
-¿Eso es un no o un sí?
-Miaaaaau
-Comprendo -miré al gato con desdén-*Estúpido gato*
Normelmente solía cocinar Caleb, más que nada porque él era el que comía comida humana, aunque yo siempre le quitaba algo del plato para probarlo, cocinaba muy bien, por eso mi comida no era muy buena, por no decir que era pésima.
-¿Qué hay de cena?- Caleb me gritó desde el salón.
-Pues.. esto... huevos, fritos. Muy, muy fritos.
-Se te han quemado ¿verdad? -cómo me conocía.
-Compruébalo tú.
Puse los dos huevos en un plato blanco y se lo llevé a la mesa. Se echó a reír nada más verlos.
-No te rías -me ofendí-. Seguro que saben mejor de lo que parece.
-Cogí el tenedor y pinché para coger un trozo y llevármelo a la boca. Eso sabía a rayos.
-Están...-dije aún con la boca llena- Trae.
Le quité el plato de las manos y eché los dos huevos a la basura.
-Estoy segura de que ni Gato se los comería.
-La intención es lo que cuenta -pasó por mi lado y me dio un beso en la mejilla-. Siéntate, cogeré un trozo de pan y chocolate, no tengo mucha hambre.
-¿Chocolate? -*ummmm... chocolaaate*- Yo quiero chocolate.
-JAJAJA, está bien.
Me tumbé todo lo larga que era en el sofá y encendí la televisión, a esa hora echaban un programa de baile que estaba muy bien, Caleb y yo siempre lo veíamos, aunque más que verlo, nos reíamos de los concursantes.
Mi amigo vino con un gran pedazo de pan y una tableta enorme de chocolate negro, era nuestro favorito. Me levantó los pies y se sentó, dejando que pusiera mis piernas en su regazo.
-Toma -me tendió un pedazo del dulce y una bolsa de sangre fresca- creo que esto también te vendrá bien.
-Umm -asentí- creo que sí.
Comimos en silencio mientras veíamos los anuncios. Después de un largo día de instituto y trabajo más un entrenamiento intenso, el hecho de tumbarse, relajadamente en el sillón a comer chocolate, era uno de los grandes placeres de la historia.
-¡Oh, no! ¡Ha habido un accidente de tren! -se incorporó deprisa aún con la comida en la boca.
-¿Qué hablas?
-Mira.
Como una tonta, volví a picar una vez más. Abrió la boca enseñándome toda la comida masticada *iiiiiug*, sabía que no lo soportaba, por eso lo hacía y yo picaba, siempre.
-¡Eres un cerdo!- grité ofendida dándole una patada en el brazo.
De la fuerza de mi puntapié, el plato con la comida se le resbaló de las manos y calló al suelo haciéndose añicos.
-¡¿Mira lo que has hecho?! -señalé el plato roto, enfadada.
-¿Yo?, pero si has sido tú.
-Por tú culpa -le acusé-. No pienso recogerlo.
-Ni yo - se cruzó de brazos con el ceño fruncido.
-Caleb...
-No.
-¿Caaaleb?
-He dicho que no.
-Pues vale -dí por finalizada la conversación cruzándome de brazos y quitando mis piernas de su regazo.
Me miró, le miré y nos echamos a reír.
-Eres un estúpido -le dije empujándole levemente en el hombro.
-Y tú muy guapa.
-Idiota -le miré de reojo, siempre acabábamos igual.
-Me levantaré... -soltamos los dos a la vez, levantándonos del sillón a la vez que chocamos nuestras cabezas en un sonoro ¨cloc¨.
-¡Ay! -me quejé llevándome la mano a la frente. No pude evitar reírme.
-Pava.
-Torpe.
Ahí seguíamos, en el sofá, frotándonos la frente donde nos habíamos golpeado, sin poder parar de reír. Nuestras cabezas estaban muy juntas la una de la otra y nosotros estábamos prácticamente pegados. Caleb me miró y se puso muy serio, a lo que me llevó a ponerme seria yo también. Sus ojos oscuros me miraban, con un brillo especial que hacía que fueran aún más penetrantes. Cuando Caleb me miraba me sentía desnuda; me miraba con tanta fiereza que a veces me quedaba sin habla, incluso sin respiración. Nuestras caras se estaban juntando cada vez más, incluso diría que podía rozar sus mejillas con mis pestañas ya que yo era más bajita que él. Entonces me aparté. *¿Qué leches acaba de pasar?*
-Esto.. -dudé- voy a recoger eso, no vaya a ser que nos cortemos al andar.
*¿Qué nos cortemos al andar? ¿Eres estúpida? Tú eres mitad vampiro, te quizás en unos segundos igual que él. Seré gilipollas.*
-Eh.. sí, sí -asintió con la cabeza gacha- no queremos cortarnos ¿verdad?
-No, no, claro que no.
-Ni que Gato se corte.
-Claro, pensemos en Gato -me agaché para recoger los pedazos que antes formaban un plato-. Hay que pensar en él también.
-Sí.
Estaba segura que hasta los vecinos podían notar la tensión que se palpaba allí, era muy grande.
Tiré las cosas a la basura y me quedé allí, apoyada en el fregadero, mirándole de reojo. No sabía que acababa de pasar, pero fuera lo que fuese, no podía volver a suceder. Caleb era mi mejor amigo, llevábamos juntos desde la muerte de mi madre, no podíamos dejar que una relación tan buena se tirara por la borda.


Frené de golpe. Aún seguía dándole vueltas a lo ocurrido el día anterior por la noche y casi me llevo a Betsi por delante. Caleb se impulsó hacia delante, apoyando sus manos en el salpicadero del coche. Podía habernos matado, por suerte todo había quedado en un susto. Me desabroché el cinturón y bajé corriendo del coche para ver cómo estaba la chica, por su cara, se había llevado un buen susto.
-¡Ay Dios, Betsi! ¿Estás bien? Yo.. lo siento enserio no quería.. -me disculpé nerviosa.
-Sí.. sí estoy bien -me tranquilizó poniendo su mano derecha en mi hombro-. De verdad, relájate, no ha pasado nada.
-Ya, pero podía haber pasado -dijo Caleb uniéndose a nosotras-. Theressa puede ser muy despistada a veces y mira que le tengo dicho que vaya siempre atenta cuando va conduciendo, ¿Verdad?
*¿Me ha llamado Theressa?* Hacía siglos que no me llamaba así, siempre solía hacerlo con diminutivos cariñosos, en él Theressa sonaba tan autoritario...
-Sí -le miré de reojo. -Lo siento, de verdad.
-Tranquila, no pasa nada. De todos modos -tendió su mano hacia Caleb- soy Betsi.
-Yo Caleb -la aceptó.
-¿Cuánto tiempo lleváis? Hacéis muy buena pareja.
*Lo que me faltaba*. Ambos nos miramos avergonzados, al parecer estábamos en ese punto de: sí me acuerdo lo que pasó anoche, sí, no tiene ninguna lógica y sí, este es un momento incómodo para los dos. *Genial*.
-Oh, no -negué con la cabeza- no somos novios, somos..
-Hermanos -me cortó él.
*¿QUÉ? ¿HERMANOS?* Lo miré incrédula. Normalmente teníamos que inventarnos alguna excusa para explicar por qué dos adolescentes vivían juntos y sin ningún adulto. Solíamos decir que eramos amigos emancipados o primos, pero nunca antes ¨hermanos¨.
-Vaya, pues no os parecéis en nada -observó mi compañera-. ¿Vamos a clase? El timbre sonará en pocos minutos.
-Oh, claro las clases. Espera que coja el bolso.
Entré en el coche y cogí el bolso junto con la chaqueta de cuero, no sin antes sacar las llaves del contacto y guardarlas. *Hoy te irás andando, por listo*.
-Un placer conocerte, Betsi. Si me diculpas tengo que irme al trabajo. ¿Me das las llaves? -se dirigió a mi sin mirarme a la cara.
-¿Qué llaves?
-Las del coche.
-¿Qué coche? -le miré levantando una ceja.
-¿En serio? -su cara era la definición gráfica de incredulidad.
-Chao, hermanito -le di un beso en la mejilla-. Que lo pases bien en tu tercer día de trabajo. Vamonos o llegaremos tarde.
-Sí, vamos.
Miré de reojo a mi ¨hermano¨ y advertí que se nos quedó mirando mientras en un sutil susurro que sólo yo pude oir me decía amablemente *cabronaza*.
-Jódete -susurré.
-¿Qué?- al parecer no lo había dicho tan bajo, Betsi se había enterado.
-¿Eh? -tuve que hacerme la tonta-. ¿Qué de qué?
-¿Qué de qué de qué?
-¿Qué?
Las dos nos echamos a reír, después de todo, no era tan friki como parecía, era una buena tía; me caía bien.


Llegué tarde al trabajo gracias a la gran jugada de Thessa, he de decir que había estado hábil, pero se la devolvería.
-Llegas tarde -me regañó Ángela-. Tienes suerte de que sea yo quien esté y no mi padre, cinco minutos se pueden pasar, ¿pero un cuarto de hora?
-Lo siento, el coche se me ha averiado -*Ahora sí que me las va a pagar*.
-No es excusa -negó con la cabeza a la vez que me tiraba la bayeta correosa-. Toma, ponte a limpiar.
Eso fue lo último que dijo antes de quedarme solo rodeado de mesas sucias. Era una chica muy guapa y atractiva y ese temperamento tan fuerte que tenía la hacía aún más deseada, pero aún así, no podía sacarme a Thessa de la cabeza. No sabía si era cosa del vinculo especial que había entre nosotros, pero cuando estaba con ella, todo cambiaba. Todo me daba igual, solo importaba ella, que estuviera bien y a salvo, que no le faltara de nada *creo que la quiero demasiado*.
Seguía ensimismado en mis pensamientos cuando un tipo, no mayor que yo, podría decir que incluso tenía mi edad, vestido con una americana de color negro y unos vaqueros desgastado, de ojos oscuros y el pelo corto de color castaño entró en la tienda.
-Buenos días -saludé- ¿qué desea?
-Nada que puedas darme -respondió tajante- ¿Dónde está Ángela? Es a ella a quien busco.
No me dio tiempo a contestar. La chica salió de la cocina, cabizbaja incluso  algo asustada diría yo.
-¿Qué quieres Elhija? -su voz sonaba vibrante.
-Sabes perfectamente a por lo que vengo. ¿Dónde lo tienes?
-No.. no lo tengo. Pero lo tendré para mañana -no había duda de que la chica estaba asustada. Levantó las manos como para detener su paso-. Te lo juro.
-Eso mismo me dijiste ayer, Ángela.
No sabía que es lo que estaba pasando allí, pero ese tío no me daba muy buena espina. Ella solo estaba asustada y él se limitaba a mirarla fijamente, sin pestañear, me estaba poniendo nervioso incluso a mi.
-Ya, lo sé pero no he podido... de verdad Elhija... yo...
-¿Sabes que te pasará si...
Ya no pude más y salté a la defensa de la chica.
-Ya ha oído a la señorita -cuadré mis hombros, no me gustaban los tipos que trataban mal a las mujeres- sea lo que sea lo que está buscando no lo tiene. Vuelva mañana.
Con un movimiento de cabeza se dirigió hacia mí con el mismo rostro serio e impenetrable que tenía desde que había entrado.
-Tú no te metas, chico.
-¿Chico? Pero si seguro que tengo la misma edad que tú.
-Lo dudo -soltó una sonora carcajada.
Volvió la mirada hacia Ángela y se fue por donde había venido, dejándonos  a mí y a una Ángela asustada mirándome de reojo y enojada.
-Eres un necio -escupió.
-¿Qué? -no me lo podía creer, ¡si la había defendido!
-No deberías haber hecho eso, no sabes quién es Elhija,  no debes de meterte con él.
-Solo te estaba defendiendo, me parecía que necesitabas ayuda, ese tío..
-Sé defenderme sola.
Y se marchó de vuelta a la cocina.


-Buenos días alumnos, hoy toca disección de ranas.
Era la primera clase de biología que tenía en este instituto desde que había llegado. El profesor era bajo y regordete, a simple vista parecía una peonza, pero con bigote.
-Odio diseccionar a animales indefensos -susurré a Nathe, que era mi compañero de pupitre en esta asignatura.
-Bienvenida al club.
-Por favor, seguirme hasta el laboratorio.
Todos los alumnos nos levantamos y salimos del aula como nos había pedido el señor... *¿Cómo se llamaba este viejo?*. No me acordaba de su nombre, me lo había dicho Nathe antes de entrar en clase, pero sinceramente, no me importaba mucho. Entramos en el laboratorio, no era muy distinto al de química, a excepción que en vez de buretas y pipetas, lo que había eran ranas espatarradas sobre una tablilla y agarradas por sus pequeñas patitas. Ya estaban muertas. *Pobres*. No me gustaba hacer daño a animales ni a personas inocentes. Sí, es cierto que me alimentaba de sangre humana, pero nunca hasta quitarle la vida a alguien, iba contra  mis principio.
-Por favor, coger el bisturí así -levantó el objeto para enseñarnos cómo cogerlo *como si no supiéramos*- e introducir la punta para cortar la tripa de la rana.
-¿Lo haces tu? -le pregunté con cara de asco a Nathe- No quiero hacerlo.
-Ni yo -negó con la cabeza pasándome el bisturí.
-Joo, venga... -tendría que recurrir a la cara de pena-. Pooooooorfa.
-No, no me pongas esa cara -canteó la suya para no mirarme a los ojos- no me mires así.
-Jooo...
-¡Vale! Está bien.
-Gracias -lo atraje hacia mí para darle un beso en la mejilla-. Toma.
Con desdén, pero sonriente, me arrancó el material de la mano, tan fuerte, que al tirar de él me rebanó media mano.
-¡Dios, Thessa! -gritó.
Toda la clase se volteó para ver qué es lo que había pasado mientras Nathe intentaba abrir mi mano, cerrada en un puño. No podía ver la herida, no tardaría en cicatrizar y se daría cuenta *joder, ¿qué hago ahora?*. El profesor se estaba acercando a nuestra mesa mientras nosotros forcejeábamos.
-Nathe, no tengo nada.
-He visto cómo te cortaba Thressa -tiró de mi mano-. Ábrela, puede que sea profundo.
-Nathe, no es nada -estaba intentando tranquilizarle, pero al parecer solo conseguía empeorar más la situación-. ¡Suéltame!
-¿Qué está pasando aquí? -el profesor se puso detrás de mi, ahora si que la había liado.
-Nada, no ha pasado nada, señor... -*mierda*.
-Ella tenía el bisturí y yo se lo quité y sin querer le he cortado, señor Merry.
-Déjeme ver.
El hombrecín cogió mi muñeca, para ver la herida, pero cuando abrí la mano, no había nada, ni un simple arañazo, ni una marca que indicara que era verdad lo del corte. *Uff* Salvada por los pelos.
-Yo no veo nada.
-¿¡Qué!? -mi compañero no se lo podía creer- Pero yo lo he visto, yo...
-Ya te dije que no era nada.
-Pero...
-Vuelvan a sus asuntos -ordenó el señor Merry *Tiene nombre de tía*-. Espero que no vuelva a suceder. Esto ha sido una tomadura de pelo, si no les gustan mis clases, no haberlas cogido.
-Lo sentimos mucho -me disculpé.
-Espero que esto no vuelva a suceder, de lo contrario, tomaré medidas en el asunto. Medidas disciplinarias.
-Sí señor -asentimos los dos a la vez.
El profesor volvió de nuevo a su lugar, dejando a un Nathe asustado y lleno de preguntas, a las cuales no sabía qué responder.
-Pero, yo lo vi, vi el corte.
-Nathe, ya vale, ya te he dicho que no ha sido nada ¿de acuerdo? -extendí mi mano para que pudiera volver a ver la palma impoluta- ¿Ves? No hay nada.
-De acuerdo.  Pero...
*Vale, no me queda otra*. Le agarré por la nuca y lo atraje hacia mí, haciendo que nuestros ojos quedasen a la misma altura, fijos el uno al otro, tuve que usar la coerción, de lo contrario sabía que no iba a dejarlo estar.
-Estábamos enredando y sin querer tiraste del bisturí, tú pensaste que me habías cortado pero no ha sido así. Has visto mi mano y no hay nada. Todo está bien.
-Todo está bien -repitió.
-Ahora, vas a diseccionar esa rana y no volverás a hablar de lo ocurrido.
-No volveré a hablar de lo ocurrido.



Nota informativa: 
yo sé que muchos estáis en contra del maltrato animal y de que estos sean usados para prácticas como la que he nombrado en este capítulo, por eso precisamente lo he hecho, como una denuncia. Los animales son seres vivos también, que sienten dolor como el resto y tienen una vida. Los humanos nos somos quienes para decidir cuándo esa vida ha llegado a su fin.
 POR FAVOR RESPETA A LOS ANIMALES, ELLOS NO TE HAN HECHO NADA.

jueves, 28 de noviembre de 2013

Capítulo 3.

Thessa tenía razón, en ese pueblo todo estaba cerca de todo. Llegué en pocos minutos a la pizzería donde trabajaría esta vez, la cocina se me daba bastante bien y era algo que me gustaba, por mucho que Thess dijera que mi comida sabe a pelos de pollo chamuscados, *tss, que sabrá ella, que bebe sangre*.
La fachada era de color blanco, escarchada, tenía pinta de ser bastante vieja y desde la mitad, hasta el
suelo, estaba tapizada con una hilera de ladrillos de un color rojo sucio. Entré con cinco minutos de antelación, no quería llegar tarde el primer día, además, estaba muy ansioso por empezar.
-Buenos días jovencito, tú debes de ser el nuevo.
Un hombre mayor, de unos sesenta años, con pelo cano y encorvado por el peso de la edad, salió de detrás de la puerta que parecía dar a la cocina, pues ya se percibían los primeros olores de un horno recién encendido.
-Así es -asentí.
-Muy bien, muy bien, pareces un chico joven. -el anciano no paraba de mover la cabeza de arriba a abajo, mirándome con curiosidad- Yo soy Adriano -dijo con una pizca de acento italiano mientras me tendía la mano- soy tu jefe.
Cogí su mano arrugada y la estreché, no con mucha fuerza, pues me daba miedo hacerle daño. Tenía la piel apergaminada y suave, tan suave que parecía seda.
-Encantado yo soy...
-Blah, blah, blah -el viejo me calló, moviendo la mano espasmódicamente de un lado a otro restando importancia a lo que iba a decir-. Ven que te enseñe el local, muchacho.
*No sé que me va a enseñar, si todo se ve desde la puerta*. Pasamos por entre las mesas redondas de color negro, cinco mesas exactamente *no creo que venga mucha gente*, la ilusión por mi trabajo nuevo iba descendiendo. Me guió por detrás de la barra, que a diferencia de las mesas, estaba bastante sucia, para pasar dentro de la cocina cuando... *wuaaaaau*. Una chica, rubia, con media melena, una camiseta ceñida a su cinturita de avispa metida por dentro del delantal con el nombre de la pizzería. Era guapísima.
-Hija, este es el chico nuevo, se llama.... -el hombre me miró con una interrogación en su rostro- ¿Cómo me dijiste que te llamabas, muchacho?
-Caleb, me llamo Caleb -me apresuré a decir.
No podía apartar los ojos de aquella belleza, era como una musa y se estaba acercando.
-Hola, ¨Caleb, me llamo Caleb¨ -se burló con una sonrisa en sus labios mientras acercaba su rostro al mío para darme dos besos- yo soy Ángela.
No sabía qué contestar, mi mente se había quedado en blanco. Yo quería contestar ¿por qué no era capaz de contestar? *Genial, acabas de quedar como un completo imbécil*. Ya que las palabras se negaban a salir de mi boca, al menos reaccioné a tiempo para corresponderle los dos besos *debe de ser una costumbre italiana*. Al igual que su padre, Ángela tenía ese precioso acento italiano que a Adriano no le sentaba nada bien.
-Esta es mi hija, Ángela, trabajará en la cocina, haciendo los pedidos mientras que tú, te encargarás de atender las mesas -explicó el hombre, dirigiéndose a la salida con un paso torpe y lento- y de las entregas en caso de que haya que hacer alguna.
-Pero.... yo creía que me encargaría de hacer pizzas, la masa y bueno, usted ya me entiende.
-Já.
Eso fue lo último que dijo antes de salir de la estancia. Definitivamente, mis ganas de trabajar se habían esfumado completamente.* ¿Servir mesas? Pero yo no quiero servir mesas*.
-Disculpa a mi padre, a veces es bastante borde, por la edad y esas cosas, ya sabes.
-Sí -asentí mirándola- ya sé.
-Bueno, yo tengo que empezar a pelar tomates y eso, -cogió un par de una cesta debajo de la encimera- te sorprendería lo temprano que alguien puede pedir una pizza o un panini. Tú deberías ir limpiando la barra y las mesas, pronto empezará a llegar gente a comprar el pan. ¿Sabes? también vendemos pan.
-Ya, sí, bueno... -en esos momentos no sabía que hacer- ¿dónde hay una bayeta o un trapo?
-Debajo de la barra tienes una, de color amarillo y allí -señaló a la esquina, al lado del gigantesco horno de ladrillos y cemento con forma abovedada- tienes para humedecerlo.
-De acuerdo.
Ahí acabó la conversación. Me dirigí a coger el spray con un líquido azul en su interior y salí de la cocina. La bayeta estaba un poco pegajosa y bastante asquerosa. No era este el concepto del nuevo trabajo que tenía, desde luego.
-Menuda la que me espera- susurré.



La hora de la comida había llegado y Betsi no se había separado de mi en toda la mañana ¿a ver cómo le explicaba yo, que después de cuatro horas de clases, no tenía hambre?
Nos sentamos en una mesa rectangular, en la fila del centro de la parte izquierda, justo al lado de la ventana, por donde se veía el aparcamiento. Betsi sacó de su fiambrera un sanwitch de, lo que parecía oler, pollo con mahonesa un poco pasada *Iug*. Arrugué la nariz con asco al ver el color marrón del pan, ese color no debería ser normal.
-¿Quieres?- ofreció- es pan integral, por eso el color y lleva pollo y mahonesa.
-No gracias- rechacé- no tengo hambre.
-Como veas- comentó, haciendo un gesto de indiferencia mientras se llevaba la comida a la boca.
-¡Hola chicas!
Un chico, no más alto que yo y de complexión delgada, con un flequillo puntiagudo de color morado que le caía sobre el ojo derecho haciendo que quedase oculto a la vista de los demás, se sentó al lado de mi compañera con aire sonriente.
-Betsi, chica nueva -sonrió.
-Se llama Theressa -contestó la chica con la boca llena- para los amigos: Thess, Thessa, Thessi...
-Sí -asentí- pero como ella dice, para los amigos.
-Oh, lo seremos muy pronto, encantado, yo me llamo Nathe.
-Seh....
Normalmente, cuando llegaba a un lugar solían tratarme como al bicho raro y ahora, que no pretendía conocer a nadie, se presentaban solos, encima me habían tocado estos dos, muy raros, pero parecían majos.
-Oye Bets, ¿vas a venir a la convención de esta tarde? -preguntó Nathe.
-¿Hay esta tarde una convención? -al parecer, por su cara, no tenía ni idea de a lo que el chaval se refería.
-Sí, esta tarde tocan los vampiros ¿fantástico, verdad?
-¿Convención de vampiros? -*genial, encima son de esos frikis que se piensan que los vampiros existimos y que es guay jugar con nosotros*.
-Sí - sacó un yogurt desnatado de su mochila, con una cuchara de plástico, de las de usar y tirar- el ¨grupi sobrenatural¨ nos solemos reunir un par de días a la semana para debatir este tipo de cosas. ¿Quieres venir? Está bastante bien, es divertido.
-Eh... ya -dudé- no lo dudo, pero no creo en esas cosas. Son cosas que se inventan una panda de frikis para pasar el rato.
-¡Eh! ¿Nos estás llamando frikis? -preguntó ofendida Betsi.
-Sí, bueno, sin ofender.
-Ya, claro... -sonrió Nathe.
Observé como comían. Era algo que siempre me había resultado gracioso, los humanos eran los únicos animales que comían sin tener hambre, dormían sin tener sueño y bebían sin tener sed, era algo fascinante. Yo en cambio, solo tomaba dos litros de sangre al día, uno por la mañana y otro por la noche y la comida, cuando me entraba hambre.
Las puertas de la cafetería se abrieron para dejar paso al grupo de jugadores del equipo del instituto. El capitán, *cómo no* iba en cabeza. Cuatro chicos con las mismas sudaderas azules, con rayas blancas a los lados y un gallo con guantes de boxeo en la parte trasera *menuda mascota hortera ¿un gallo? ¿enserio?*. En los otros institutos donde había estado tenían mascotas que aunque cutres, no eran tanto como un gallo con guantes de boxeo, los había visto de leones, pumas, tiburones.... incluso yo formé parte del equipo de animadoras en el de los tiburones, pero... ¿un gallo boxeador?.
-Thsss ¿esa es la mascota del equipo? -no pude evitar reírme a carcajadas.
-Sí, es una horterada -me respondió Nathe sin tan siquiera mirarme.
-Ya te digo -puse los ojos en blanco, en un gesto de aprobación.
-Sí, chicos, estoy de acuerdo con vosotros, pero callaros, vienen hacia aquí -advirtió Betsi.
Así era, los cuatro chicos vestidos de la misma forma, se dirigían hacia nosotros. Uno de ellos, el que iba en cabeza, se paró a mi lado, inclinándose para quedar cara a cara, apoyando sus manos en la mesa. Ni siquiera advirtió que Betsi y Nathe estaban allí. Estos se irguieron en sus asientos, quedándose sin respiración. *Parece que esto no ocurre muy a menudo, a ver qué leches me quiere el gilipollas este*.
-Hola monada, yo soy Derec - me dijo, con una sonrisa de suficiencia.
-Ey.
-¿Eres la nueva no?
-Ajá.
-¿Cómo te llamas?
-Theressa. -Aquél gilipollas no parecía darse cuenta de que me importaba  lo más mínimo cómo se llamaba.
-Y ¿qué te trae por aquí?
-¿De verdad? -levanté una ceja, era puro instinto- No sé, ¿tú que haces en un instituto? No, espera, no respondas.- Levanté la mano para callarle antes de que pudiera pronunciar una sola palabra.- No me importa.
-Vaya, es una chica dura -observó un chico moreno detrás de su capitán.
-Sí, así es y estáis molestando a esta chica dura, que está comiendo con sus amigos, a si es que bye.
Nunca me habían caído bien esos tíos, con aires de superioridad que se creen que son lo mejor y que tienen a todas las chicas tras de sí. Este, se volvió a incorporar e hizo un gesto con la cabeza para indicar a su séquito que se marchaban, no antes de dedicarme una sonrisa y decir esa típica frase para ¨quedar bien¨.
-Ya nos veremos.
-Sí, cuidado con la puerta al salir.
Por la cara de extrañado que puso, no sabía a lo que me refería, pero yo sí. Me concentré en la puerta,  visualicé cómo se movía hacia dentro y justo cuando Derec iba a salir, la puerta se movió en su dirección pegándole un golpe en la nariz. Toda la estancia comenzó a reírse a carcajadas, otros tenían la boca en forma de ¨o¨, no se podían creer que el chico más popular hubiese quedado tan en ridículo.
-¿Cómo ha pasado eso? -me preguntó Nathe con cara de extrañado.
-¿El qué?
-Le has dicho que tuviera cuidado con la puerta y ¡zahs! la puerta le ha dado con toda la cara.
-Al entrar me fijé que estaba rota.
-No, no está rota- Betsi movía la cabeza de un lado a otro, sin creerse mi comentario.
-Sí, sí que lo está. Bueno, que más da, el caso es que ese capullo ha quedado en ridículo.
-Ni siquiera lo conoces para decir que es un capullo -apuntó Betsi.
-Bets, el hecho de que estés coladita por él, no significa que no sea un capullo, además, he conocido a otros como él.
-¡No estoy coladita por él!
-Oh, sí que lo estás queridísima miga -me respaldó Nathe- sí que lo estás.


Entré en el coche y cerré de un portazo, quería salir de allí cuanto antes, dabía de admitir que para ser el primer día, no había estado tan mal, pero quería llegar a casa, tumbarme en el sofá y meterle una paliza en la Play a Caleb.
-Si vuelves a darle otro portazo así a tu coche, vas a hacer la puerta giratoria.
-Arranca ya, por favor -le ordené poniéndome el cinturón- necesito salir de aquí.
-Mi día no ha sido tan bueno - metió la llave en el contacto, encendiendo así el motor- pero te recuerdo que hoy tenemos una sesión intensa de entrenamiento.
*Mierda, el entrenamiento, ya no me acordaba ¡Joder!* Cuatro veces por semana, Caleb y yo nos entrenábamos. Primero salíamos a correr, él siempre intentaba ganarme, aún no se hacía a la idea de que no se puede adelantar a un vampiro que dispone de súper-velocidad, pero aún así, él lo intentaba. Luego ¨luchábamos¨ un rato y por último yo le enseñaba cómo matar a un vampiro o al menos, a evitar que el vampiro te mate a ti.
-¿No lo podemos dejar para mañana? -supliqué con mis manos unidas, haciendo pucheros- Hoy no estoy de humor para entrenar, bueno, estamos. Tengo un plan mejor, sentarnos en el sofá, tapados hasta las cejas y jugar a la Play hasta que caigamos rendidos. Suena mucho mejor.
-Thess.... -*ahí viene la reprimenda*- Está bien.
-¿Ya? -pregunté confusa- ¿No te haces de rogar? Normalmente tengo que hacerte promesas, que nunca cumplo, chantajearte, utilizar la coerción..
-¿Que? ¿¡Usas la coerción conmigo!? -gritó con cara de pocos amigos- ¡Me prometiste que nunca lo harías!
-Que era broma, relájate -le tranquilicé mirándole con una sonrisa- Además, llevas agua bendita en tu pulsera, sabes que mientras la lleves encima, no puedo hacerlo.
Algo que muchos libros de fantasía tenían de verdad, eran los tópicos del agua bendita y las iglesias, bueno, podía entrar en una iglesia, pero normalmente aquello no acababa bien, a las pocas horas acababa encamada, con sarpullidos por todo el cuerpo y vomitando sangre, algo no muy agradable de ver, pero el agua bendita nos quemaba la piel, era algo temporal, hasta que se nos cura a los pocos segundos, pero un vampiro tampoco puede ejercer el control mental sobre alguien que lleva ese agua sagrada encima.
-Bueno, ¿me vas a contar por qué tu día no ha sido ¨tan bueno como esperabas¨?
-¿Te acuerdas que te dije, que había encontrado un trabajo en una pizzería?
-Ajá.
-Pues trabajo haciendo recados y limpiando mesas.
No pude contener la risa. Caleb, ¿mi Caleb limpiando mesas? Pobrecillo.
-¡Eh!- soltó el volante, ofendido para pegarme un golpe en el brazo.
-¿Qué? -no podía parar de reír- Lo siento, es solo, que me ha ha hecho gracia.
-En fin... y tú ¿qué tal tu día? Parecías enfadada.
Por fín habíamos llegado a casa. Caleb le dio al mando que abría el garaje comunitario para abrir la puerta y poder pasar. El interior estaba oscuro y olía mucho a humedad *no me extrañaría que haya cucarachas*. Había pequeños trasteros, a los que se accedía por una puerta metálica.
-He hecho dos amigos -comenté bajando del coche- son dos raritos, una es una chica, Beti, Besi, Betsi o como se llame y el otro creo que es Nathe.
-Vaya, me alegro.
-Sí... son majos, aunque están en uno de esos clubs donde hablan sobre cosas sobrenaturales. Já, si ellos supieran.
Los dos nos echamos a reír, resultaba gracioso ver a los mundanos buscar cosas que creían existentes, cosas que si las descubrían, acabarían muertos. No es fácil entablar una conversación humano-vampiro sin que este último acabe degollándolo.
Subí corriendo las escaleras, tan rápido, que una de las vecinas que iba con su chucho, casi se cae al suelo. Me encantaba la cara que ponía la gente cuando pasabas por su lado, levantando una pequeña ráfaga de aire, la cual no tenía explicación. Metí la llave en la cerradura y me tiré corriendo en el sofá. Por fin estaba en casa.






martes, 26 de noviembre de 2013

Capítulo 2.

  El ruido infernal del despertador me levantó con un sobresalto, indicando que hoy comenzaba mi día de instituto. Otra vez vuelta a empezar. Así era siempre, yo iba al instituto o la universidad mientras Caleb trabajaba, él solía ser muy tradicional en ese aspecto, era ¨el hombre de la casa¨, él era quien tenía que ¨llevar el dinero al hogar¨ mientras la ¨niñita¨iba a hacer sus labores pasar ser ¨una mujer de provecho¨. Estaba harta de esta situación, pero bueno, no tenía mucho que reprocharle, estaba en deuda con él y por muchas veces que la saldara, siempre iba a estarlo.
 Cogí el despertador y lo tiré con fuerza contra la pared. Quedó destrozado.
*¿Qué hago yo aquí?* Por lo visto Caleb se habría cansado de mi y me trajo a mi cama en mitad de la noche. A diferencia de la habitación de mi compañero, la mía no estaba exenta de decoración. Las paredes frontales eran de color negro, me gustaba que no hubiera mucha luz, no es que a mi no pudiese darme la luz del Sol, al ser una híbrida y tener un mayor porcentaje de bruja y mujer lobo, mi piel no sufría daños con la luz solar, pero no quitaba que me molestase en los ojos de vez en cuando, sobretodo a primeras horas del día, por eso, normalmente siempre solía llevar mis gafas de sol. Las otras dos paredes, eran de un tono verde manzana y pegada a una de estas se encontraba mi cama, con una colcha rosa. Los muebles eran de madera oscura y el tocador era rosa, a juego con  la colcha. La había decorado deprisa, teniendo en cuenta que solo llevábamos una semana en  Foxckrawens, un pueblo bastante pequeño en San Francisco.
-¡Thess, vas a llegar tarde! -me avisó Caleb.
Olía a gofres con chocolate *ummm...*, era uno de mis platos preferidos. Mi cuerpo necesitaba sangre en  un 90%, pero el 10% restante se llenaba a base de comida.
-¡Ya voy! ¡Solo cinco minutitos más!
*Estúpidas clases, estúpido pueblo, estúpido todo*. Me levanté de la cama, muy a mi pesar y cogí un jersey negro, con unos vaqueros ajustados y por supuesto, mis Martins rojas. Una de las cosas buenas de la coerción, era que nunca te hacía falta dinero para ir de compras.
 El agua salía helada, erizándose la piel con el contacto de mi cara. Me lavé los dientes y marqué la raya del ojo con el lápiz, me hacía los ojos más grandes y resaltaba la tonalidad de mis iris, uno era verde agua y el otro marrón chocolate, producido por  una alteración genética. Atusé un poco mi pelo rizado, para darme un aspecto más... normal (?) y ya estaba lista.
Bajé corriendo las escaleras y me dirigí al microondas, donde Caleb había calentado un rico vaso de  0+, era la que mejor sabor tenía.
-Para tu primer día, que vayas contenta.-sonrió él.
-Deja de recordarlo ¿quieres?
Dejé el vaso, ya vacío dentro de la pila y cogí mi bolsa, con los libros, que estaba sobre la encimera.
-¿Me acompañas, no quiero llegar sola el primer día? -le miré con ojos de cordero degollado, siempre era superior  a sus fuerzas esa careja- Podemos ir en mi coche si quieres.
-¿Conduzco yo?
-Está bien -suspiré.
Yo tenía un BMV Z4 de color rojo cereza. Me encantaban los coches rápidos.


-Pasaré a por ti a la salida, después del trabajo, no está muy lejos de aquí.
-Nada está lejos de nada en este pueblo, es enano, Caleb.
-Lo sé -asentí con un movimiento de cabeza- es el sitio perfecto para que no nos encuentre, ya lo sabes, tenemos que pasar desapercibidos si queremos durar más tiempo en un lugar.
-Siempre nos acaba encontrando, bueno, encontrándome.
Me incliné delante de Thessa para abrirle la puerta y besarla en la mejilla.
-Como se suele decir, mucha mierda.
-Eso es en el mundo del espectáculo- enarcó una ceja.
-Suerte.
Una vez bajó del coche, lo puse en marcha y dejé atrás a esa fantástica chica, en su primer día de instituto. Este lugar me gustaba y esperaba quedarme mucho tiempo.

-Tú debes de ser la nueva ¿verdad?
Una chica, vestida  de negro, se puso delante, cortándome el paso. Tenía el pelo corto de color rojo, como un chico y dos piercings uno en la ceja y otro atravesando su labio inferior pintados del color de la sangre.
-Vaya, ¿cómo lo has adivinado? -inquirí con ironía.
-Pues.... tu cara no me suena y no creo haberte visto por aquí -contestó mirándome de arriba a abajo detenidamente- me sonarían tus botas, son una pasada.
-Sí, soy nueva. Gracias.
La esquivé para continuar mi camino y alejarme de ella, lo que menos me apetecía era hacer ¨amiguitos¨ nuevos. Cada vez que conocía a alguien, tenía que irme a otro lugar. Esta vez no pasaría.
La chica, al parecer no pilló mi indirecta de ¨déjame sola, no quiero conocerte, no me interesas, ¡largo!¨, si no que se tomó mi marcha como una invitación a seguirme.
-Soy Betsi, por cierto, ¿tú eres?
-Theressa. Mis amigos me llaman Thessa, Thessi, Thess.... pero como he dicho, mis amigos.
Aceleré el ritmo para dejarla atrás, pero Betsi, estaba empeñada en conocerme, tanto que echó a correr detrás.
-Encantada -su voz era jadeante por la marcha rápida. -Si quieres, puedo enseñarte donde está tu taquilla.
Paré en seco, haciendo que la chica se chocara contra mi espalda, *mierda, ya no me acordaba de eso*.
-Sí claro.
-Bien, sígueme.
Caminamos por los pasillos, dejando atrás la secretaría y el aula de.. *¿tienen guitarras eléctricas en el aula de música? Vaya, eso le da un punto a favor a este sitio*. Giramos a la derecha y ahí estaba, el pasillo de las
taquillas, atestado de adolescentes hormonados, chicas llenas de maquillaje para tapar los granos de la pubertad y niñatos con la camiseta del equipo del instituto *cómo no, siempre tiene que haber un equipo lleno de estúpidos jugadores, con sus estúpidas animadoras y su estúpido uniforme*.
-Hemos llegado. Esta es tu taquilla- señaló con el dedo índice- está solo a dos taquillas de la mía. A veces se quedan atascadas.
-Ya me lo suponía, siempre me toca una taquilla estropeada.
-¿Siempre? ¿Has estado en muchos institutos?
-Ni te imaginas- reí.
-Este es el típico instituto. Allí las animadoras -me indicó- no hables con ellas, ellas te hablan a ti, si les caes mal estás en un buen lío.
-Como suele pasar.
-Esos son los de audiovisuales -apuntó a la fila de taquillas de delante- son majos, pero unos frikis. Si miras al lado de las animadoras, están los jugadores del equipo del  Foxckrawens High School, te digo lo mismo que con las animadoras. Su capitán es Derec, es el ¨tío bueno¨ -recalcó las comillas para que yo notara la ironía de la frase- es un gilipollas. Y bueno, luego están los grupos de debate, el encargado del periódico, los músicos, los de la banda...
-Para, para.... -levanté la mano para hacerla callar, confusa- demasiada información en un momento.
-Lo siento -rió por lo bajo.
-Gracias por las indicaciones.
-¿Qué tienes ahora? -se inclinó por detrás de mi hombro para ver mi horario- ¡Vaya! Vamos a la misma clase.
-Bien, porque no sé donde está el aula de química.
Betsi se dio la vuelta y avanzó por el pasillo. Pasamos por el lado de las animadoras y del equipo de fútbol, cómo no, se me quedaron mirando, sería el centro de atención durante un tiempo. Uno de los chicos, el que la muchacha me había dicho que era el capitán del equipo, me sonrió con aires de superioridad, pero le canteé la cara, *estúpido*, nunca me habían gustado los jugadores de fútbol.
Nos detuvimos delante de una puerta verde, abierta de par en par que dejaba ver unas mesas metálicas llenas de tubos de ensayos , vasos de precipitado y líquidos de colores. *Esta debe de ser el aula de química*. Nos quedamos en la entrada, contemplando la clase vacía, aún faltaban diez minutos para que tocase el timbre.
-¡Welcome to the hell!- exclamó, abarcando con los brazos la sala.


Todos los lugares de esta historia son inventados, a excepción de San Francisco, por eso si los buscas en un mapa, no aparecerán.











lunes, 25 de noviembre de 2013

Capítulo 1.

Actualidad.

-Venga que empiezo.
¨Hola a todos, queridos compañeros, como he empezado  a mitad de trimestre, pues me ha tocado hacer esta redacción para presentarme, bien, pues comienzo.
Me llamo Theresa Wesst, tengo 756 años, bueno, a la semana que viene tendré 757. Soy una hibrida, mi madre era una bruja y mi padre, al que no he conocido, es mitad lobo mitad vampiro  Unos de mis hobbies favoritos es pasarme horas practicando con la magia, leyendo grimorios antiguos que he ido recopilando a lo largo de los años y beber, beber sangre...¨
-Thess ¿puedes tomártelo enserio?
-Oh, estoy muy seria Caleb -no pude evitar sonreír al ver su ceño fruncido.
-Thess.... -replicó.
-¡Ohg! ¡Está bien!
Rompí la hoja que sujetaba entre las manos y la tiré al cubo de la basura situado debajo del fregadero.
La cocina no era muy grande, como el resto de la casa, bueno, era un loft. La cocina estaba separada del salón por una barra metálica que servía de encimera, donde me encontraba en ese momento apoyada. Caleb, mi mejor amigo, estaba fregando los platos, ya que no disponíamos de lavavajillas, no era por el dinero, sino que Caleb era muy tradicional. El salón estaba decorado con una moqueta negra y sillones de cuero color marfil, justo enfrente había una televisión de plasma con su home cinema incorporado y las play y X-BOX, con las que nos gustaba pasar el rato, yo era bastante buena en los juegos de carreras, por eso Caleb siempre acaba enfurruñándose y yéndose a dormir. En la parte izquierda de la casa, había unas escaleras, justo al lado del balcón, que daba a la playa ¨Crystalline Waters¨, por sus aguas cristalinas. Las escaleras subían a lo alto de un balcón interior, donde había estanterías con libros viejos y nuevos y lo más importante, las habitaciones y el cuarto de baño.
-¿Puedes recordarme por qué yo he de ir al instituto, por millonésima vez y tú puedes quedarte en casa? -pregunté mientras enredaba con un mechón de mi cabello.
Caleb me miró muy serio, aún con las manos llenas del jabón de lavar la loza.
-Pues porque yo ya tengo veintiuno - dijo salpicándome con las manos mojadas- y además, no me quedo en casa, ya he encontrado trabajo en una pizzería cerca del centro. Pagan bastante bien.
-Ya, pero es que yo también puedo trabajar -me quejé limpiándome el agua con jabón que me había ciado en la ropa.
-No vamos a discutirlo más Thess.
-Es que no es justo, es siempre igual. Yo voy a la ¨escuela¨mientras tú trabajas. Sabes que podría trabajar en cualquier lado. ¡Oh por el amor de Dios, Caleb! Estoy licenciada en Veterinaria, Enfermería, Derecho e incluso podría ser guardia civil. ¡¿Me estás escuchando?!
Caleb, de espaldas a mi, asintió levemente con la cabeza. Los músculos de sus brazos se contrajeron, marcándose aún más en la camisa blanca que llevaba, con las mangas arremangadas para evitar mojárselas.
-Te estoy hablando.
Ahí es cuando llegó la reprimenda. Se dio la vuelta, con agua en la oquedad de las dos manos unidas y me la tiró encima de la cabeza. Me quedé paralizada. Notaba como el agua iba cayendo por mi cuello, mojándome la piel a su paso y cambiando el color de mi camiseta gris a gris oscuro. Caleb no paraba de reír, porque sabía que no me gustaba mucho el agua, solo lo justo para asearme, supongo que serían cosas de vampiros. Me miró muy serio, con terror en los ojos, sabía que cuando me quedaba tan quieta es porque estaba planeando algo, algo que no iba a ser muy bueno.
Sentí como un cosquilleo iba invadiendo mis dedos, era como pequeñas agujas que me daban descargas, muy rápidas, pero suaves a su vez. Caleb me las iba a pagar. Una sonrisa afloró por la comisura de mis labios cuando la tubería explotó y el agua comenzó a manar por donde antes se encontraba el grifo. El agua mojó al chico, sorprendido, parecía como si hubiera salido de la ducha con la ropa puesta para ahorrar agua La camisa se le pegaba  a la piel, dejando a la vista sus definido músculos. El pelo negro estaba lleno de gotitias de agua, pegándoselo a la frente en aquellas partes donde  estaba saturado.
Me miró, sorprendido, pero con una pizca de enfado en sus ojos, no sabía que decir.
-Sabes que odio el agua -reí entre dientes- tú solito de lo has buscado.
-Al.. al.. al menos me ayudarás a recogerlo ¿verdad?- balbuceó, escupiendo gotitas del fluido.
-No y ya puedes darte prisa, antes de que se inunde la cocina. He permitido que salga el agua, no que pare.
Me levanté de la encimera donde me encontraba apoyada y salí de la cocina con aires de superioridad *se va a enterar* pensé.
-Me voy a la ducha. Ya sabes cómo me encanta el agua -dejé arrastrar esa última palabra, con desdén.
Subí las escaleras corriendo, dejando atrás la cocina inundada y el salón a medio mojar y me metí corriendo en el cuarto de baño, para evitar escuchar los gritos de Caleb.
La súper-velocidad vampírica era una de las cosas que más me gustaban.
El cuarto de baño tampoco era muy grande, cabía lo justo, una ducha de tamaño mediano, un váter, un lava-manos con sus respectivos muebles donde guardábamos las cremas y los jabones y un taburete donde dejar la ropa  con un espejo a tamaño real justo detrás de este.
Encendí el agua, para dejar que fuera saliendo la caliente antes de meterme dentro de la ducha y me desvestí. Me quedé mirando fijamente el espejo , ya medio empañado por el vapor y me dí  cuenta lo mucho que me había crecido el pelo en el último año. Yo no era ni muy alta, ni muy baja, mi estatura era una estatura media, o así la denominaban los médicos. Mi pelo era de color negro azabache, lo tenía justo un poco más arriba de la cintura y tenía un lado de la cabeza medio rapada, dejando ver mi oreja llena de pendientes de plata y una dilatación de 8mm.
-Tengo que hacer algo con este pelo, quizás me rape el otro lado, seguro que estaría muy guapa.
Sonreí al espejo y me metí en la ducha.



-¡Eres una hija de P... Theressa!
Cogí  rápidamente un trapo he para intentar taponar el agujero donde antes estaba el grifo, pero el agua salía con demasiada presión, el trapo no aguantaría. Corrí rápidamente a la pequeña terraza, dentro de la cocina y saqué una llave inglesa para poder cerrar la tubería. Abrí el mueble, saqué los botes de lejía que había en su interior y apreté con fuerza la llave.
-Genial, ahora me tocará recoger todo esto ami solo -me quejé mirando la cocina encharcada.
El gato negro de Thessa, al cual no le tenía puesto un nombre y le llamaba Gato, me estaba mirando muy fijamente, hasta el punto de ponerme nervioso, sentado encima de la lavadora, mientras yo quitaba, muy a mi pesar, el agua del suelo con una fregona, que no absorbía absolutamente nada.
-Voy a matar a tu dueña, Gato.
Me quedé observando cómo Gato saltaba de la lavadora a la encimera, con un pavoneo y sigilo que solo un felino es capaz de realizar, cuando este me bufó, erizándose le el pelo como efecto secundario.
-Gato estúpido.


Después de la relajante ducha y ponerme el cómodo pijama de franela de color azul, salí de mi cuarto para meterme en  la habitación de  Caleb, quien estaba tirado en la cama, aún con los pantalones mojados, pero sin la camisa.
-¿Ya has arreglado la tubería? -pregunté con sorna.
No obtuve respuesta.
-Oh... ¿te has enfadado?
Cogí impulso y me tiré  encima de Caleb, haciendo que este se doblara por la mitad, quejándose.
-No, no estoy enfadado.
-Sé que sí.
Me hice a un lado para tumbarme junto a Caleb en la cama. La habitación no era muy grande. Las paredes eran de color blanco a juego con la colcha, solo había un escritorio lleno de libros viejos, un armario y dos puertas, una que daba a la casa y otra que daba al cuarto de baño.
-No, no lo estoy.
El chico levantó el brazo y me pasó la mano por debajo del cuello, quedándonos así los dos tumbados en la cama, muy juntos.
-Eres mi mejor amiga, ni por muchas cabronadas que me hagas podría estarlo.
-Lo sé -dije  con una sonrisa en los labios-. ¿Puedo quedarme hoy aquí a dormir?
-Está bien.
Ninguno de los dos volvimos a hablar. Esperamos pacientemente a que el sueño nos invadiera, quedando en una oscuridad absoluta.

Prólogo.

1.257 d.C.

La casa estaba ardiendo y yo solo podía gritar. El humo se adentraba por mi tráquea inundando mis pulmones, llenándolos de hollín y suciedad, me estaba asfixiando, lo notaba, pero yo no podía parar de gritar.
Miré hacia mi izquierda, justo encima de la cama, mi madre estaba tumbada, con un brazo caído por el borde y su pecho, sangrante, con una oquedad justo donde está el corazón, bueno, donde estaba. Las lágrimas se evaporaban antes de llegar a la barbilla, mi madre, mi madre estaba muerta *no, mamá*, pensé, *no me dejes*. No podía acercarme a ella, porque una de las bigas había caído justo entre medias de las dos, me cortaba el paso, no podía acercarme y eso hacía que llorase aún más.
El cuerpo me pesaba, no podía levantarme del suelo, no podía seguir luchando por sobrevivir, ya estaba cansada, el dióxido de carbono me estaba adormeciendo lentamente y el fuego me estaba alcanzando, pero me daba igual, no me importaba, mi madre estaba muerta y yo ya estaba sola en el mundo, había llegado mi momento.
Noté unas manos que pasaban por debajo de mis rodillas y otra que pasaba por mis hombros, no sabía quien me estaba sacando de allí, yo no quería, quería morir ¿quién era esa persona para decidir si podía salvar mi vida o no? El humo le tapaba la cara y mi vista cansada y adormecida no ayudaba mucho, solo podía notar el calor que desprendía su cuerpo, pero el mío ya no podía más. Mis ojos se cerraron, sumiéndome en la oscuridad.