martes, 31 de diciembre de 2013

Capítulo 19.

Como una exhalación, salí corriendo de la habitación de Caleb y bajé las escaleras para tirarme sobre Betsi. La chica estaba ardiendo entre las llamas. Caleb, como pudo, cogió una manta y la atusó con ella para apagar el poco fuego que le quedaba en la camisa del pijama. No paraba de gritar y pegarme manotazos muy asustada, con los ojos tan apretados que parecía que no tenía parpados.
-Shh, shhh ya, Betsi -me levanté de encima y me senté a su lado-. Caleb, trae algo de sangre por favor.
Le miré con ojos suplicantes, pues sabía que no le gustaba que le diera ordenes, es algo de entender, a nadie le gusta, además de que él también se había asustado cuando habíamos escuchado el grito y al salir de la habitación, nos habíamos encontrado a Betsi frente a la ventana, completamente transformada en una hoguera.
-¿Me puedes explicar qué ha pasado? -la ayudé a incorporarse- ¿Qué hacías expuesta de esa forma a la luz? ¿Qué parte no entiendes de que no puede darte?
-No, no me acordaba -respondió cabizbaja y nerviosa- tengo que acostumbrarme a esto.
-La verdad es que sí y cuanto antes mejor.
Estaba sentada en el suelo, a mi lado y por el sonido de su voz, incluso juraría que estaba llorando. Había sido un poco brusca con ella, pero le repetí más de cinco veces, que no podía salir de día, no de momento al menos y lo primero que había hecho, había sido eso. *Lo que me va a costar*. La piel de su cara estaba rosacea, cicatrizando en las zonas que se habían quemado, además, olía a pelo chamuscado, un olor asqueroso y repugnante.
-Aquí tienes -Caleb, tan amable como siempre, le tendió el vaso para que se lo bebiera. -Te vendrá bien.
-Gracias -asintió cogiéndolo-. Lo siento si os he despertado, lo siento de verdad, yo no quería...
Betsi comenzó a llorar. Me daba pena verla en aquella situación, no me gustaba que estuviera así, además, me sentía culpable por ello.
-Shhh no llores -la abracé con fuerza, con cuidado de no derramar el vaso-, tienes que acostumbrarte, lo harás con el tiempo, además, estábamos despiertos.
-¿Ta pronto? -se pasó la manga de la camiseta por los ojos para secarse las lagrimar y miró al DVD para ver la hora- pero si es muy temprano.
-Somos madrugadores -se adelantó Caleb a contestar.
-Ya veo ya. De todos modos, Thess -me miró con seriedad y preocupación- he visto en mi móvil que Nathe me ha estado llamando, pero no le he cogido el teléfono, no sabía que decirle.
-Oh, Nathe...
Era normal que la hubiera estado llamando, yo había recibido un par de sms en los que me preguntaba por Betsi, pero tampoco sabía que contestarle por lo que directamente le había ignorado. El pobre se preocupaba por nosotras y lo que hacíamos a cambio era esquivarlo; teníamos que llamarlo aunque fuera y explicarle que todo estaba bien y en orden.
-Yo también he recibido sms suyos, pero no contesté, no puede verte así Betsi.
-¿Por qué no? -cerró los ojos al llevarse el vaso a los labios y probar su contenido.
-Por eso -señaló Caleb a sus manos.
-¿Mis manos? -inquirió sin comprender- ¿Qué le pasa a mis manos? Sé que tengo las uñas un poco desastrosas, mi madre dice que parezco una cerda con ¨esas pecuñacas tan negras¨ pero no pensé que fueran un mal para la humanidad.
-Sin comentarios -puse los ojos en blanco como respuesta, pues era con lo único con lo que podía contestar a lo que había dicho-. No, no son ni tus manos ni tus pezuñas.
-¡Eh! ¡No tengo pezuñas! -se ofendió.
-Es lo que dice tu madre, no Thess.
Miré a Caleb y asentí con un gesto de aprobación, pues había estado hábil a a hora de respaldarme. Los tres nos echamos a reír, la verdad es que la situación había sido bastante graciosa, cutre, pero graciosa y en aquellos momentos lo que más necesitábamos era reírnos.
-Me refería a la sangre, Betsi. Te acabas de transformar, estar cerca de Nathe lo pondría en peligro.
-¿Por qué? Yo no le haría daño, el es mi mejor amigo.
-Primera lección del día -apunté con el dedo- cuando te conviertes, lo que pasa a ser más importante es la sangre, no te dejes engañar.
-Pero...
-Betsi, Thess y yo te entendemos, pero no puedes poner su vida en peligro de esa forma, además, traerle a casa sería peor, porque vería que estás viviendo aquí.
-Lo sé -asintió ella- pero estoy segura de que si no contesto ya, él irá a mi casa y cuando mis padres le digan que estoy aquí, vendrá.
Me fastidiaba reconocerlo, pero Betsi tenía razón; una vez que Nathe fuera a su casa, vendría directo aquí a continuación y eso no sería nada bueno, pues tendríamos que dar muchas explicaciones, de lo contrario, si quedábamos con él, no tendríamos que decirle que Betsi estaba viviendo con Caleb y conmigo, pero sería muy peligroso y además, Betsi se expondría a una presión horrible con su sangre cerca.
Miré a Caleb, que se encontraba sentado  en el sofá detrás de mi, en busca de alguna aportación razonada que pudiera servir de ayuda, pero lo único que obtuve fue un movimiento de cabeza con sentido negativo, él estaba igual que yo, ninguno sabía qué era lo que podríamos hacer.
-¿Podéis dejar de miraros y decirme que pasa? -rogó la chica ligeramente enfadada- Porque me estáis poniendo de mala leche y por lo que me dijiste ayer, un neófito cabreado, no es nada bueno.
-Vas aprendiendo ¿eh? -sonreí sarcástica- A ver, hay dos problemas, uno es que tienes razón y el otro es que Caleb y yo tenemos razón.
-¿El que todos tengamos razón es un problema? Me he perdido.
-Lo que Thessa quiere decir es que tu no puedes quedar con Nathe, sería ponerte en una presión innecesaria pero a la vez, el que no le veas o no le contestes, implicaría que viniera aquí y eso sería aún peor.
-¿Ves? si me explicáis las cosas así es mucho mejor - bufó acusándome- y si....
-¿Qué? -pregunté enarcando  una ceja.
-¿Si me invento algo? Es decir, mis padres piensan que estoy con una amiga, a Nathe puedo decirle que he tenido que salir de la ciudad, a casa de.... ¡de mi tía Diana!
-¿Diana?
-Sí, vive al norte, podía decirle que hemos ido a visitarla, bueno, he ido.
-No es mala idea, ¿qué opinas Caleb?
-Suena a excusa, pero total -se encogió de hombros- creo que ese chico no tiene dos luces de frente, por lo que quizás cuele.
-¡Eh! -gritamos Betsi y yo a la vez.
-No te pases, es nuestro amigo -le pegué un codazo en la espinilla-. En fin, pasame tu móvil, yo le escribiré el mensaje.
-Esta bien -se levantó de su sitio y fue hasta el perchero, donde estaba su bolso colgado y me lo tiró- toma.
Se pasó un poco de fuerza y lo lanzó mucho más lejos de donde yo estaba, pero otra de las cosas buenas que teníamos los vampiros, eran los reflejos, por lo que a toda prisa me levanté y lo cacé antes de que rozara la moqueta.
-Vamos a tener que practicar eh, te pasas de fuerzas.
-Ups -rió por lo bajo-, lo siento.
-No me pidas disculpas, es tú móvil.... Bueno, a ver, ¿qué os parece esto? -tecleé mientras leía lo que iba escribiendo- ¨Nathe, siento mucho no haber podido contestar antes, pero estoy en casa de mi tía Diana y no hay mucha cobertura, ¿cómo estás?¨ Pongo lo de cómo está y eso, pues para darle algo de cariño, que no quede tan soso, sabemos como es Nathe.
-Sí, tienes razón -me respaldó Betsi- dale a enviar.






No había dormido mucho aquella noche, me la había pasado dando vueltas en la cama, sin pensar en nada pero a la vez pensando en todo. No me gustaba en la situación en la que estábamos viviendo últimamente, pues desde que Gabriel nos había encontrado, no negaba de que mi vida había ido mucho mejor, simplemente teníamos que hacer lo que nos pedía, algo que odiaba, ya que no soportaba que me dieran órdenes y menos que se creyeran superiores a mi, el hecho de que  fuera un vampiro, no significaba que me creyera superior a los demás, es más desde niño siempre había creído que  todos los habitantes del planeta Tierra éramos iguales, pero después de que mis padres murieran a manos de sus jefes y haber vivido en la calle, no podía permitir que nadie me mangoneara, pero en parte le debía a Gabriel mi vida, él fue quien me retiró de ellas, tanto a mi como a Daniel.
Miré el móvil, solo eran las siete de la mañana, era muy temprano y sabía que si me levantaba no iba a hacer nada, pues no tenía que hacer nada, pero a la vez, si me quedaba en la cama, tampoco es que fuera a hacer mucho, porque no volvería a conciliar el sueño.
Algo indeciso por nos saber qué hacer, volví a poner el teléfono en la mesilla justo al mismo tiempo que comenzó a vibrar. No le tenía puesto un tono de llamada, en realidad ni siquiera me gustaban aquellos cacharros, pero Gabriel quería que los tuviéramos para mantenernos localizados.
-¿Sí? -descolgué.
-¿Elhija? -preguntó una voz al otro lado.
-Sí, soy yo, ¿quién pregunta?
-Soy yo, inútil, Gabriel.
-Oh -me quedé sin saber que decir, yo tenía su número guardado en la libreta, pero el número que marcaba en pantalla no coincidía con ese-. ¿Otro móvil?
-El que tenía ya estaba algo viejo. En fin, no te llamo para discutir sobre si tengo nuevo teléfono o no.
-Entonces ¿qué cojones quieres a estas horas? ¡Son las siete! -grité fingiendo estar ofendido, pues él no sabía que yo ya estaba despierto.
-Quiero que persigas a mi hermana, que la vigiles constantemente, quiero saber qué hace, a dónde va y con quién va, quiero...
-Tío, estás obsesionado.
-¿¡ESA ES FORMA DE HABLARME!? -separé el auricular de mi oído, de no haberlo hecho, me habría quedado  sin tímpano-.¡ TE PERMITO MUCHAS COSAS ELHIJA, PERO NO QUE ME HABLES ASÍ!
-Sí, perdón -rectifiqué- en fin, ¿solo quieres eso?
-Sí y que me informes constantemente.
-De acuerdo, hasta luego.
Colgué el teléfono antes de dejar que volviera a pronunciar alguna palabra más, a veces era insoportable además, no me gustaba que me mandase a espiar a Thessa; para ser hermanos, no se parecían ni en el blanco de los ojos. Gabriel era pura maldad, aunque en el fondo no era tan malo, no al menos conmigo, me trataba como a uno más, pero sabía que su corazón era negro como el carbón por puro rencor y odio, mientras que Thessa era todo lo contrario, era la dulzura personificada, amable, tierna, a veces un poco déspota, respondona y desagradecida, pero me gustaba estar con ella, por eso odiaba lo que Gabriel me hacía hacer; sentía que la estaba fallando.
No entendía cómo era posible que con tan solo unos días que la conocía en persona, pues Gabriel nos había hablado antes de ella, pudiera sentir que la estaba defraudando. Gabriel siempre nos había dicho textualmente que ¨era una puta zorra que había matado a su padre¨, pero yo no veía a aquella chica capaz de matar ni a una mosca.
Me quedé varios minutos más tumbado en la cama, boca arriba con el teléfono entre las manos, con el
número de Thessa en la pantalla. Ella no sabía que yo tenía su número; lo cogí cuando se dejó el móvil en mi habitación, pero tampoco tenía por qué saberlo. Me gustaba estar con ella, me transmitía una paz que pocos eran capaces de darme, pero a la vez, eso me desquiciaba, pues no tenía que transmitirme paz, no me podía permitir eso, yo estaba con Gabriel y si él se enteraba, el que acabaría mal sería yo, *no creo que Thess acabe peor de lo que ya está*, por eso cuando estaba con ella, era feliz, pero tenía que mentalizarme de que nada podía pasar.
 Mi cabeza era una guerra constante entre deber y sentimiento.
-Será mejor que me dé una buena ducha. En fin... -me dije a mi mismo.
La habitación estaba algo fría, olvidé cerrar la ventana y había algo de escarcha en el suelo, al parecer, el tiempo seguía siendo el típico de las fechas de navidad que tan poco me gustaba. Yo era más de Sol, playas, tumbarme en una maca a disfrutar de un buen mojito. Desde pequeño me había gustado más el verano que el invierno; el invierno en el 1800 no es que fuera muy fácil de combatir y menos en la casa en la que vivía con mis padres.
Mi madre, mi padre y yo vivíamos en una pequeña casa de madera al lado de la casona grande de los patrones, era como un cobertizo donde teníamos lo imprescindible para vivir; dos camas, un barreño para asearnos y una pequeña chimenea en la que mi madre hacía la comida y nos calentábamos cuando había leña. En la casa grande vivían la Señora y el Señor Panter, junto con su hija Mildred y su hijo mayor Augusto. Mildred era una niña muy guapa, con un cabello rubio ondulado, el cual siempre lo llevaba recogido en dos trenzas o con una diadema, nunca tenía un pelo fuera de su sitio, su piel era pálida, parecía porcelana; mientras que su hermano  mayor era todo lo contrario, moreno tanto de piel como de pelo, yo le decía a mi madre que la Señora Panter había engañado al Señor, pues no era normal la diferencia entre los hermanos, pero mi madre me reñía y me hacía callar con miedo; ella decía que gracias a ellos teníamos dónde vivir.
Recordar aquel tipo de cosas siempre me sacaban una sonrisa, echaba mucho de menos a mis padres. Decían que con el tiempo, el dolor remitía, pero no era así.
Pasé mis dedos entre el pelo enredado y sacudí la cabeza para despejarme, estaba claro que hoy no me había levantado con muy buen pie. Antes de cerrar la ventana, saqué la cabeza por ella para ver cómo estaba el día y el gélido aire me rozó el pecho, poniendo mis pelos de punta.


La ducha de agua caliente me vino muy bien para terminar de despertarme, pues a pesar de que no tenía sueño, seguía medio atontado, los últimos días no había dormido muy bien, nunca recordaba lo que había soñado, solo oscuridad, pero me despertaba jadeante y sudoroso.
Me puse un jersey negro con unos vaqueros junto con mis botas, hoy sería un día largo y lo mejor es que estuviera preparado para todo. Recogí un poco el cuarto de baño por encima, porque aunque la criada era la encargada de arreglar las habitaciones y el resto de la casa,  no me gustaba que enredase en mis cosas, al menos, lo menos posible, además, no me apasionaba mucho el desorden, al contrario de Daniel, que todo lo dejaba tirado por cualquier lado.
Bajé las escaleras hasta el salón y la estampa que vi me quedó petrificado; Daniel estaba derrotado en el sofá, semi desnudo y con un par de chicas a ambos lados, completamente cubiertas de sangre y sin nada de ropa. Estaba harto de los desmanes de mi amigo, era un descuidado que no tenía nada en cuenta, siempre se corría unas buenas fiestas y luego acababa como acababa, con alguien herido o en el peor de los casos muerto.
 Cabreado, le pegué una patada en el estómago. Daniel se despertó al instante por el fuerte golpe, doblándose por la mitad y despertando a las dos chicas, a las que tomaba por muertas.
-¿Qué haces? -pronunció cada sílaba con dolor y esfuerzo.
-¿Qué hago? ¿Sé puede saber qué es esto? ¡Estoy harto Daniel!
-¿Esto? -rió señalando a las dos chicas que me miraban algo asustadas cubriéndose con dos cojines- Son dos féminas querido amigo, ¿nunca has visto unas?
-Vestiros y marcharos de aquí -dije entre dientes.
Como alma que lleva al diablo, las dos chicas cogieron sus ropas desperdigadas y salieron del salón algo asustadas, dudaba de que fueran humanas, pues no tenían ningún mordisco por el cuerpo a pesar de la sangre seca que las cubría, pero tampoco eran vampiros.
-¿Qué son? ¿Brujas? ¿ Lobas?
-Lo segundo -sonrió de lado poniéndose la camiseta- Hay que ver, que lobitas tan salvajes hay por estos barrios.
-Lo único que vas a hacer es que Gabriel se enfade con nosotros o lo que es mucho peor, que llamemos la atención.
-¿Desde cuándo te has vuelto tan blando? Tú antes no eras así.
-Sigo siendo así -reproché- pero con algo más de cabeza.
-Ya, eso dices.
Pasó uno de sus brazos por mis hombros, dándome un par de palmadas en la espalda. Su pelo olía a alcohol y sudor mezclado con sangre y otro olor el cual no sabía qué era, pero era asqueroso.
-Pero ambos sabemos, que desde que a aparecido esa chiquilla.... -susurró en mi oído- no eres el Elhija de siempre.
-¿Qué hablas? -enfadado, le pegué un empujón para alejarle de mi.
-Me pregunto cómo le sentaría a Gabriel si llegara a enterarse.
-¿A enterarse de qué?
-Deja de hacerte el tonto Elhija, porque no tienes ni un pelo.
Cuando Daniel se ponía así me sacaba de mis casillas, era un buen tipo, es más, le consideraba como un hermano, pero a pesar de los años que llevábamos juntos, no había cambiado ni un poco, su madurez se había quedado estancada en los veintidós y no pasaba de allí y eso, que él era un par de años mayor que yo.
-Aparta -le quité de mi camino- tengo que irme.
-¿A donde vas?
-Gabriel me ha pedido que vigile a Thessa, ¿vienes?
-Creo que paso -contestó dejándose caer de nuevo en el sillón.
-Como veas.
-¡Que lo pases bien!
No escuché muy bien lo último que dijo, pues yo ya iba pasillo en adelante en busca de algo de sangre que llevarme a los dientes, pero tampoco me importaba mucho, estaba seguro de que había sido alguna gilipollez de las suyas.



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