viernes, 13 de diciembre de 2013

Capítulo 11.

Nathe y yo íbamos caminando de vuelta a casa mientras la nieve nos caía encima. Desde que tenía uso de razón, nunca había visto nevar en aquel pueblo. Mis padres me habían llevado a esquiar en las vacaciones de Navidad, pero desde que nació Robert, mi hermano pequeño, no habíamos vuelto a ir.
-¿Es fantástico verdad? -estaba muy emocionada.
-Bueno, este año no voy a salir por las notas, a si es que sí. Ojala y nevara tanto que nadie pudiera salir de casa.
-¡Eh! -ofendida por su comentario, le pegué un leve empujón-. Haber estudiado más.
-Ya...
Me daba pena que el pobre fuera a perderse la fiesta de año nuevo, la verdad, es que era una de las pocas fiestas ¨guays¨que se celebraban por allí. Toda la gente salía con sus trajes más elegantes a la plaza del pueblo y tomábamos gominolas mientras que sonaban las campanadas que indicaban los últimos segundos del año. A mi me gustaba, la verdad, aunque siempre me solía atragantar con las dichosas golosinas.
-Al menos te dejan salir para el cumpleaños de Thess -le animé.
-Sí, eso sí -me sonrió-. ¿Tu crees que se esperará algo?
-Lo dudo mucho, hablé con su hermano para que nos cubriera y se inventara una excusa. Está bueno, ¿verdad?
-Ajam. ¡¿Que si está bueno?!
Dos señoras  mayores, con sus bastones de madera, nos miraron asustadas por el grito que pegó mi amigo. Los dos nos echamos a reír.
Nathe siempre había sido un chico muy reservado, al que no le gustaba dar cuenta de su vida a nadie, incluso a mi, que era su mejor amiga, por eso tardó bastante en salir del armario, aunque yo ya me suponía que no le gustaban las chicas. Siempre  que íbamos a algún partido del equipo del instituto, me hablaba de los jugadores, en ningún momento se fijaba en las animadoras y hasta yo reconocía que esas chicas tenían un cuerpo fantástico. Cuando me lo confirmó, me hice la sorprendida, para que pensase que no me lo esperaba, pero con el tiempo dejó de avergonzarse de ello y eso estaba muy bien, no había nada de malo en ser gay.
-Grita un poco más alto ¿quieres? -dije levantando las manos al cielo sin poder parar de reír.
-Oh, claro ¡ESE TÍO ESTÁ MUY BUENO! -repitió.
-Ains... vale ya, que me duelen los mofletes -me los masajeé para remitir el dolor-. Avisaste a Elhija, ¿no?
-¿De qué?
-Del cumpleaños, bobo.
-¡Ah! Sí, lo hice, me dijo que vendría encantado, pero que no sabía si a Thessa le haría mucha gracia verle allí.
-Va, tonterías -le resté importancia con la mano-, estoy segurísima de que a Thessa le encantará verle. ¿No has visto cómo se miraban?
-Ems... no.
-Pues yo sí -contesté bruscamente.
-Jo, vale. Borde.
Le lacé un beso junto con un guiño. Sabía que en ocasiones yo podía ser muy desesperante, por eso no tenía muchos amigos, pero siempre decía que los amigos se cuentan por la calidad, no por la cantidad y estaba conforme con Nathe y ahora Thess, claro.


-¿Crees que debería obligar a Nathe y a Betsi a olvidarse de mi?
Después de lo que había pasado en el portal, estaba muy nerviosa, no quería que les pasara nada a ambos, en el fondo y a pesar del poco tiempo que hacía que les conocía, les había cogido cariño y no quería que sufrieran por mi.
Caleb se había desecho del cadáver del vampiro mientras que yo limpiaba a toda prisa la sangre del suelo. Los humanos no sabían de nuestra existencia, bueno, algunos sí, pero la mayoría no y Caleb y yo, ante la ley seríamos unos asesinos, aunque por suerte no lo había visto nadie.
-¿Qué? -respondió Caleb desde la cocina.
Yo estaba tumbada en el sillón, mirando a la nada, con los ojos muy abiertos, como hacía siempre que me preocupaba algo. La sensación de sequedad en los ojos me hacía pensar con más claridad, mientras que Caleb estaba en la cocina terminando de hacer algo que me había dicho.
Eran las doce menos cuarto de la noche pero no tenía sueño. Mi cuerpo estaba cargado de adrenalina al menos para tres días, últimamente estaba muy eléctrica, siempre alerta por si pasaba algo, odiaba las sorpresas.
-Que si crees que debería obligar a Nathe y a Betsi para que se olviden de mi -repetí con voz dolida.
-Levanta anda.
Me incorporé para dejar que se sentara y apoyé mi cabeza en sus piernas. Dejó un bol con palomitas sobre la mesa del que cogí un par.
-No, no creo que debas hacerlo, Thess.
-Pero... y si viene alguien y pregunta por mi, ellos se lo dirán, pueden obligarlos.
-No tiene por qué.
-¿No tiene por qué? -repetí sarcásticamente- ¿Te recuerdo lo que suele pasar cuando...
-No me has dejado acabar -me cortó, inclinándose para coger palomitas-. Puedes obligarlos a que cuando le pregunten por ti, no sepan quien eres o darles una pulsera como la mía, con agua bendita.
-¿Qué? -no entendía lo que me quería decir.
-A ver, es muy sencillo. Tu solo les obligas a que cuando le pregunte alguien que no conozcan por ti, ellos no sepan de tu existencia.
No respondí a eso. La verdad es que era una buena idea, así no tendría que olvidarme de ellos y también estarían a salvo. Caleb era un genio y me fastidiaba tener que darle la razón la mayoría de las veces.
-Bueno... es una buena idea.
-¿Ves? -sonrió con aires de indiferencia-. Qué harías tú sin mi.
-Eh.... -me levanté de su regazo algo ofendida y le tiré un par de palomitas-. No te pases.
-Ven aquí anda.
Me atrajo hacia sí y me dio un fuerte abrazo. Me reconfortaba estar entre sus brazos, él era tan cálido...  yo le decía que era como si fuera un horno portátil.
-Y no me tires palomitas -dijo metiéndome un puñado en la boca mientras se reía.
-Yo, hago lo que quiero -contesté aún con las palomitas en la boca y soltando migajas al hablar.
No vivíamos muy lejos de la plaza del pueblo, por lo que cuando sonaban las campanadas que daban las horas, las escuchábamos perfectamente. Ya eran las doce de la noche. Era el día de mi cumpleaños, *setecientos cincuenta y siete, Theressa Whest, te estás haciendo vieja*. A mi, a diferencia del resto de humanos, me daba igual cumplir años, mi tiempo se quedó congelado en los diecinueve, pero muchas veces había oído expresiones como ¨boh, otro año más viejo¨ o ¨que mayor soy ya, dentro de nada estoy con la crisis de los cuarenta¨. A veces me preguntaba cómo sería ser un humano y luchar por sobrevivir cada día, trabajar para poder vivir y vivir con miedo a la muerte.
-Ya un año más mayor eh... -sonrió mi amigo.
-Sí -asentí aún perdida en mis pensamientos-. Un año más juntos.
-Ahora vuelvo.
Caleb se levantó de donde estaba y se dirigió a su cuarto, escaleras arriba, bajo mi atenta mirada. *Es verdad, otro año más juntos*. Caleb era como un hermano mayor. Siempre estaba al cuidado de mi y se preocupaba como un padre con una criatura recién nacida. Desde que le conocía había sido así;  el día en el que me encontró entre las llamas y me llevó a su casa. Al principio estábamos con sus padres y su hermana pequeña, Molly, pero por suerte o por desgracia, ellos se habían mantenido alejados de los vínculos con brujas y el paso de los años sí les afectó. Su padre murió de una infección, yo intenté hacer lo posible por curarle, incluso bebió mi sangre que era curativa en la mayoría de los casos, pero no funcionó, solo le prolongó la vida un par de días más. La madre murió de vieja y Molly... a Molly lo que le ocurrió fue Gabriel.
-Cierra los ojos -me ordenó desde lo alto de las escaleras.
-¿Para qué?
-Tú ciérralos.
-Ains, está bien.
Como me pidió, cerré los ojos, pero aunque no podía ver, sí que podía oír. Escuché sus pisadas tranquilas sobre la moqueta de las escaleras, pero lo que más llamó mi atención era su pulso, lo tenía muy acelerado. Escuchaba los rápidos ¨pom, pom¨ de su corazón rebotando contra el pecho y podía oler el sudor que salía por sus poros. *¿Por qué estará tan nervioso?*.
-Ya, puedes abrirlos.
Abrí los ojos poco a poco y lo que vi fue una figura. Era una Luna y un Sol, dentro del Sol había dibujado un universo. Era un colgante, ¡el colgante de mi madre!
-¿Dónde lo has encontrado? -se lo arranqué de las manos, no sabía si furiosa o asustada.
-En una tienda de segunda mano -Caleb me miró asustado, no sabía por qué había reaccionado así-. ¿Qué pasa?
-¿¡Qué!? -grité asustada.
Me levanté del sillón y me puse a andar de un lado a otro de la sala, intentando tranquilizarme, pero los esfuerzos eran nulos. Aquel colgante había sido de mi madre, era su colgante, estaba segura de ello. Cada bruja tenía un talismán que le proporcionaba fuerzas, que iba pasando de una bruja en otra a lo largo de las generaciones. Mi madre dijo que sería mío cuando ella ya no estuviera y que me daría fuerzas, puesto que incrementaba el nivel de mis capacidades, pero pensaba que lo había perdido junto con ella en la caza de brujas.
-Thessa, ¿qué pasa? -mi amigo me seguía con la mirada sin comprender lo que circulaba por mi cabeza-. No es que sea una joya de millones de dólares, pero pensé que te gustaría, no sé, es de tu estilo.
-¡CÁLLATE CALEB! -grité furiosa.
Una punzada de dolor me atravesó el estómago al ver la expresión de su cara. Le había tratado fatal en ese momento y él no tenía culpa de lo que estaba pasando, pero ni yo misma sabía que era lo que acaba de suceder.
-Yo... yo.... lo siento, no quería... -me disculpé- es solo que este colgante, era de mi madre.
-¿Qué? ¿Cómo? ¿Cómo llegó el colgante de tu madre a una tienda de segunda mano?
-No lo sé, eso es lo que trato de comprender. Yo pensé que lo había perdido cuando ella murió.
-No tiene ningún sentido.
Se tiró en el sofá, exhausto. *Yo tampoco entiendo nada*. Fui hacia él y me puse de rodillas sobre el sofá, mirándole a los ojos.
-Esto que está pasando es muy raro Caleb. Hace un par de días, me atacan, ayer a ti y hoy me das este colgante que ha aparecido por casualidad en una tienda de segunda mano.
-No... no sé que decirte Thessa.
-Caleb... tengo miedo.
Esta vez no esperé a que él me abrazase, esta vez fui yo la que le abrazó. Siempre me había sentido mal por él, por tener que llevar la misma vida que  yo, de idas y venidas constantes. Una vez, tuve que fingir enfadarme con él tanto, que le dije que deseaba que se marchase, pero aun así, él no lo hizo y todo por el estúpido vínculo que nos unía. Yo no quería esta vida para él, no se la merecía.
-No sé si estar contenta por tener el talismán de mi madre conmigo o estar asustada -susurré en su oído.
-Te proporciona más poder ¿no?
No respondí, las palabras no querían salir de mi boca, estaban atadas en un fuerte nudo en mi garganta, por lo que simplemente asentí.
-Pues contenta, porque ahora eres mucho más fuerte que tu hermano.
-¿Y si ha sido él quien lo ha dejado allí? -me separé de él para poder mirarle a los ojos.
-¿Y si no?
Él tenia razón, ¿y si hubiera sido cosa del destino?, pero por el contrario ¿y si hubiera sido mi hermano? Lo único bueno de esa situación es que era de mi madre y que ya estaba en mis manos, la única cosa que había sobrevivido de ella y estaba conmigo.
-Tienes razón -reconocí finalmente.
-Trae -me quitó el collar de las manos y abrió el broche que lo cerraba-. Date la vuelta.
Me giré quedando de espaldas a él y levanté mi pelo para que pudiera ponérmelo. El contacto del metal hizo que un escalofrío me recorriera todo el cuerpo, poniendo mis pelos de punta. Fue una sensación muy extraña.
-Gracias -le besé en la mejilla- ha sido el mejor regalo que me han hecho nunca.


Me desperté con un sobresalto. La habitación estaba medio a oscuras, lo único que iluminaba la sala era la televisión encendida con el volumen al mínimo. Nos habíamos quedado dormidos en el sofá viendo una de
las películas favoritas de Thessa, ¨El Corazón de la Bestia¨. Siempre, el día de su cumpleaños nos quedábamos viendo películas hasta que nos dormíamos y me había dado cuenta de lo que había cambiado el concepto de romanticismo a lo largo de los años. Cuando yo era pequeño, la gente se casaba no por amor, sino por dinero. Aquel de los chicos o chicas que más dinero tenían, mayor numero de pretendientes le pedían mano a sus padres.
Thessa estaba tumbada sobre mi pecho, enredadas sus piernas entre las mías. Pasé mis dedos por su cabello, metiendo detrás de su oreja un mechón de pelo que le tapaba la cara. Me encantaba verla dormir, notar su respiración en mi pecho y ver su sonrisa cuando soñaba. Era tan guapa... *Será mejor que la lleves a su cuarto y te vayas a dormir, Caleb, pareces tonto, sabes lo que hay*.
Como pude, me incorporé sin despertarla y pasé mis manos bajo su cuerpo para cogerla. Con cuidado, apagué el televisor y subí las escaleras haciendo el menor de los ruidos. Entré en su cuarto y la tumbé en la cama, arropándola con una manta que tenía a los pies.
Me dirigí hacia la puerta de la habitación, pero me quedé apoyado en la pared, con los brazos cruzados, viéndola descansar. Thessa siempre había sido una chica alegre, con una sonrisa dibujada en sus labios, incluso antes de que la conociera, yo ya la había visto recorrer los bosques detrás de los animalejos incluso trepar a los árboles con habilidad para coger sus frutos y desde entonces la espiaba de vez en cuando, al principio pensé que sería cosa del dichoso vínculo, pero con el paso de los años, me di cuenta de que no era así, sino que sentía algo por ella, algo muy fuerte e intenso, pero que no era correspondido; por eso no podía cometer el error de decírselo si quería permanecer a su lado
-Buenas noches -susurré cerrando la puerta.

¨-Theressa, Theressa, despierta cariño, hoy es tu día. Theressa.... -escuché una voz a lo lejos y un frío me invadió por completo.
Estaba en el suelo de una choza vieja. El suelo estaba prácticamente helado, con motas de escarcha repartidas desordenadamente. Había pocos muebles en la casa, solo una mesa mohosa en el centro. 
Al principio no me percaté, pero poco a poco fui conociendo el lugar. Estaba en casa. 
-Theressa.... Theresaaa.
Volví a escuchar la voz, venía de algún lugar, pero no era dentro, sino de fuera. Me disponía a salir, cuando pisé el bajo del vestido y caí de nuevo al suelo con un sonoro golpe. Me miré de arriba a abajo y vi que estaba vestida con los ropajes que mi madre me ponía los días de fiesta. Me puse en pié y salí de allí.
-¿¡Mamá!? ¿¡Mamá!? ¿¡Dónde estás!? -grité con todas mis fuerzas.
-Querida, ven a buscarme.
La voz provenía del bosque. Seguí el sendero que lo cruzaba, a toda velocidad mientras que las ramas me rajaban el viejo vestido. Llegué a un claro en el bosque y allí estaba mi madre, de pié, en el medio, con su vestido marrón y blanco y un gran moño en lo alto de la cabeza.
-Querida... -dijo con un sollozo.
Ambas echamos a correr hacia la otra, uniéndonos con un fuerte abrazo.
-Lo siento mucho, mi niña, mi dulce niña, de haber sabido que pasaría esto... -lloraba acariciando mi pelo una y otra vez- lo siento mucho.
-Mamá... te he echado tanto de menos.
-Tienes que ser fuerte ¿me oyes? -agarró mis hombros y me separó de ella para poder quedar cara a cara-. Perdona a tu hermano, es avaricioso, no es su culpa. Tienes que protegerte. Ten cuidado.
-Mamá, no sé si estoy preparada...
-El collar -lo agarró con suavidad- te protegerá, te dará fuerzas cariño.
Como de la nada, una fuerza sobrenatural nos golpeó separándonos con el fuerte imparto. Caí sobre el costado derecho, rodando varias veces para evitar hacerme más daño. Me levanté rápidamente para ver dónde estaba mi madre y si estaba bien, pero ya no estaba, había desaparecido. 
Una punzada de dolor me atravesó, doblándome por la mitad y haciendo que mis ojos se humedecieran. Estaba sola de nuevo, había vuelto a perder a mi madre.¨

2 comentarios:

  1. Sigueee me has dejado con toda la intriga D:

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    1. Me alegro de que te esté gustando :)
      Los suelo subir cada dos días los capítulos, pero voy a empezar a subir uno o dos como mucho a la semana, sorry.
      Espero que no dejes de leerme. Un beso muy fuerte.

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