lunes, 2 de diciembre de 2013

Capítulo 5.

-Firma aquí, aquí y aquí -me indicó amablemente la mujer de secretaría-. Por cierto, chiquilla, no me has rellenado entero el papel de la matrícula.
Betsi, Nathe y yo estábamos en secretaría, había algunos libros que me los había prestado el instituto, por eso de empezar casi a finales de trimestre y que fuera tan difícil encontrarlos. La mujer parecía muy amable. Tenía un gran moño canoso en lo alto de su cabeza y unas gafas redondas muy pequeñitas. Me pasó un papel. *Claro, el DNI*. Cada vez que cambiábamos de lugar, teníamos que hacernos una identidad nueva y aún no tenía el carnet nuevo. No es que hubiese empezado el día  con muy buen pié.
Betsi, que estaba detrás de mi, se inclinó para ver qué era el papel.
-¡¿Haces los años veinte de diciembre?! -me acababa de destrozar el tímpano- ¡Pero eso es en cuatro día!.
*Genial.... seh*.
-¿Por qué no nos has dicho nada? -ofendido, Nathe me pegó una colleja.
-Bueno... no sé... -*a ver cómo salgo yo de esta ahora*- Llevo ¿cuánto? ¿Tres días aquí? No conozco a nadie y bueno..
-Nos conoces a nosotros.
-Ya, pero no sé, no quería molestar con estas cosas...
-¡Qué vas a molestar! -chilló Betsi sonriente- Además, son tus dieciocho.
*Já, dieciocho dice... dí mejor setecientos cincuenta y siete*
-Tienes que celebrarlos, Thessa.
-No me gustan las fiestas, además, no conozco a nadie.
-Bueno, algo tranquilo, pero tienes que celebrarlos -insistió Betsi.
Sabía que si no les decía que sí, iban a estar dándome la murga estos cuatro días, por lo que acabé desistiendo.
-Bueno, vale, está bien -les dí la vuelta hacia la puerta y los empujé levemente-. Pero ahora dejarme acabar el trámite de los papeles. Luego os busco.
-Te esperamos en la cafetería -me señaló con el dedo índice Nathe-. No tardes.
-Que no -dejé arrastrar esa última palabra en señal de pesadez.
Por fin se marcharon, ya podía hacer lo que estaba deseando hacer y no había moros en la costa.
-Señora -llamé amablemente  a la secretaria.
-¿Sí, cariño?
-No falta nada en estos papeles.
-Sí, mira -cogió el papel para enseñarme el hueco vacío donde debería estar escrito  mi DNI- justo aquí...
La miré a los ojos y la mujer se quedó fijamente embelesada en los míos.
-No falta nada, mi carnet de identificación está puesto, no se preocupe por eso.
-Sí, tienes razón, está puesto, ha debido ser un error.
-Sí -afirmé cogiendo los libros prestados- eso ha sido todo, un erro. Que pase un buen día.
-Adiós cielo.


Ya se había vuelto a retrasar. Thessa tenía que pasar a buscarme cuando acabara el instituto, hoy salía un poco antes de mi trabajo porque el jefe estaba hospitalizado y como no se fiaban mucho de mi, no me dejaban solo en la pizzería. Hacía frío, como era normal en pleno mes de diciembre, pero ese día hacía un frío especial. Miré mi reloj *Las cuatro en punto* y levanté mi cabeza hacia el cielo. Ya estaba oscureciendo.
Bajé hasta la esquina de la calle para ver si veía el coche de Thessa, pero nada, no se veía nada. Los chiquillos iban corriendo por las aceras alegres de haber terminado ya las clases y aún más felices porque al día siguiente, según tenía entendido, les daban las vacaciones de Navidad. Las calles estaban alumbradas con luces y guirnaldas de colores *deben de haberlas puesto hace poco, ayer no estaban allí*. Continué
calle abajo, quizás Thessa venía de camino, así no tendría que dar la vuelta y pasaríamos por la tienda de abetos navideños. La Navidad era una fiesta que siempre nos había gustado celebrar, darnos los regalos el día veinticinco y preparar mi pollo asado, ese día, mi amiga se atiborraba a comida, pero lo mejor de todo era la fiesta de Año Nuevo. Esta vez, Thess no iba a adivinar el escondite de su regalo.
Escuché un ruido detrás de mí, un ruido seco y sonoro. Me dí la vuelta para ver qué era, pero solo me dio tiempo a ver una sombra negra que se escondía tras la esquina. Iba a dar marcha atrás, justo cuando escuché el claxon del BMV. *Bah, da igual*. Bajé corriendo la calle; estaba en doble fila.
-Ey -saludé cerrando la puerta con cuidado-. Siempre tan tardona.
-Lo siento hermanito -sonrió sarcásticamente-. He estado ocupada.
*¿Hermanito? Vale que mantuviera la tapadera delante de la gente, pero estando los dos...*
-Hola hermano de Thessa -dijo alguien a mis espaldas.
Giré como pude, pues con el cinturón abrochado, apenas tenía movilidad y vi a la chica que había conocido esa mañana y a un chaval, poco más alto que ella, con un flequillo morado.
-Hola, Betsi ¿verdad? -dudé-. ¿Y tú eres?
-Sí, Betsi.
-Yo soy Nathe, encantado.
-Lo mismo digo.
El chaval, me miró con una sonrisa pícara y un brillo especial en los ojos *este es gay, fijo*.
-Tenemos que dejarlos en sus casas, nos pilla de camino.
-De acuerdo.
De no ser por los cuchicheos que se oían en la parte trasera, el coche estaría en un silencio absoluto, uno de esos incómodos que no le gustan a nadie. Estaba seguro de que ella seguía mosqueada conmigo.
Miré por la ventanilla del coche. La verdad es que el pueblo no era tan malo. Era pequeño, pero tenía pinta de ser acogedor. Las calles eran un poco estrechas, sólo cabía un coche. Los peatones iban de un lado para otro con bolsas cargadas de regalos y adornos de navidad. La fiesta se notaba en el ambiente.



Después de dejar a mis compañeros en sus casas, fuimos a la tienda de los árboles de navidad, por estas fechas ya solíamos tenerlo en casa, adornado, pero debido a las prisas de la mudanza no nos había dado tiempo.
Quedamos en que cada uno iría por un pasillo y seleccionaría el que más le gustase, luego se lo enseñaríamos al otro y decidíamos cuál era mejor. Normalmente solíamos picarnos por eso, siempre era mejor el de cada uno.
A lo lejos vi uno grande y verde, notaba su vida a distancia. Cada bruja tenía una especialidad, es decir, cada una tenía un poder, luego podía hacer conjuros y hechizos, claro, pero unas podían ver el futuro, otras podían paralizar el tiempo o viajar al pasado; yo ejercía poder sobre la naturaleza. Podía controlar la meteorología o incluso hacer que las ramas de un árbol se movieran. Sentía la vida del mundo natural.
Eché a correr hacia él, antes de que alguien más lo viera y pudiera quitármelo, pero ya era tarde. Un chico de pelo oscuro y bastante más alto que yo, ya estaba allí. Paré en seco.
-Bonito, ¿verdad? -dijo de espaldas a mi.
No sabía si era a mi a quien hablaba, pero desde luego no había nadie más allí.
-Rebosa color -continuó.
-Sí -dudé, aún no sabía si me hablaba a mi.
-Creo que me lo llevaré.
-¿Qué? ¡No! -chillé. No podía llevárselo, estaba segura que yo lo había visto primero.
-¿Por qué no? Yo llegué primero, eso me da derecho a llevármelo.
El chico se dio la vuelta para quedar cara a cara. Sus oscuros ojos se quedaron fijos en los míos. No podía permitir que se lo llevara, era un árbol precioso.
-Eso no está claro - las palabras salieron con descaro de mis labios- por esa regla de tres, yo lo vi antes, pero estaba mucho más lejos que tú.
-Já -rió sarcásticamente- eres buena.
-Gracias.
-Pero eso no cambia nada.
Pasó las manos por detrás del abeto, levantándolo del suelo. No era posible, un bicho de esos pesaba mucho como para cogerlo una persona normal. Me adelanté y le agarré del hombro para hacer que me mirase.
-Suelta ese abeto, yo lo vi primero, es mío.
El chico soltó inmediatamente el árbol, que rebotó contra el suelo, soltando algunas púas por el golpe.
-Darás otra vuelta y escogerás el que más te guste.
-Sí, tienes razón, este abeto lo viste tú primero, es tuyo.
-Sí, es mío- sonreí- Espero que tengas suerte en tu búsqueda, por el pasillo de la izquierda hay otros muchos, incluso más bonitos.
-Gracias por el consejo.
El muchacho dio media vuelta y se marchó por donde le había indicado. *Já, chúpate esa*. Me había salido con la mía.
Como habíamos acordado, llamé a Caleb y le dije que viniera a mi sección para ver el árbol, estaba segura de que le encantaría y así fue.
-Estuve a punto de no cogerlo -le solté-. Un chico, de tu edad más o menos, casi se lo lleva, es más, lo levantó y todo.
-¿Él solo? -su  reacción había sido igual que la mía- Estos cacharros pesan mucho.
-Lo sé. Tuve que usar la coerción.
-¿¡Qué!? ¡THESS! -exclamó enfadado. A Caleb no le hacía mucha gracia que practicara la coerción y menos en público, decía que era muy peligroso-. Tenemos un acuerdo.
-Lo sé, pero es que es tan bonito...-acaricié sus púas con cuidado de no pincharme.
-¿Te ha visto alguien?
-No.
-¿Segura?- insistió.
-¡Ay, Caleb! -a veces se ponía muy pesado- Sí, estoy segura. Ahora vamos, coge por un extremo y yo por el otro, tendremos que montarlo en el coche; luego vendré a pagar.
Como le dije, fuimos al coche y montamos el abeto en el maletero. La desventaja, es que el maletero de mi coche no era muy amplio, por lo que quedaba medio fuera, pero nos aseguramos de atarlo bien para que no le pasara nada.
Una vez en la caja, saqué el monedero y le entregué el dinero al encargado. Me sentía rara, como si alguien me estuviera observando *creo que estoy paranoica*. Me dí la vuelta para salir de la tienda cuando vi al chico de antes, el del árbol, mirándome desde una de las esquinas. Nos quedamos mirando. Él sabía que yo le estaba viendo y que sabía que yo sabía que él me estaba observando. Pasaron varios segundos hasta que así, sin más, desapareció. Me quedé mirando a la nada, no sabía que era lo que acababa de suceder, pero había sido muy, pero que muy raro.


Allí estábamos los dos, de planta parada, apoyados en la pared mirando la sala sin saber dónde colocar ese árbol. Yo decía que quedaría muy bien al lado de la televisión, pero Caleb decía que si lo poníamos ahí, Gato podía subir a la mesita y saltar sobre el abeto, lo que implicaría que probablemente todo se viniera abajo incluyendo la televisión, Play y DVD, junto con videojuegos y obviamente, ninguno queríamos eso.
-Propongo debajo de la escalera -indicó Caleb con la cabeza-. Ahí no correría ningún riesgo.
-Um... -dudé- es buena idea sí.
-Pues listo -sacudió sus manos como aquello de que estuvieran llenas de polvo-. Luego lo colocamos, ahora vístete que nos toca salir a correr.
-¿Eh? Pero si entrenamos ayer- me quejé.
-Lo sé, pero te recuerdo que antes de ayer no -recordó- y que entrenamos cada dos días.
-Caleb.... -no tenía ningunas ganas de entrenar *si en este estúpido pueblo no nos va a pasar nada...*.
-Vamos -alargó la palabra, acompañada de un empujón leve en el hombro.
-Joder -me separé de la pared, enfadada- está bien.
Subí las escaleras lentamente, sabiendo que Caleb estaba abajo, observándome con una sonrisa de oreja a oreja dibujada en su cara. Antes de abrir la puesta de mi habitación, me volteé y le saqué el dedo, odiaba cuando hacía eso.
Entré y fui directa al armario. Saqué una sudadera negra, con el dibujo de un emoticono sonriente en la parte delantera y un par de mayas ajustadas.
Salí, ya vestida, con mi ropa de deporte y salté por el balcón interior, cayendo de pié en el suelo, haciendo una reverencia.
-Lo sé, lo sé soy una chica muy atlética -alardeé- no hace falta que aplaudan querido público.
-Oh, Thess- se rió mi amigo- ¡Vamos!.
-Está bien, está bien.
-Y el entrenamiento empieza...- tamborileó con sus manos en las piernas, para darle más ¨suspense¨al asunto, al menos eso creía él, yo siempre pensaba que quedaba muy ridículo-. ¡Ya!
Abrió la puerta y salió corriendo. Yo me quedé mirando el reloj de mi muñeca *uno, dos, tres...*. Siempre le daba un minuto de ventaja, el pobre se picaba conmigo e intentaba ganarme, pero a pesar de sus esfuerzos, eso era imposible.
Salí del loft tranquilamente y me aseguré de cerrar bien la puerta antes de bajar las escaleras con un calmado paso. *Cuarenta y uno, cuarenta y dos...*. Hasta que no llegara a sesenta, no empezaría a correr. Lo veía corriendo calle arriba, esa camiseta amarillo fluorescente era casi imposible de no ver. *Cincuenta y ocho, cincuenta y nueve y ¡sesenta!*. Ahora es cuando empezaba mi entrenamiento.
Corrí lo más rápido que pude. Las casas y los coches eran borrones a mi alrededor, pero iba con cuidado de no chocarme con nadie, aunque a las ocho y cuarto de la tarde, poca gente había por la calle, solo las personas que salían de sus trabajos y aquellos que vivían allí, sin un techo donde meterse. Pronto alcancé a Caleb, dejándolo atrás.
Corría calle arriba, pero giré hacia la izquierda, veía el bosque a lo lejos, era hacia donde nos dirigíamos, el primero que llegara a la otra punta, ganaba. Pasé al lado de un par de niños que jugaban en medio de la acera, arrastrando sus juguetes con la fuerza del viento que se creaba a  mi paso.
Llegué pronto a los inicios del bosque. Las ramas iban crujiendo a medida que las apartaba, incluso muchas me arañaban la piel de la cara y las manos, pero no era de importancia, según se hacían, se borraban.
Fui una tonta al no darme cuenta de que había alguien más en aquel bosque y de que no era mi amigo. Podía notar su olor, pero no escuchar sus pulsaciones. Corrí más  rápido, pero esa cosa me pisaba los talones. Me estaba poniendo nerviosa.
Noté un fuerte golpe en mi costado derecho, algo o alguien se había abalanzado sobre mi, derribándonos a los dos. Cerré con fuerza los ojos he intenté zafarme de esa cosa, pero me tenía muy bien sujeta por la cintura y era casi igual de fuerte que yo.  Rodamos cuesta abajo, hasta que chocamos con el tronco de un árbol que se encontraba en una zona embarrada. El agua acumulada en el suelo por las lluvias, me mojó toda la cabeza, entrando, incluso, por el interior de mi sudadera.
Abrí los ojos de golpe y descubrí que no se trataba de una cosa, sino de una persona, un hombre en concreto. Con un empujó en su pecho, lo lancé por los aires, pero cayó de pié. Era un vampiro, no cabía duda.
-¿Quién eres? - mi voz salió de mi garganta como un grito gutural-. Y ¿qué quieres de mi?
 Tan rápido como pude, me levanté, poniéndome a su altura. Nunca había visto a ese hombre. Era mucho más alto que yo y bastante más corpulento. Tenía el pelo negro y una frondosa barba descuidada. Desde luego, no estaba preparada para la respuesta que me dio. Podía esperarme cualquier cosa, menos eso.
-Soy una persona, que sabe que Gabriel estará encantado de saber que su hermanita querida está completamente a salvo -contestó el vampiro, cuadrándose de hombros-. Se va a alegrar mucho.








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