miércoles, 4 de diciembre de 2013

Capítulo 6.

Una vez más y a pesar de la ventaja que me ¨concedía¨, Thessa me había vuelto a adelantar. Había pasado prácticamente volando. Ella era la chica rápida, yo era el fuerte.
No es que fuera muy rápido, cuando más podía correr era cuando estaba en fase, pero no iba a ir como un león de unos dos metros corriendo por medio de la calle, probablemente no me vieran, pero seguro que más de uno se llevaría un gran susto. Lo que sí tenía muy bien desarrollado, independientemente de la forma que tuviera, era el olfato. Podía oler el tufo de un vampiro a kilómetros de distancia, por eso siempre sabía por donde había ido Thess.
Ya estaba dentro del bosque. La humedad se me pegaba a la piel de mis pantorrillas desnudas y a la nuca, haciendo que las gotitas de sudor de mi cuerpo cayeran hacia abajo sobre mi columna  provocándome escalofríos. Era una sensación extraña, pero me hacía sonreír, eso es que estaba haciendo bien mi trabajo durante el entrenamiento.
El olor de Thessa no era como el de los demás vampiros, era una mezcla entre sangre, sudor y vainilla, era su colonia preferida y la verdad es que venía muy bien en los casos en los que tenía que seguir su rastro para encontrarla. Ese olor era inconfundible.
 *Aquí hay algo que no va bien*.  Un olor, un olor dulzón y pegajoso, con mezcla de azufre, había llegado hasta mis fosas nasales. El rastro de mi amiga había desaparecido o mejor dicho, había sido mezclado con otro. Mi corazón se aceleró. Thessa. Sólo podía pensar en ella ¿y si estaba en peligro? Estaba seguro de que la mezcla de aromas no había sido pura casualidad, por lo que decidí seguir el nuevo olor. Corrí tan rápido como pude. Mis piernas estaban fatigadas y me mandaban descargas eléctricas en señal de cansancio, pero yo solo podía pensar en mi amiga.


-¿Qué? -no fui capaz de articular bien la palabra, no salió de mi boca como me habría gustado, si no medio susurrada. No podía creer lo que estaba pasando.
-Estoy seguro de que se alegrará, sí, se alegrará, lo sé -el hombre barbudo no paraba de repetir lo mismo una y otra vez, con una diabólica sonrisa en su rostro.
-Pero, no... no puede ser.
La noticia me había impactado, no era capaz de creérmelo *Gabriel*. No era posible, después de tantos siglos esforzándonos por huir... no era posible que todo acabase ahora.
-Sí, pequeña, sí puede ser. Ahora tu eliges; o vienes conmigo por las buenas o vienes por las malas.
*¿Me está amenazando el subnormal este?*. Era hora de reaccionar, no podía quedarme quieta mientras ese tío me llevaba con la persona de  quien había estado huyendo tantos años. Era hora de poner en práctica tanto entrenamiento con Caleb, tantas horas de magia, tantos grimorios leídos. Era hora de demostrar que no soy una niñita indefensa, que sé valerme por mi misma.
-Adelante -sonreí con la cabeza gacha. *Es la hora del espectáculo*
Pocas veces solía ¨transformarme¨, como Caleb y yo lo llamábamos. Como cualquier vampiro, nuestros colmillos no estaban siempre a plena vista, pues entonces no pasaríamos por humanos, sino que se encontraban escondidos en sus fundas y cuando salían, los sentidos se amplificaban aún más. Podías ver y oír cosas que jamás una persona normal podría sin un microscopio o un amplificador de sonido. Podía ver los poros abiertos de mi atacante, oler su aroma correoso y dulzón incluso sabía, que Caleb venía de camino y que no estaba sola. Quizás fue eso lo que me dio el valor de hacer lo que hice.
Despacio, levanté mi cabeza para poder ver a mi enemigo. Por su cara de sorpresa, pude ver que nunca antes había visto lo que estaba viendo y eso, me gustaba. Un vampiro normal, cuando desenfunda sus colmillos, sus ojos se vuelven rojos como la sangre que toma, pero yo no era un vampiro normal, yo era mucho más fuerte que el resto. Era diferente. Mis ojos carecían de pupilas, eran negros como el abismo y sabía, que eso daba miedo, mucho miedo.
Me agazapé para coger impulso, pero justo cuando me disponía a saltar, el tipo daleó su cara sonriente y silbó. No entendía por qué hizo eso, pero no tardé mucho en averiguarlo. Cinco vampiros más aparecieron de entre la maleza y cada uno parecía más fuerte que el anterior. *De puta madre...*.  Ahora era yo, contra seis vampiros en busca de una recompensa. l
Uno de ellos, calvo y con la piel oscura, corrió en mi dirección. Me asestó una patada en el pecho con tanta fuerza que me empotró contra un árbol, partiéndolo a la mitad del impulso. Alardeando de su ataque, pude ver cómo se daba la vuelta con los brazos levantados para mirar a sus compañeros, en señal de triunfo. Rápidamente, me levanté. Corrí hacia él y clavé mis dientes en su cuello. La sangre empezó a manar por los agujeros creados por mis colmillos y en pocos segundos el vampiro yacía desplomado en el suelo.
Atónitos por la sorpresa, esta vez, dos de ellos vinieron hacia mi, sabían que de uno en uno era un derrota asegurada. Uno de ellos intentó darme un puñetazo en la cara, pero lo esquivé a tiempo, con tan mala suerte para él, que el golpe se lo llevó su compañero. Enfadados los dos, se dirigieron hacia mi. Esta vez no hice nada, solo me arrodillé y hundí las yemas de mis dedos en el frío barro. Cerré mis ojos con fuerza y dejé que la energía fluyera por mis manos, hasta el suelo. Intentaba conectar con los árboles. *Por favor que funcione, por favor que funcione*. Era uno de los trucos más difíciles, por la cantidad de energía que tenía que gastar en él, por eso no solía practicarlo en los entrenamientos, en la mayoría de los casos, acababa desmallada, pero tenía que intentarlo.
*¡Sí!*. Una de las ramas del árbol que había a mi derecha, salió disparada hacia mis dos atacantes, atravesándole el pecho a ambos. Sus cuerpos quedaron petrificados, cogiendo un color gris blanquezino. Habían muerto. *Venga Thess, ya solo quedan tres*.
Intenté hacer el mismo truco, con otro de ellos, pero estaba tan ensimismada en el hechizo, que no me di cuenta que dos de ellos habían desaparecido. Noté unas frías manos en mis brazos que me levantaron del suelo, cortando mi conexión con las plantas. Un vampiro me agarraba con fuerza ambos brazos tras mi espalda, mientras que otro, clavaba una estaca en mi costado. El dolor inundó mi cuerpo. Si había algo que hacía verdadero daño a un vampiro,  era la madera. Notaba cómo el dolor se extendía por todo mi cuerpo, cegándome  la vista. Solo podía ver puntos rojos y negros del dolor.
-Bien, bien, bien... -escuché una voz de fondo-. Al parecer has escogido por las malas.
-Artemis, el señor dijo que la quería ilesa -una voz fina y nerviosa, como de un chiquillo sonó tras de mi-. No creo que le guste su estado.
-Ha dicho que la quiere sana y salva -aclaró el tal Artemis- nada de buen estado. Por lo que veo es una chica traviesa, vamos a divertirnos un poco.
Abrí los ojos a tiempo para ver, cómo el hombre barbudo, el primer vampiro que me había atacado, levantaba su brazo con otra estaca en la mano. Cerré los ojos con fuerza, esperando de nuevo la ola de dolor. Pero no llegaba. *Caleb, por favor, lleva pronto*. Podía oír sus pulsaciones aceleradas, estaba segura de que él sabía que algo no iba bien, pero no entendía por qué no había llegado ya.
Ahí estaba. La otra estaca se abrió paso por mi estómago. Notaba la sangre subir por mi traquea e inundar mis pulmones. No podía respirar, no es algo que me fuera muy necesario, pero la sensación de ahogo era una de las más doloras.
El tipo que me sujetaba los brazos me soltó, asestándome una fuerte patada en la columna vertebral que hizo que perdiera las pocas fuerzas que me quedaban y me derrumbase en el suelo. A partir de ese momento, no supe muy bien lo que estaba pasando. Todo lo veía borroso, pero pude distinguir una sombra alta y negra que salió de la nada. Pude ver su mano atravesar la caja torácica de uno de los vampiros y sacar de ella su corazón.
Entre la energía gastada con el hechizo y la sangre perdida por las dos estacas aún clavadas en mi costado y estómago, sabía que mi cuerpo no aguantaría más y así fue. La oscuridad me envolvió por completo como un tupido velo sumiéndome en un profundo sueño, del que quizás, no despertase nunca.


Notaba como si una ametralladora estuviera disparándome en el cerebro una y otra y otra vez incluso tenía miedo de abrir los ojos y que el mundo se me viniera encima, pero si de algo estaba segura es de que estaba viva y que debía dar las gracias a alguien y no sabía a quién.
El sentido de la audición lo tenía aún un poco embotado, pero pude distinguir el murmullo de unas voces en no muy lejos de donde me hallaba.
Abrí los ojos poco a poco y con mucho cuidado. La habitación estaba llena de luz y tuve que volver a cerrarlos, medio cegada por la intensidad. Permanecí así unos segundos más, respirando e inspirando lentamente para tranquilizarme ya que el corazón golpeaba mi pecho a un ritmo exagerado. Hice otro intento y esta vez funcionó. Mis ojos se acostumbraron a la luz de lo que parecía.... una habitación. Me incorporé con cuidado, pero aún así, la sala empezó a dar vueltas a mi alrededor provocándome nauseas. Estaba claro que de haber tenido algo en el estómago, habría manchado la cama blanca en la que estaba sentada. Me asombré por la cantidad de estanterías repletas de libros que había a mi alrededor junto con un escritorio caoba y mesitas de noche a ambos lados de la cama. Había dos puertas, recé para  que una de ellas diera a algún cuarto de baño o al menos un sitio en el que pudiera asearme. Me dolía todo el cuerpo.
Puse mis pies en el frío suelo y un cosquilleo me hormigueó en los dedos de los pies *uufff que frío*. Probé con la puerta de la izquierda y tuve suerte; daba a un gran cuarto de baño. No me fijé en los detalles, no había tiempo, simplemente fui al lavabo a asearme un poco. *¡Dios! ¡Estoy horrible!* Mi pelo estaba enmarañado y lleno de barro por todos lados y en la mejilla derecha, tenía un cardenal que parecía no haber terminado su proceso de curación. En seguida me acordé de los dos estacazos que había recibido y llevé la mano al sitio del golpe. La sudadera tenía dos grandes agujeros allí donde las estacas la habían atravesado *¡Joder! Mi sudadera favorita* y las mayas estaban rozadas por todos lados, completamente embarradas.
Me lavé la cara con el agua helada que salía del grifo y salí de la habitación.
 *¿Dónde cojones estoy?*. La habitación daba a un largo pasillo repleto de puertas a los dos lados de la pared. Miré a ambos lados del corredor y decidí probar suerte con la  derechaa. Descendí por unas escaleras y llegué a un recibidor, donde había una puerta que daba a la calle frente a una cristalera que no me permitía ver con claridad lo que había en su interior, pero que no me impidió escuchar la voz de Caleb. *¡Caleb!*.
-Aquí está la herida -dijo una voz tras los cristales
*¿Se refiere a mi?*. Terminé de bajar las escaleras y sin el menor esfuerzo, abrí las dos puertas de cristal para permitirme ver quiénes estaban allí y por qué estaba en su casa. Lo que había era un salón; de paredes blancas y sillones marrón chocolate a juego con una larga mesa de madera, sobre una alfombra persa que cubría todo el suelo. También había muchas estanterías con libros y pequeñas figuritas  y una gran chimenea en la que había encendido un fuego. En la sala había dos personas   y una de ellas era Caleb, mi Caleb.
No esperé más y eché a correr hacia él, quien me recibió con los brazos abiertos y un fuerte achuchón. Era muy reconfortante saber que podía contar con él, poder olerle y tocarle. En ese momento, me sentí a salvo.
-¿Qué ha pasado? ¿Dónde estoy? ¡Gabriel! ¡Gabriel me ha encontrado Caleb! -me separé bruscamente de él, muy nerviosa
-Tranquilízate Thess -acarició mi pelo con suavidad para tratar de calmarme, pero eso no era posible- ya lo sé, lo sé. Shhh.
Me atrajo hacia él y volvió a abrazarme con ternura. Sentí su cálida piel y su respiración agitada en mi nuca, sabía que él estaba igual o más nervioso que yo, por eso debía tranquilizarme, teníamos que volver a casa cuanto antes y salir huyendo del pueblo.
-Qué escena tan conmovedora.
Se me había olvidado que no estábamos solos y que esa no era nuestra casa. Lentamente y muy a mi pesar, me deshice del abrazo de mi amigo.
-¿Interrumpo?
Un chico rubio, vestido con una chaqueta de cuero y unos vaqueros desgastados nos estaba mirando desde el posabrazos del sillón con un aire divertido. Sus ojos azules nos miraban inquisitivos acompañados de una sonrisa que dejaba ver una perfecta linea de dientes blancos.
-¿Quién eres? -exigí saber.
-¿Quién soy? Já,  la pregunta es ¿quién eres tú? Yo he llegado esta mañana a mi casa, que por cierto -levantó los brazos abarcando toda la sala- esta es mi casa y me he encontrado con este y contigo en la cama de mi hermano. Al principio pensé que eras una puta, pero luego te vi mejor y rectifiqué, seguro que una de ellas tendría mejor pinta que tú
-¿Tu hermano? -ignoré por completo el comentario despectivo, en cualquier otro momento quizás le podría haber partido la cara, pero en una situación así, era lo que menos me importaba.
-Thessa, lo que pasó anoche... -trató de explicarme Caleb-. Cuando llegué estabas tumbada en el suelo y un montón de vampiros muertos a tu alrededor...
-¿Qué? Pero... yo vi, yo te vi Caleb, le arrancaste el corazón a uno..
-¿Yo? -la duda asomó en sus ojos, estaba claro que no sabía de qué estaba hablando.
-Él no fue, fui yo.
Giré en redondo para ver quién era el dueño de esa voz, para darle rostro y forma a esa sombra negra que había salvado mi vida, pero después de verlo, me arrepentí de aquello. No pude creer lo que vieron mis ojos.

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